Dejo atrás la habitación 416 del Hospital Madrid. Me despido del personal sanitario. Camino muy contento. Floto. Enfilo el pasillo y no espero el ascensor. Son apenas las tres de la tarde. Salgo. Estoy en la calle. La vida. La calles siempre dan vida. La luz de Madrid me sonríe. De diamante puro es el sol del otoño madrileño. Todo es de color. ¿Estuve aislado? Ya lo creo. Estuve como en una isla. Y, sin embargo, nunca me sentí solo. Leí libros. Vi películas. Escribí páginas. Hablé por teléfono con la familia y amigos. Repasé tareas para hacer. Y traté de hacer una vida rutinaria. ¡Vida!
Pronto, algunos amigos que nada sabía de mi ubicación en la 416, me solicitaban por correo electrónico tareas sencillas. Una pareja feliz, por encargo de la Asociación Libres e Iguales, me pedía que me hiciera un vídeo, o cómo se diga, dando alguna muestra de apoyo al Jefe del Estado. Al rato, cuando ya me habían inyectado las medicinas, curioso, casi todas acaban en “ina” como Eparina, me grabé un “Viva el Rey” y se lo mandé a Mercedes y Paco.
Después llegó la petición de Iñaki, se trataba de la Ley d´Hondt; quería que grabase un audio de 30 segundos cuestionando el sistema electoral español que se rige por una compleja fórmula “matemática” del jurista belga Víctor d´Hondt. Lo hice con rapidez y contundencia. Dije que era injusta y, además, esa “ley” legitimaba el robo. Esta ley electoral no respeta la proporcionalidad, es decir, no se ajusta ni poco ni mucho a un reparto proporcional de 350 escaños del Congreso entre 36 millones de votantes. En fin, si hubiera una ley normal, o sea proporcional, el partido que tiene hoy 120 diputados en el Congreso no llegaría a 80.
Esta ley d´Hondt es, se mire como se mire, absolutamente injusta. Es necesario cambiarla. Es una terrible coartada para robar a la ciudadanía un preciado valor: el voto. En pocas líneas: esta ley aísla, excluye, a 12 millones de persona que no quieren votar en este sistema, pero desean que se recoja su protesta; luego, hay otros 12 millones que participan en el sistema a sabiendas de sus defectos; y, finalmente, hay otros 12 millones que participan tan contentas del engaño. Estos últimos son los más cínicos y ladrones, sin duda alguna, conforman las castas de los políticos que nada quieren cambiar.
Llego a casa. Disfruto abriendo el correo postal y, más aún, revisando los libritos que he recibido, mientras estaba en la 416. Pepe Iturmendi me ha mandado dos joyitas: una narración sobre los toros, en el Madrid del siglo XVI, y un ejemplar de Manuel Revuelta Sañudo sobre La biblioteca de Menéndez Pelayo. Abro con ilusión una carta de Alemania. Es una invitación para que asista a la inauguración de un ciclo sobre el cine de Gonzalo García Pelayo. El acontecimiento será en un museo de Stuttgart y pasarán en bucle, o sea, a todas horas su película Vivir en Sevilla.
Estoy un poco cansado de tanto ajetreo. Me repantigo en mi silla de trabajo, conecto el ordenador y disfruto de Vivir en Sevilla. Es una transfiguración permanente de lo real, de la ciudad y de la vida. Las realidades se modifican enseguida en sus imágenes. Se volatilizan en beneficio y favor de otras realidades más altas. El inicio es magistral: delante de un hermoso jardín dominado por un árbol centenario, habla con sencillez una mujer de rostro bellísimo. Está presentándose. Se supone que es para un casting. Responde con naturalidad a preguntas sencillas. La cámara sigue filmándola, sonríe, mientras se oyen los comentarios acerca del rodaje de otro de los protagonistas. La película ha comenzado. El prólogo de la obra no es literario. Es cine. Transfiguración y evanescencia. Los tonos tenues y sutiles de la actriz se conjugan sin estridencias con la voz precisa, afirmativa, de otro de los protagonistas.
A partir de la presentación de actores todo es transfiguración, la delicada canción que da paso a los títulos de la película es la anunciación feliz de vivir bajo interinidad. Vivimos, sí, bajo la inminencia de un cambio perpetuo. De contrarios. Caminamos con ansia de complemento. La primavera ha llegado a Sevilla. La vida es perpetua transfiguración. Alteración permanente por la Gracia. “Llena eres de Gracia” es el estro de GGP. Esta película contiene in nuce, 30 años antes de su realización, Niñas y Niñas 2. Desde entonces, desde 1978, la voluntad de transparencia ha acompañado a GGP en su afán creativo.
Vivir en Sevilla es una continua alteración de lo real. Los cambios ligeros, tenues, casi evanescentes, de sus imágenes imprimen una vaguedad de sueño que se mantiene durante toda la película. Vaguedad del sueño y de la música. Imprecisión compensada por ciento de imágenes que cantan al sentido de la vista. Nuestros ojos maravillados asisten al concierto secreto, casi sigiloso, del mundo, de Sevilla, tan sutil y etéreo como la música. Vivimos, sí, las cosas vividas por GGP. Nada hay en esta película que no haya pasado por la vida del director. Esas vivencias son impulsos del alma para trascender lo real. Es la transfiguración de su cine. Deseo volatizador. Vida que trae más vida. El guión y la música le prestan una desenvoltura inédita en su película anterior, Manuela. La soltura de Vivir en Sevilla trajo aplomo y severidad, pensamiento, al cineasta de la evanescencia. Alegre y triste.