Madrid, 4 de junio
Cuando Sánchez dio vivas al 8-M, en el debate parlamentario del 3 de junio, me sentí sorprendido. Se necesita ser muy osado para clamar a favor de unas macromanifestaciones que han traído enfermedad y muerte a nuestro país. Pero su argumentación me dejó perplejo. Vi de golpe todo. Fue una iluminación. El carácter destructivo de este hombre es imparable. Me dejó consternado. Este político parece hecho a la medida de los españoles. Apagué la televisión y me puse a releer el capítulo del Quijote que precede a los de la Novela del Curioso impertinente. Me sosegué y, a la hora convenida por mis gobernantes, según la Fase 1, fui a dar un paseo. Observé que la gente bebía y comía en las terrazas de los bares con la mascarilla en el codo o en el cuello, mientras soltaba venablos contra unos y otros. La cólera del español sentado no cambia. Todo es normal.
Regresé pronto a casa. Nada de lo que veía me resultaba grato. Abrí un periódico de la Internet y leí unas encuestas. Parecían en concordancia con el comportamiento festivo de los que utilizaban la mascarilla como adorno. Los gobernantes salían muy bien valorados. Imagino que son ellos los que pagan las encuestas. ¡O quizá no! No seamos tan optimistas. El carácter destructivo de Sánchez es generosamente recompensado por la cochambrosa "sabiduría" del pueblo español. Pareciera que el personal está encantado con sus discursos televisivos, sus nombramientos de amigotes para la gestión administrativa y su buen hacer para que el pueblo no pase hambre ni sed. Y es que si miramos con detenimiento a España, a la gobernada por un coalición de fuerzas socialistas, comunistas y separatistas, observaremos con facilidad que las huellas de la destrucción son siempre eliminadas por el presidente. He ahí la mejor definición del carácter destructivo: siempre elimina lo destruido.
"Reconstruir" España
A propósito de destrucción, no dejo de darle vueltas a la reflexión que me mandó, hace más de mes y medio, mi amigo Jorge Casesmeiro, quien me relataba una calculada secuencia de barbaridades de este Gobierno con un único objetivo conservar el poder a todo trance para "reconstruir" España. Y claro, para reconstruirla primero tenía que terminar de destruirla con su quinta columna: el virus. El coronavirus. Sí, esa terrible enfermedad era solo el pretexto para cebar a los medios afines y estrangular a los disidentes, económica y legalmente. Y, de paso:
1. Instrumentalizar todas las instituciones del Estado (CIS, Fiscalía General del Estado, Abogacía del Estado, etc.) para sus fines propagandísticos.
2. Utilizar a las fuerzas del orden para vigilar y castigar a los desafectos (las palabras del General Santiago de la Benemérita fueron elocuentes ).
3.Mandar a los sanitarios al matadero sin material adecuado (los "kamikazes españoles", los llamaron en el New York Times).
4. Abandonar a las residencias de ancianos a su suerte. Seguir arruinando a la clase media a base de restricciones e impuestos (especialmente a los autónomos).
"Golpe de estado permanente"
Madrid, 5 de junio.
Entre mentiras y más mentiras del Gobierno en general, y del ministro del Interior en particular, prosigue el proceso de atenuación, desescalada le llaman los políticos, del estado de alarma por la peste del coronavirus. Nadie tiene claro en que acabará este desastre. El personal traga con todo. No tiene mayor aspiración a que lo dejen vivir tranquilo. La España de siempre, cobarde hasta arrastrarse por los lodazales de los poderosos, funciona por las inercias. Está acostumbrada a convivir con el "golpe de estado permanente", hasta los líderes regionales del PP cantan las virtudes de la moderación; por favor, dicen todos los atildaditos barones de ese partido, arreglemos la economía y punto. Todos suplican por las buenas formas y comportamientos educados con sus enemigos. Todos comulgan con las declaraciones del vicepresidente del Gobierno: "No crispen. Ayuden a la gobernanza".
En la España de hoy, como en la del pasado, los partidos políticos parecen no tener nombres propios. Solo existen como "nosotros" y "ellos" y, a veces, se les conoce por los apodos de los caciques locales. La cosa sigue funcionando como en las épocas más tristes de nuestra historia. Nadie piensa en términos de partidos políticos nacionales, en partidos para la nación española, sino únicamente en facciones de carácter local y autonómico. La política parece una cosa de familias y amiguetes. Los nombramientos de cargos sin sentido son criticados hoy, pero mañana están olvidados. Nadie se espanta de nada. España es un país con unas tragaderas impresionantes. Viva el cante y el baile. Cachondeo y juerga… Olvidemos a los muertos y al lío de sálvese, naturalmente, quien pueda. Somos el peor ejemplo del mundo. No me extraña que vuelva la España de los hispanistas.
