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Agapito Maestre

Diario de la pandemia: la pasión de lo griego

Las reflexiones de Rodríguez Adrados sobre 'La pasión de lo griego' son dignas de recuerdo porque contrastan con el dogmatismo de nuestra época.

Las reflexiones de Rodríguez Adrados sobre 'La pasión de lo griego' son dignas de recuerdo porque contrastan con el dogmatismo de nuestra época.
Anne Carson, poetisa canadiense y gran admiradora de Homero, es la última ganadora del Princesa de Asturias de las Letras | Fundación Princesa de Asturias

A pesar de los políticos, casi todos ellos analfabetos y perseguidores de la excelencia, conozco gente seria que vive con decoro de los griegos. Quiero decir que todavía quedan en España personas suficientes para dar la batalla por la cultura griega. Aún hoy es defendida con uñas y dientes por personas de diferentes oficios y profesiones. Filólogos, filósofos, novelistas, comentaristas de fútbol, periodistas y un sinfín más de personas con diferentes profesiones no podrían vivir sin la literatura y la filosofía griegas. Son apasionados de los griegos. 

La lista de mis amigos que se dedican a los griegos es larga. Citaré solo a los que se molestarían con toda razón, si no lo hiciera, entre otras razones, porque son de profesión filólogos clásicos: Emilio Crespo Güemes, Alfonso Martínez Díez, Javier Campos Daroca y Luis Alberto de Cuenca. Son solo unos pocos herederos de los grandes profesores y traductores de la escuela española de filología clásica de postguerra: Antonio Tovar, Manuel Fernández Galiano, Lasso de la Vega, José Manuel Pavón, Luis Fernández Gil, Martín Sánchez Ruipérez, Valentín García Yebra, etcétera. 

Recientemente, en julio de este año, ha fallecido uno de los grandes de esa generación de los cuarenta: Francisco Rodríguez Adrados; su obra sobre la democracia, la tragedia, el amor en el mundo griego es imprescindible no sólo para darle continuidad a esa cultura entre los especialistas, sino para que los humanistas de hoy consigan “actualizarla”. Sus reflexiones sobre La pasión de lo griego son dignas de recuerdo porque contrastan con el dogmatismo y la cerrazón nuestra época. Lo griego, sí, es la antítesis de “lo políticamente correcto”. No me extraña que, cuando un político barrunta que alguien sabe griego, o sencillamente gramática, lo expulse de su entorno. Los políticos siempre desconfían de las personas que saben Gramática.

La pasión de lo griego no es un punto de llegada para Rodríguez Adrados sino de partida, porque es una cultura que lo deja todo abierto. Hay propuestas, sí, pero nadie se hace la ilusión de que sean definitivas. Lo griego, la lucha con lo griego, es abertura y riesgo. La democracia, la tragedia y la ciencia griegas siempre fueron mal vistas por las “culturas” cerradas y dogmáticas. Pero, de un modo u otro lo griego siempre ha estado presente a lo largo de la historia de otras culturas por fuertes que éstas fueran; así sucedió con la literatura latina, con la religión cristiana y con los árabes… Grecia y sus modelos culturales sobreviven y se imponen. Entre las figuras y creaciones de la cultura griega, quizá la que goza de menor predicamento sea la tragedia, el héroe trágico, que luchaba contra los gobiernos tiránicos, que quiere acabar con la peste o con el enemigo que asola la ciudad. Ya a finales del siglo V a. C. se impusieron otros modelos más estables y menos dramáticos. 

Sin embargo, se pregunta Rodríguez Adrados, ¿cómo no iba a resucitar una y otra vez, en épocas de angustias, esa figura trágica del héroe? No descarto que aparezca en nuestro tiempo alguien con esos rasgos, pero de momento conformémonos con leer a quienes luchan porque no desaparezcan esos ideales griegos. Entre los grandes del siglo pasado, luchadores por la cultura griega en lengua española, me atrevo a recordar la gran obra de Alfonso Reyes, escojo hoy para este recuerdo de libros sobre Grecia el tomo XIX de sus Obras Completas, que recoge, aparte de su libro sobre Los poemas homéricos y La afición de Grecia, su traducción de La Ilíada. Es la traducción de un poeta, de un humanista, quien en un exceso de humildad nos dice que “no leo la lengua de Homero; la descifro apenas. 'Aunque entiendo poco griego' —como dice Góngora  en su romance—, un poco más entiendo de Grecia”. Es una traducción de una gran fidelidad, como reconoce Reyes, a la obra más que a las palabras. Crítico inteligente de los malos filósofos que reducen el “pensamiento” a etimología, Alfonso Reyes, como sus maestros Marcelino Menéndez Pelayo y Unamuno, es implacable con los etimólogos: “El que quiera la traducción del filólogo sabe dónde buscarla. Abundan los libros de esta índole, y son excelentes. Pero ellos importan y convienen al estudiante de gramática griega, no al lector, a quien decididamente ahuyentan y fatigan. Y malo, muy malo, se cae en la manía etimológica, que ya está dando resultados funestos y falsea la representación que los mismos griegos tenían de sus vocablos; pues nadie, en los pueblos civilizados, habla ni piensa según las etimologías; nadie se pone a la sombra de una semilla, sino de un árbol”.  

