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Zoé Valdés

Post plaga

¿Advierten que cuanto más padecemos más nos controlan, como si inocular e incentivar sufrimientos formara parte de algún plan macabro para mermar la humanidad y limitar sus movimientos?

¿Han pensado en el miedo de los niños a salir de nuevo a las calles, como leí ya en alguna parte? ¿Han reflexionado en los abuelos sobrevivientes, paralizados, indecisos, resguardados hasta el final de sus días? ¿En las depresiones y suicidios, como ha sucedido con el joven actor venezolano Miguel Ángel Sánchez en Nueva York? ¿En los afectados por los daños colaterales de la plaga?

¿Se han detenido a analizar que, como ocurrió tras los dramáticos ataques terroristas en Estados Unidos el 11-S de 2001, nada traerá de vuelta las costumbres anteriores, salvo el hombre mismo, que es el único ser que tropieza mil veces con la misma piedra sin consecuencias en su memoria? ¿Advierten como yo y unos pocos que cuanto más padecemos más nos controlan, como si inocular e incentivar sufrimientos formara parte de algún plan macabro para mermar la humanidad y limitar sus movimientos? Seguramente no. Es muy temprano, y con mayor frecuencia los ciudadanos de este extraño mundo se inquietan más de lo que sucederá en las pantallas de sus ordenadores que en sus propias vidas.

Aquello que leíamos en las novelas –lo digo para los sesudos que se niegan todavía a leer novelas– nos está finalmente invadiendo, poseyéndonos, destruyéndonos. Ningún influencer hasta ahora ha preconizado nada como esto. Sólo los novelistas, únicamente los escritores han sido visionarios, aunque no todos. Pero el individuo, esta raza cada día menos conectada con su mente y absolutamente desligada del pensamiento, lee menos y manotea más.

Por otra parte, veo a actores que otrora admiré pidiendo, exigiendo, amenazando y reclamando recompensas, ayudas, contribuciones, subvenciones; piensan sólo en ellos y en sus carreras como actores, muy poco en sus vidas, o viditas. Y, por supuesto, nada en las vidas de los demás, no ya de los músicos, ni siquiera, mucho menos de los autores, cuyos textos fomentan, nutren sus actuaciones; ¿y de la gente que no tiene ni donde caerse muerta, literalmente hablando? Nada. Cero.

¿Qué hay que pedir, además de un mínimo de vergüenza, para que esa gente no pierda? Ellos, que son los que inundan los teatros, los cines, pagan por verlos actuar, y que hoy en día quedan desvalidos, despedidos de sus trabajos por razones obvias, hundidos en el espanto de no saber qué hacer cuando tengan que enfrentar otra crisis, la mayor de todas, que nos tocará invariablemente.

Me entristece y avergüenza esa necesidad de convertir la tragedia en un espectáculo en el que importa más la fama que la verdadera tragedia. Ahora todos cantan al son de una promesa que no cumplirán: que si serán buenos, mejores, que si abrazarán al primero que se tropiecen, blablablá… Nada de eso ocurrirá si no les ponen el billete delante. Porque de verdad lo que buscan estos personajillos deprimentes mediante esos lamentables vídeos es asegurar contratos en un futuro, más que ser de verdad solidarios con el dolor ajeno.

La post plaga será tan o más dura que la plaga misma. No nos observarán igual, estaremos más encarcelados que ahora: con el chip encajado en el brazo, o en la oreja (el lugar es lo de menos), el teléfono pinchado a un robot rastreador o perseguidor… Espiados y aplaudiendo.

Muertos en vida y aplaudiendo, que es lo que mejor se les da a los que van por ahí creyéndose todavía vivos y pseudo libres. Porque, ¿qué "reclamo burgués" sería ese de ser libres enteramente?

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