Otra vez, como en el XIX y el XX, hay hispanistas por todas partes. La única unidad que antes tenían los hispanistas venía determinada por el objeto de estudio, España, porque todos nos investigaban desde los supuestos de su cultura nacional. Pero ahora, con la epidemia del coronavirus, tiene otra razón de unidad; por primera vez en la historia, todas las formas de hispanismo, desde el inglés, alemán y francés, pasando por el norteamericano, italiano y polaco, hasta llegar al sueco y el griego, coinciden en las mismas preguntas: ¿cómo pueden los españoles aguantar un gobierno que no sabe contar los muertos por la Covid-19?, ¿por qué salen tan baratas las mentiras de los políticos?, ¿qué tipo de "democracia" es la española que tiene por divisa el fraude institucional y la mentira de sus gobernantes?
"La claridad es poder"
Madrid, 6 de junio.
La prensa del sábado no da para mucho. Me entrego a la lectura de un libro de Yuval Noah Harari: 21 lecciones para el siglo XXI. Predicciones del pasado. Prescindible. Nada nuevo bajo el sol. De política sabe poco y de historia, en fin, lo de siempre… Todo es tan políticamente correcto que asusta: "La claridad es poder". Una falsa ilustración inunda el mundo con ese tipo de lugares comunes.
Vuelvo a mis obsesiones. Y escribo que el despótico comportamiento del Gobierno de Sánchez es la coronación de dos años de encanallamiento sin precedentes en la política española de las últimas décadas. Encanallamiento es, en efecto, comportarse como si fuera normal todo lo que es anormal. Extraño y anormal fue la manera que tuvo Sánchez de llegar a su primera presidencia del Gobierno. Extraña y anormal fue su forma de conformar este Gobierno con fuerzas políticas ajenas a los principios de autolimitación que exige la democracia liberal. Y extraña y anormal esta siendo las maneras de gestionar la epidemia de la Covid-19 con un estado de alarma que más parece de excepción. Estamos al borde del precipicio institucional, pero aún hay partidos políticos que creen que saldremos de ese pozo mejores y unidos… ¿Unidos en torno a qué ideal y, sobre todo, en torno a quién? ¿Y de moral para qué hablar? Los moralistas, sí, los que no se le cae de la boca las expresiones "ética de mínimos", "diálogo" y "consenso" están siempre con los que mandan… No es extraño que la gente solo piense en las cañas y el verano. España en estado puro. Ojalá me equivoque, pero solo veo matones al norte y nihilistas por todas partes.
Madrid, 7 de junio.
Hay en España buenos periodistas que hacen con una gran dignidad su trabajo y, además de denunciar las tropelías de los poderosos, marcan pautas para salir del obsceno y más vulgar presente. Abundan sin embargo los que comen en las manos del poder. Son los que ya han empezado a quitarle espinas al Gobierno para dar paso a una "falsa normalidad" de esta legislatura. Los más insoportables son los que van de listos y confunden permanentemente las causas con los efectos. Sánchez, sí, no es la causa de todos nuestros males, sino el efecto más perverso de un sistema político que dio lugar a un tipo como Rajoy. ¿Cuál de los dos ha sido más destructivo para España? La respuesta es obvia. Tanto monta, como dice el dicho sobre Isabel y Fernando, o monta tanto uno como otro. Los dos están tocados por lo peor que puede definir a un político: un carácter destructivo.
Son perseverante en la destrucción hasta la locura. No les importa nada lo que digan de ellos. Eso, sí, su cobardía está a la altura de su capacidad destructiva. Son tan cobardes que nunca actúan solos. Odian la soledad creativa. Necesitan gente, muchas gente, a su alrededor que levante acta de su efectividad destructiva. Sánchez necesita tanto a Iglesias como a otro ciento de asesores, ministros y más ministros, directores generales e incluso exministros en los Consejos de Administración, cuantos más mejor… Su labor es decisiva: tienen que certificar y levantar acta de sus destructivas hazañas… Eso es todo. Nadie crea que esto es una análisis de psicología política. Está a la vista de todos. Otra cosa es que pretendamos engañarnos. Las formas de hacer "política" en España no han venido de las satrapías hispanoamericanas, ojalá, sino que se la hemos llevado nosotros a los hermanos de aquel Continente. El terrible carácter destructivo español sigue siendo objeto de los estudiosos de las democracias occidentales. Trabajo de hispanistas.