¿Qué tienen en común Dios y el coronavirus? Como muchos no los ven, uno es muy grande y el otro es muy pequeño, no creen en su existencia (o la consideran irrelevante). Blaise Pascal planteó la cuestión de Dios no desde la perspectiva de la existencia sino desde el punto de vista de la creencia. No sería la cuestión pertinente si Dios existe o no sino más bien si nos conviene creer en su existencia. Pascal, un especialista teórico en juegos de azar por cierto, demostró que lo racional es apostar por la existencia de Dios. Si apuestas que existe y no existe, no pierdes nada. Si apuestas que existe y da la casualidad de que existe, lo ganas todo.
Dios se parece al coronavirus en que como no se ve mucha gente actúa como si no existiera. Aunque, a diferencia del ser supremo, nadie duda de la existencia del ser vírico, sin embargo sí hay manifiestas dudas sobre cómo enfrentarlo. Era evidente el sábado para cualquiera con dos dedos de frente que no solo era recomendable suspender sine die la manifestación "feminista" del 8M sino también el mitin de VOX y cualquier evento multitudinario, como partidos de fútbol y demás ritos religiosos. Sin embargo, el Gobierno y gran parte de la población prefirió mirar hacia otra parte, creyendo sus expresiones de deseo (como la de Lorenzo Milá en la siempre progubernamental TVE) de que la pandemia era "como una gripe más".
En casos como este es mucho mejor apostar con Pascal a la hipótesis que menos daño produce en el caso de que se dé el peor escenario. Porque si no crees en Dios pero resulta que Dios sí existe te puede tocar uno de los círculos más profundos del infierno. Si no crees que el coronavirus es mucho más infeccioso y letal que una gripe te puede tocar un país sumido en el caos, la recesión y la muerte (véase Italia) durante mucho más tiempo que si hubieses tomado medidas preventivas excepcionales y duras pero asumibles (véase Corea del Sur).
Hay dos hipótesis sobre por qué no se ha actuado así por parte del Gobierno de Sánchez. Una tiene que ver con la estupidez y la incompetencia de un gobierno sumido en la esquizofrenia ideológica y la disputa partidista en su mismo seno. La otra tiene que ver con la tríada tenebrosa de la personalidad, según la cual tanto Sánchez como Iglesias, los dos machos alfa en conflicto por el liderazgo del poder, son víctimas de tres virus psicológicos – la psicopatía, el narcisismo y el maquiavelismo– a cuyo lado el coronavirus no es sino un resfriado común.
Soy más partidario de la estupidez dado que la inacción criminal del Gobierno de Sánchez ha sido replicado por la Junta de Andalucía de Moreno Bonilla y Juan Marín, los cuales han cerrado el Parlamento de Andalucía pero han mantenido abiertos los centros educativos a pesar de toda la evidencia de que no solo es que sea mejor prevenir que curar sino que es completamente imprescindible. Cerrar el Parlamento pero dejar abierto los centros educativos muestra también la alarmante paradoja de que los responsables políticos puede ser que sean estúpidos pero desde luego no son idiotas.
Ambas son compatibles, por supuesto. No hay que descartar que se haya seguido la estrategia de esconder la cabeza bajo tierra en sucesivos y complementarios momentos de estupidez, maldad y cobardía. Tengamos en cuenta que en el Gobierno hay gente como Irene Montero y Carmen Calvo, Garzón y Montero, Marlaska y Castells. Lo mejor del Frente Populista y el Núcleo Irradiante, de miembras y portavozos.
Cabe, sin embargo, una cuarta hipótesis: la fatal arrogancia de aquellos que asumen el poder del Estado, sobre la que nos advirtió Hayek. Porque puede ser que no sean ni estúpidos ni malvados sino algo peor: soberbios. El pecado de Luzbel que le llevó a convertirse en Lucifer fue precisamente el de creerse por encima incluso de Dios. Los socialistas tan dados por su propia estructura ideológica a considerarse superiores moralmente también son proclives al síndrome platónico de creerse por encima del bien y del mal, de la verdad y la falsedad. En este caso, me temo, esta suma de complejos de superioridad moral, política y epistémica les ha llevado creer que podrían controlar algo tan humilde y poca cosa en sí mismo como un infinitesimal virus, del que no podemos decir, siquiera, es está vivo (o muerto).
Como coda, en relación con la actuación del Estado y a raíz de que muchos medios socialistas han aprovechado para criticar a los liberales por haber pedido la intervención del Gobierno con medios adecuados y regulaciones más estrictas, recordar lo que defendía Hayek en Camino de servidumbre a propósito del Estado en relación a situaciones de emergencia que sobrepasan la acción colectiva habitual:
No existe tampoco razón alguna para que el Estado no asista a los individuos cuando tratan de precaverse de aquellos azares comunes de la vida contra los cuales, por su incertidumbre, pocas personas están en condiciones de hacerlo por sí mismas (...) no hay incompatibilidad de principio entre una mayor seguridad, proporcionada de esta manera por el Estado,y el mantenimiento de la libertad individual. A la misma categoría pertenece también el incremento de seguridad a través de la asistencia concedida por el Estado a las víctimas de calamidades como los terremotos y las inundaciones. Siempre que una acción común pueda mitigar desastres contra los cuales el individuo ni puede intentar protegerse a sí mismo ni prepararse para sus consecuencias, esta acción común debe, sin duda, emprenderse.
Y es que los liberales puede ser que seamos muchas cosas –un pelín egoístas y un tanto ávaros– pero la estupidez y la idiocia que han demostrado nuestros representantes políticos, ninguno de ellos liberal, no están entre nuestras renombradas virtudes.