Toda la vida pública española está atravesada por un sentimiento dramático de incertidumbre e indeterminación sobre nuestro presente. No es nada nuevo en nuestra historia. Se diría que es nuestro drama nacional. El propio ser de España depende de este malestar. El asunto es duro. Trágico. Pero no podemos hacer otra cosa que conllevarlo. Ahora nos toca afrontar el “debate" montado por la coalición gubernamental en torno a la figura de Felipe VI como jefe del Estado.
La cosa tiene una doble dimensión. A corto plazo, durante un par de semanas, el gobierno de España quiere influir sobre la preparación del discurso de Navidad del Monarca. Podemos y el PSOE presionan con tácticas diferentes, aunque perfectamente coordinadas, al monarca para que haga un gesto de acercamiento a los golpistas de Cataluña que, peor que mejor, sostienen al gobierno más débil de la historia de la democracia. A largo plazo, haciéndose cargo de las complejas relaciones que el PSOE estableció con la Monarquía desde tiempos de Felipe González, la coalición gubernamental no tiene otro proyecto político que romper la unidad de España. Eso pasa por quebrar la primera institución que la garantiza: la Jefatura del Estado.
Acerca del primer problema pronto tendremos la solución. Pero no es muy difícil predecir cuál será la reacción de Felipe VI. No hará concesión alguna a los golpistas, entre otras razones, porque su principal seña de identidad democrática es la defensa sin ambages de la unidad de España. Por otro lado, su discurso televisado de 2017 para detener a los golpistas catalanes sigue siendo su principal activo democrático. La legitimidad de ejercicio adquirida por el jefe del Estado con ese discurso, impecable en la forma y el fondo, lo sitúa muy por encima de todas las luchas rastreras de los políticos que conforman el actual gobierno de España. O sea no creo que Felipe VI ceda a la tentación que le proponen los chanchullos de Sánchez-Iglesias.
Sobre el segundo objetivo del Gobierno, deberían pronunciarse todos los actores políticos, empezando por el primer partido de la Oposición, que nunca tuvo discursos precisos y contundentes sobre la historia del franquismo, especialmente sobre las herencias recibidas de Franco ni sobre las vinculaciones entre nuestro pasado inmediato y la democracia del 78. Por no hablar de las malas relaciones personales entre Juan Carlos I y Aznar. Debería insistirse en que la institución de la Monarquía es pieza clave de nuestra democracia. Es menester repetir que la Monarquía parlamentaria es un patrimonio heredado por todos los españoles de la etapa de Franco. Sobre esa herencia los ciudadanos se expresaron libremente en una consulta popular. Son de sobra conocidos los resultados del referéndum constitucional de 1978, pero nunca viene mal recordarlos: el 87 % de los votos respaldaron el texto de la Constitución, incluido naturalmente los artículos dedicados a la Monarquía y la Jefatura del Estado.
Sin embargo, no todas las fuerzas políticas se hicieron merecedoras de recibir con dignidad ese legado monárquico de Franco, algunas incluso dieron la orden a sus seguidores de abstenerse, precisamente, porque no aceptaban la Monarquía parlamentaria. El caso del PSOE exige un análisis especial y pormenorizado para saber a qué juega hoy Sánchez con Iglesias. Primero, porque fue famosa la pantomima protagonizada por el PSOE en el Congreso de los Diputados, durante los debates parlamentarios para aprobar el texto constitucional, sobre monarquía o república; y, después, durante la larguísima etapa de gobierno socialista, porque Felipe González montó una relación extraña y oscura entre él, el jefe de Gobierno, y Juan Carlos I, el jefe del Estado. En todo caso, nadie olvide que Felipe González en su primer viaje al País Vasco, como presidente del Gobierno, hizo unas declaraciones terribles sobre las “diferencias meramente epistemológicas” entre las políticas del PSOE y las de aquellos que mataban españoles, o sea ETA, porque todos eran republicanos… De esos polvos, como dice el dicho, estos lodos. Bases, en fin, “epistemológicas”, políticas e inmorales tiene Sánchez a montones en la historia reciente de su partido, no hace falta irse a la Segunda República, para romper la unidad de España previa desaparición de la Monarquía.