Por cierto, el filósofo García Bacca, quien sabía muy bien griego y había ayudado a Reyes en su traducción, reconoció que ésta estaba más cerca del original griego que las demás traducciones, sencillamente, “por instinto poético”. Y, dicho sea de paso, nadie que se interese por la filosofía contemporánea y los griegos deje de leer las Confesiones de García Bacca. Por este gran libro de filosofía, escrito a los 90 años de edad, podemos enterarnos de primera mano sobre la pasión de los griegos de Alfonso Reyes, incluso le llevó a endeudarse hasta las cejas por tener una de las grandes colecciones de los clásicos griegos y latinos de nuestra época: “En una de las reuniones (para la traducción de La Ilíada), casi sin saludarme Don Alfonso me condujo a un nuevo armario que acababa de estrenar. No le cabía, dígaselo así, el gozo en el alma ni la sonrisa en los labios ni el chisporroteo en los ojillos —ojillos benévolos, más con dosis de malicia y gracia—. El armario contenía cuatro cientos volumencitos —en tela, con cantos dorados, de exquisito gusto— de la Loeb Classical Library de Oxford. Clásicos griego y latinos. Texto griego o latino, en la correspondiente página su traducción al inglés, con introducción y notas (…). Me daba envidia, y se lo dije. Mas él añadió, poniéndose serio: 'García Bacca, ¿cómo las pago?'.

Y espontáneamente me fue contando sus ingresos: sueldo de embajador jubilado, director de la Casa de México; y con graciosa sonrisa, añadió: ´Redacto en buen castellano las actas de las sesiones de un gran Banco, reviso los guiones en castellano correspondientes al inglés de películas, etcaetera —sea dicho en homenaje al latín—, katá tá loipá, ktl. —en honor al griego—. El silencio que siguió, secreto para él: ¿daba todo ello para pagar los cuatrocientos volumencitos?”. 

De las muchas y buenas traducciones existentes de La Ilíada, además de la literal y literaria de Emilio Crespo, cito la que ha hecho en buena prosa, y solo de los Cantos I y II, nuestro amigo y poeta Luis Alberto de Cuenca. En todo caso, el problema hoy no es de tener buenas o malas traducciones, sino quienes son los grandes autores que actualizan aquí y ahora las grandes obras de Homero. Creo que los españoles tenemos la gran suerte de contar con una inmensa tradición de filología clásica; y, seguramente, hoy más que ayer, cuando los políticos han suprimido de los estudios de bachillerato la enseñanza del griego, asistimos a un renacimiento, o mejor a una nueva pasión por los griegos

En fin, alegrémonos porque  este año, entre los premiados por el Princesa de Asturias, hay una mujer canadiense que ama a los griegos en general, y a Homero en particular. Se llama Anne Carson, es canadiense y disfruto cuando compara a Homero con Alberto Moravia y Jean-Luc Godard. Su estudio sobre el lucro y su ausencia en estos tres autores es de lectura obligada. Creo de verdad que la señora Carson no es una vendida: “¿Qué significa hoy en día ser un vendido? ¿Hay alguna diferencia entre vender y venderse? Es una frontera  muy tenue. A Homero le interesaba esta frontera: la pone a prueba y la problematiza y juega con ella en su Odisea, como lo hacen Alberto Moravia en su novela basada en la Odisea y Jean-Luc Godard en una película basada en la novela de Moravia (…). Tanto la novela como la película se traducen como El desprecio. Es una palabra dura. ¿Cómo resonaría en el caso de Homero?”.

Pero eso lo dejamos para otra entrega. Entonces, escribiremos más despacio de la epopeya y su modelo máximo La Ilíada. 

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