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Santiago Navajas

No os arrodilléis

Se ha puesto de moda en la tribu socialdemócrata que los blancos se pongan de rodillas para pedir perdón por el racismo.

EFE

Se ha puesto de moda en la tribu socialdemócrata que los blancos se pongan de rodillas para pedir perdón por el racismo. El primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, que también pidió perdón por disfrazarse de negro en una fiesta universitaria, se puso de rodillas en una marcha en protesta por el homicidio de un afroamericano en un incidente con la policía en EEUU. Hay que señalarse públicamente ante el Tribunal Progre. Si no eres antirracista (de izquierdas), se te considerará automáticamente racista. Si no eres antifascista (de izquierdas), fascista. Si no eres feminista (de izquierdas), machista. Y votar o simpatizar con Trump es declararse fan de Auschwitz. Es duro sobrevivir en una sociedad en la que tienes que demostrar todo el tiempo que eres un mirlo blanco de lo políticamente correcto (la expresión ‘mirlo blanco’ también se considera racista).

El liberalismo enseña a desconfiar de todos los políticos. Especialmente de los que piden perdón y se arrodillan sin coste personal. Como advirtió Diderot, el peor tirano es el tirano virtuoso. Están abusando de nuestros sentimientos, mancillando gestos nobles y convirtiendo la ética en marketing. El perdón se declina dimitiendo. Y de rodillas, a casa.

La HBO también se ha puesto de rodillas y ha retirado Lo que el viento se llevó. Perturba a los milenials. Me parece bien. Es una película tan gigante, bella y liberadora que no merece estar al lado de la morralla habitual. Las películas más grandes que la vida se ven en pantalla grande o no se ven. Que se queden con Moonlight y 12 años de esclavitud. Pedir disculpas por algo que uno no ha hecho mal es un sentimiento perverso. Pero no debemos minusvalorar el masoquismo moral de la izquierda.

La inquina de la izquierda contra Lo que el viento se llevó, una película que siempre despreció por comercial y clásica, tiene raíces más profundas que su supuesto racismo. Duele que la película que se considera la más simbólica del Hollywood imperial sea a la vez la más feminista de la historia. Su protagonista, Escarlata O’Hara, es la representación más poderosa de una mujer que se hace dueña de su destino. Prima hermana de la Nora de Casa de muñecas de Ibsen, Escarlata rompe techos de cristal y estereotipos en su guerra civil íntima contra todo lo que pretende enjaularla en algo que no sea su capricho, al principio de la epopeya, y su autonomía moral, a medida que se transforma de niña consentida en mujer de armas tomar. Es imposible imaginar a Escarlata de rodillas ante nada ni ante nadie, ni siquiera ante el Dios al que pone por testigo de su voluntad de hierro y fuego.

Hay otro motivo filosófico que hace que la izquierda tradicionalmente haya odiado la película de David O. Selznick. Representa un punto de vista individualista sobre la Historia en lugar del colectivista de películas como El acorazado Potemkin. Tanto Escarlata O’Hara como Rhett Butler muestran cómo los individuos pueden trascender su época sin verse dominados por la estructura social y el condicionamiento histórico, las argucias conceptuales de la izquierda para evitar la responsabilidad individual e imponer la ingeniería social.

Doscientos años después, la HBO imita a Thomas y Harriet Bowdler, que publicaron en 1820 una edición de las obras de Shakespeare expurgadas de todo aquello que pudiera molestar a las tiernas almas súbditas decimonónicas. Parafraseando a los familiares hermanos censores británicos, HBO "presenta al público una edición de series y películas en las que los tutores, el Estado y los educadores de la juventud pueda poner sin temor en manos de la generación milenial". Si se puede cambiar Rey Lear para que tenga un final feliz, ¿por qué no ‘contextualizar’ Lo que el viento se llevó de modo que el público tenga una guía de interpretación juiciosa y de buen gusto? Aunque Harold Bloom ya advirtió de que leer al servicio de cualquier ideología es peor que no leer nada. Pero en realidad no podrán poner de rodillas ni a Shakespeare ni a Escarlata. Y seguramente tampoco a usted, orgulloso, lúcido y valiente lector independiente.

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