Madrid, 31 de agosto de 2020
Vivimos tiempos determinados por canallas. Tiempos de incertidumbre e indeterminación. La epidemia en alza, un Gobierno débil y una Oposición desdibujada son los principales componentes de la vida política española. Cuesta trabajo hilar un argumento "esperanzador" para predecir el inmediato porvenir de España. No hay futuro alguno para un país con estos dirigentes. Pero alegrémonos de nuestra actual situación, porque esto se pondrá mucho peor. Las paparruchadas de Sánchez, en la Casa de América, dirigidas a los del Ibex 35 y a los sindicatos, bien pagados por el Estado, son solo trinos y papelillos de colores para ocultar lo real: un Gobierno roto, sin PGE, con la epidemia creciendo, la economía destrozada, el desempleo al alza, el incierto y accidentado inicio del curso escolar y el recrudecimiento del desafío catalán.
¿Qué posibilidades hay de un Gobierno de concentración nacional? Ninguna. Pero sería una salida plausible. Razonable. No se logrará, porque en España no existe la política. Domina el fanatismo, la propaganda y la ideología. Y, además, porque los españoles no estamos organizados para defender nuestros derechos individuales, políticos y sociales, o sea, no tenemos instituciones que nos defiendan, como diría los amigos de Proudhon, del Uno, del poder, lo ejerza quien lo ejerza. Ni los empresarios ni los sindicatos asistentes al acto de Sánchez representan a la Sociedad Civil. Creo que no se representan ni a sí mismos. La Sociedad Civil española es tan débil que no pasa de ser un desideratum, una expresión, para hacer como si existiese democracia en España. Falso. La definición y conceptualización de un "derecho" individual, político y social a través de una institución de carácter académico, universitario, o cultural es algo casi imposible de hallar en España. No existen instituciones de socialización intelectual, incluidos los medios de comunicación, capaces de controlar a la marrullera casta política.
La democracia es solo un vocablo para ocultar las miserias de una nación que se muere de asco y de coronavirus. Vivimos una dictadura de mediocres, mamarrachos y aventureros en todos los ámbitos de la Administración del Estado. Nos "gobierna", sí, una gentuza que desconoce por completo que es una sociedad secularizada, una sociedad civil desarrollada y una opinión pública política madura. Y, además, les importa una higa cuántos caigan en esta epidemia. La incertidumbre generada en los ciudadanos por nuestras "elites" políticas es de tal magnitud que no me canso de citar el clásico crítico del poder:
"Ser gobernado es ser vigilado, inspeccionado, espiado, dirigido, legislado, reglamentado, encasillado, adoctrinado, sermoneado, fiscalizado, valuado, censurado, mandado por quienes no tienen ni título, ni saber, ni virtud para ello. Ser gobernado significa, en cada operación, en cada transacción, ser anotado, registrado, censado, tarifado, timbrado, cotizado, patentado, licenciado (…), enmendado, corregido. Es, bajo pretexto de utilidad pública y en nombre del interés general, ser expuesto a contribución, desollado, explotado (…), depredado, robado; y luego, a la menor resistencia, a la primera palabra de queja, reprimido, multado (…), condenado, deportado y, para colmo, burlado, ridiculizado, ultrajado, deshonrado. ¡He aquí el gobierno, he aquí su moralidad, he aquí su justicia!"
Sin embargo, la crítica de Proudhon al personal que detenta el poder central, autonómico y municipal es apenas una caricatura de la gran crítica del ciudadano medio de España a sus políticos. Salvo los fanáticos, nadie confía un ardite en las instituciones políticas. He ahí la tragedia de una nación en ruina. El personal no cree nada. Y con razón. Solo trata de sobrevivir. Seis meses después del inicio del confinamiento la covid-19, la incertidumbre es total ante el futuro más inmediato de España. La gente, el ciudadano desarrollado, no se pierde con las memeces del Gobierno y la Oposición. Cada uno trata de salvarse como puede. El coste de esta retirada de lo público no sólo es grave para la sociedad sino para los individuos, incluida la estabilidad emocional… Ya se le ha ido a mucha gente la pinza. Empieza a ser preocupante el número de enfermedades psíquicas y suicidios de los últimos meses.
Hoy como ayer, querido lector, resulta difícil para una persona con criterios cívicos defenderse del Gobierno y de los poderosos mecanismos del mercado. Es difícil enfrentarse al poder, sin importarnos ahora el signo político de quien lo detente, para defender los derechos individuales, políticos y sociales. Es dificilísimo enfrentarse al poder, porque no hay "sociedad civil" que, según mi maestro Habermas, no es sino el conjunto de instituciones que definen y defienden los derechos individuales, políticos y sociales de los ciudadanos y propician su libre asociación para defenderse de la acción estratégica del poder y del mercado.
Y, precisamente, porque no hay sociedad civil, los españoles de bien solo tienen aguante. Sí, aguante es entereza, paciencia, en fin, cuajo. Es lo que vamos a necesitar contra quienes utiliza sin ton ni son el horroroso anglicismo"resiliencia".