La educación de los "filisteos" españoles
¿No será acaso todo ese ataque a la libertad educativa incompatible con la emancipación del “filisteo” que Giner de los Ríos hubiera querido?
En el tomo VII de las Obras Completas de Francisco Giner de los Ríos, utilizado por la izquierda autoritaria española como santón de la pedagogía y la educación, aparece un artículo titulado La educación del “filisteo”. Esta palabra que originalmente se refería a una de las tribus que tuvieron continuos conflictos con los israelitas según se cuenta en La Biblia –recuerden el episodio de Sansón—, tuvo una significación diferente en la Alemania posterior a la Reforma Protestante.
Aunque parece que tuvo un sentido relativo a los estudiantes desaplicados en un cierto momento, fue en el siglo XIX cuando se popularizó llamar “filisteos” a quiénes no concordaban con las ideas de los calificantes. Aunque aparece el menosprecio al adversario en muchos autores, como Marx, por poner un solo ejemplo, Giner de los Ríos se refiere especialmente a Schopenhauer y a su última obra, Parerga y paralipómena.
En ese libro final y póstumo, el viejo Schopenhauer se esmeraba en caracterizar específicamente al filisteo como “el hombre que, como consecuencia de la estrecha y apenas normal medida de sus fuerzas intelectuales, carece de necesidades espirituales".
Añade: “Yo formularía la definición de los filisteos diciendo que son gentes que continuamente se ocupan con la mayor seriedad de una realidad que no lo es”, pero esencialmente es lo antedicho, un hombre sin necesidades espirituales, al que ningún afán de conocimiento y comprensión por voluntad propia vivifica su existencia porque “el fin de su vida es lograr todo lo que contribuya al bienestar corporal”.
Si ese bienestar lo tiene logrado, “inevitablemente cae en el aburrimiento, contra el cual intentará entonces todo lo imaginable: baile, teatro, vida social, juegos de naipes, juegos de azar, caballos, mujeres, bebida, viajes, etc. Y, sin embargo, nada de eso basta contra el aburrimiento cuando la carencia de necesidades intelectuales hace imposibles los placeres del espíritu".
Me atrevo a deducir que casi todos los niños antes y durante la primera etapa educativa y la inmensa mayoría de quienes la izquierda social comunista actual considera “el pueblo”, son de algún modo u otro y desde esta perspectiva, “filisteos”, los “Sancho Panza” del mundo, admite no muy atinadamente Giner, una condición que para dejar de estar presente en las vidas de la mayoría exige precisamente educación.
Pero el pedagogo andaluz no es tan simplista. En realidad, ¿hay diferencias entre estos dos grandes grupos de personas, la élite (según ella misma) que siente en sí misma la llamada del espíritu y la sensibilidad intelectual y el “rebaño” servil que respeta y acata la regla social? No tantas, porque, dice el pensador rondeño, los filisteos son multitud.
Textualmente: “¡Son tantas las variedades de filisteos!... Los hay conservadores y reformistas; tradicionalistas y radicales; sentimentales y prosaicos; pacíficos y revolucionarios; mojigatos y ateos; escépticos y jacobinos...”. Incluso, se pregunta: “El insurrecto, el antisocial empedernido, que precisamente quiere a toda costa disonar y ser tenido por mortal enemigo del linaje humano, ¿es más persona?”.
Giner desmenuza con más delicadeza el concepto de “filisteo” y precisa que todas las personas, todos los ciudadanos, podrían llegar a sacar de sí mismos el individuo trascendental que “todos, aún el más vulgar sujeto, llevan en el fondo”. Tal tarea, vivir una vida propia y no acamarse en una vida ajena esmerándose más en cobrar una paga que en trabajar por una obra propia, es lo deseable del hombre digno y libre. Liberal, vamos. A ello debe contribuir la educación.
Pero, ¿qué hace la educación para “partear”, para facilitar el nacimiento de un ciudadano así, base esencial de una democracia digna, y molde capital en el que verter el “divino arquetipo” que lo separa del rebaño ayudándole a que salga de él?
Giner, que se refiere a la educación superior si bien podría extenderse lo que dice a toda la educación desde sus niveles más elementales, explica lo que sigue como algo contrario a la emancipación del filisteo: “Monólogo uniforme del profesor, que por Igual se aplica a todas Ias almas, como un traje de contrata a todos los cuerpos; en vez del diálogo vivo, sano de espíritu, flexible con unos y otros, donde la Individualidad se abre camino y la respuesta se adapta a la pregunta”.
Y continúa: “Textos uniformes, para aprender de ellos interpretaciones de las cosas en vez de lecturas libres, varias, y varias, que muevan al amor y a la indagación de las cosas mismas. Plan de estudios uniforme, rígido, simétrico, incompatible con toda vocación y preferencia…Todo está calculado, o más bien automáticamente construido, sin darse cuenta de ello, para el cultivo intenso de la vulgaridad, sea humilde o turbulenta, para la glorificación del lugar común y de la medianía, para la renuncia de cada hombre a sí propio y la persecución servil de la individualidad hasta la última trinchera".
Y persiste: “Y todavía el rebaño se indigna de pensar que cada maestro tenga su idea propia (no fuera malo), y pide programas únicos, textos únicos, no sé si profesores únicos, para toda la nación; y en poco ha estado que no los pida para todos los pueblos que aun hablan esta lengua española, con la cual se ha removido el alma de los mundos y hoy se dicen tales necedades".
¿Qué puede salir de una educación así, se pregunta el impulsor de la Institución Libre de Enseñanza? Pues grupos que obran por impulso gregario y que tienen siempre en cuenta el viento sopla. Y apuntilla: “Gran milagro es de la naturaleza humana que todavía algún germen de sinceridad personal y austera devoción al espíritu relampaguee en medio de nuestra miseria, y pueda resistir y resista —y hasta de vez en cuando prolifere— a esta campaña de evaporación universal de la vida".
Ahora que en España hemos sufrido las sucesivas leyes de educación que han conseguido que la nación no sea más que una antigualla discutible, que la leyenda negra sobre nuestro pasado se haya extendido hasta los hondones de las almas propias, que ni siquiera se recuerden los héroes de una democracia asesinados por los sicarios totalitarios de ETA, que la extensión de los nombramientos arbitrarios de los inspectores hacen posible la obediencia al dogma político, que el nivel de excelencia es tan despreciado que puede pasarse de un nivel a otro con varios suspensos, uno mira a Giner y lo ve como un ejemplo de liberalismo, sean cuales sean las diferencias que puedan existir con sus modos y maneras.
Sin embargo, los socios del gobierno, que si pudieran alzarían una Institución Social-Comunista de Enseñanza nada libre, siguen ensalzando los métodos y la escuela del educador andaluz como si tuvieran algo que ver con las que quieren imponer autoritariamente a los ciudadanos.
Tomemos el ejemplo de la Ley de Memoria Democrática, que pronto estará vigente, si no lo remediamos, en escuelas, institutos y universidades dictando qué puede o no decirse, qué puede o no expresarse, qué puede o no leerse sobre los acontecimientos que tuvieron lugar en la España del siglo XX, que condujeron, como es sabido, a una guerra civil.
Apliquemos la fórmula de Giner. ¿Admitirán los inspectores censores designados para imponer sus criterios ideológicos que no haya “monólogo uniforme del profesor, que por Igual se aplica a todas Ias almas, como un traje de contrata a todos los cuerpos” y que se desarrolle “el diálogo vivo, sano de espíritu, flexible con unos y otros, donde la Individualidad se abre camino y la respuesta se adapta a la pregunta”?.
¿Impedirá esta nueva educación confesional, de la confesión social-comunista, que se impongan textos uniformes donde se contagien a los estudiantes interpretaciones únicas y ortodoxas de las cosas en lugar de fomentar en ellos la lectura de libros varios que animen su afán de indagación de las cosas mismas y su verdad? ¿No será acaso todo ese ataque a la libertad educativa incompatible con la emancipación del “filisteo” que Giner hubiera querido?
Aun tengo en la biblioteca los libros de Historia de la Humanidad de la Unesco, escritos en 1963 y publicados en España por Planeta en 1997 en los que, cuando algún tema era motivo de diferencias de consideración en plena guerra fría, se recogían notas al margen donde se reflejaba la opinión del disidente o discrepante para que los lectores tuvieran una idea de su existencia crítica.
Recuerdo una, bien divertida ahora, que añadía la visión china de la educación en el tomo 11, pág. 461. En ese tomo se trataba la evolución de la educación en el mundo y se incluyó como nota discordante una referencia a la reforma de la educación superior en China. Y precisaba: “Ha sido suprimida la enseñanza reaccionaria de las enseñanzas escolásticas y ha sido introducido el estudio de la teoría marxista y de la historia de la revolución china”.
Ni siquiera esta concesión será posible en la intención legisladora de este gobierno que pretende decidir qué es y no es adecuado para la educación de los “filisteos” españoles que, por ese camino, nunca lograrán salir de su estado de inapetencia de individualidad y espiritualidad, esto es, de libertad.
Nota final
Voy a permitirme un final jocoso para este lánguido artículo. Yo, como casi todos los seres humanos modestos y sensatos, soy un “filisteo” del montón en casi todos los saberes y sensibilidades existentes. En realidad, sólo una pretendida élite seleccionada por ella misma cree no serlo a pesar de la evidencia de que sabemos poco de una sola cosa y casi nada de todas las demás. A pesar de ello, claro está, aspiramos a ser libres y únicos, como quería Giner.
Encontré, cuando me ilustraba para este artículo, la noticia de que una concejala podemita enunciaba la teoría del pene chico, una de las muchas formulaciones de la ciencia morada. Según Sonia Vivas, edil de Podemos en Palma de Mallorca, los que tenemos un pene chico —depende, claro está, de qué se considere grande, algo que no especifica la experta— suplimos con violencia nuestra carencia de dimensión y envergadura patriarcal.
Los faraones egipcios, que cortaban los falos de sus vencidos, entre ellos los filisteos, sin distinguir tamaños para adquirir su fuerza e impedir su placer en la otra vida, me han convencido aún más de que don Francisco Giner de los Ríos llevaba razón: hay que dejar de ser “filisteo” de manera urgente por si acaso algunas falomancias llegan a nuestras universidades.
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