Pero no son bárbaros. Lo que pasa es que los demás no queréis reconocer que son superiores. Pasa lo mismo con Galdós. ¿Por qué Galdós no tiene el nombre que debe tener?
Buñuel defendía, en diálogo con Max Aub, la morcilla de Burgos, el vino de Toro y a Benito Pérez Galdós. Este año, en su centenario, Javier Cercas ha venido a tocarle los bemoles a Buñuel poniendo en cuestión el valor literario de Galdós, un mero pedagogo según el autor de Soldados de Salamina, imposible de comparar con, pongamos, Flaubert. Galdós sería unos huevos fritos con patatas allá donde Flaubert es un restaurante parisino con tres estrellas Michelín. No es nuevo lo de Cercas, forma parte de los pecadillos de juventud de los autores españoles, afrancesados que se declaran amor eterno por Flaubert mientras posan con un palillo entre los dientes, como ya reconocía Rafael Alberti:
Por eso nos gusta tanto (Galdós). Ahora, a mí me gusta mucho ahora; de mayor, toda esa novelística que antes, cuando tenía veinte años, ni siquiera atendía a ella (...) hace ya más de veintitantos años que leo todo eso. Es el jaleo inmediato a nosotros, nuestra propia familia. Esa novela que uno está leyendo le gusta tanto porque no es ya una novela, sino que se cae en la cuenta de que es la madre de uno: que es una tía mía, Josefina, que tenía visiones; que es mi tío Vicente, que se emborrachaba y se ponía de rodillas ante el Santísimo Sacramento y luego se iba a su logia masónica;—porque era masón—. Y cosas extraordinarias que están en Galdós y que ahora se da uno cuenta de que la familia de uno era eso y que por eso nos gustan, porque éramos parte.
Estilísticamente hablando, Galdós no es un artista de la palabra. No era Flaubert, como dice Cercas, ni tampoco Dante o Quevedo, los estilistas supremos. Galdós era un gran novelista pero no tenía un estilo tan depurado como el del autor de Madame Bovary que, es fama, podría estar dándole vueltas a un adjetivo dos semanas o dos meses. Mientras Don Perfecto se decide entre "bleu" y "bleue", Galdós te ha escrito un pequeña novela como Doña Perfecta. Podemos recriminarle a Galdós que escribiese demasiado como a Clarín que se prodigase demasiado poco. El caso es no estar nunca satisfechos.
Así que, por seguirle el juego a Cercas, reconozcamos que Galdós no está en el equipo de los supremos estilistas pero ello no quiere decir que no esté en primera fila de la literatura. Entre otras cosas porque en su equipo tenemos a Balzac, Stendhal, Dostoievski, Faulkner, D. H. Lawrence, Gogol y, si me apuran, Cervantes y Shakespeare, a los que Nabokov tacharía un par de cientos de páginas por no reunir condiciones de prosa pluscuamperfecta y poesía iridiscente.
También le recrimina Cercas a Galdós que no es neutral. Pero pedirle a un autor del siglo XIX que sea neutral es como solicitarle a Donald Trump un poco de mesura a la hora de poner sus pequeñas manazas en Twitter. Expresó magistralmente Isaiah Berlin El fuste torcido de la humanidad cómo era el talante y la ambición de los novelistas decimonónicos:
A mí su enfoque me pareció esencialmente moral: les interesaba sobre todo saber a qué podían atribuirse la injusticia, la opresión, la falsedad en las relaciones humanas, el encarcelamiento con muros de piedra o con el conformismo (sumisión resignada a yugos construidos por el hombre), la ceguera moral, el egoísmo, la crueldad, la humillación, el servilismo, la pobreza, el desvalimiento, la amarga indignación, la desesperación de tantos.
Sin duda, Galdós tiene páginas que son mucho peores que las menos agraciadas de Dickens y Flaubert pero también es verdad que cuando se pone estupendo es tan bueno como el inglés y el francés. Cuando era malo, era el peor; cuando el bueno, era el mejor. Federico Jiménez Losantos ha trazado la jerarquía de la obra galdosiana. Para no incurrir en el chovinismo patrio que tanto detestan nuestros cursis afrancesados, que jamás prueban el cava y el rioja porque para su paladar exquisito mejor morir de sed que descabalgarse del champán y el burdeos, admitamos que entre lo infame y lo soberbio de Galdós respecto a sus coetáneos europeos podemos calificarlos a todos ellos con la misma media y así dejar contentos a fans de los garbanzos y el caviar.
Pero Galdós no solo es un gran novelista. Como Dickens y Flaubert respecto a sus patrias, Galdós es también el inventor de un modo de ser español. Sostiene Harold Bloom que Shakespeare es el inventor de lo humano (pasándose tres pueblos porque los inventores de la humanidad fueron los clásicos griegos, con Sófocles y Platón a la cabeza). Pero sí tenía razón en que Shakespeare junto a Cervantes, Calderón, Descartes y Hobbes inventaron en el siglo XVII la Modernidad. Más adelante, ya en el siglo XIX, Darwin y John Stuart Mill inventaron la sociedad abierta, liberal, científica y tecnológica. Otros, como Hegel, Marx y Nietzsche, pusieron las bases de lo que serían las grandes apuestas totalitarias.
Junto a estos grandes pensadores, novelistas como Galdós, Dickens y Balzac (en Italia fue el músico Verdi) sentaron las bases de lo que sería la conciencia nacional de cada una de sus patrias, orientadas todos ellos hacia la civilización de la libertad y la tolerancia en la que vivimos. Galdós tenía no solo una idea novelística sino una pasión patriótica. Quería una España dirigida por hombres y mujeres que fuesen sabios y buenos, orgullosos de un país en el que el catolicismo no fuese solo una pose clerical sino un instinto natural y sano que llevase hacia la libertad y la solidaridad entre gentes que sintiéndose herederos de Cervantes y Velázquez, de Churruca y Blas de Lezo, se proyectasen hacia un futuro democrático y constitucional. Flaubert dijo Madame Bovary c’est moi pero Galdós podría haber proclamado, si no fuese de natural humilde y moderado, que- a través de Nazarín, Fortunata, Perfecta o Halma- España soy yo. No es tampoco extraño, desde esta perspectiva "españolista", que a Cercas no termine de gustarle Galdós en detrimento de Flaubert. Como tantos afrancesados, Cercas siente el malestar de ser español, al menos, como confiesa, a ratos:
Yo lo leí por vez primera en 1987, cuando —para qué mentir— a ratos me daba tanta vergüenza ser español que en verano me largué de España
Para el caso español, Galdós es fundamental. Por supuesto, uno puede ser un gran escritor nacido en España bebiendo los vientos y analizando la obra de Faulkner, Proust y la madre que los parió (que diría Pérez Reverte). Pero para ser un novelista español uno tiene que dejarse penetrar por el espíritu galdosiano, como hizo, por ejemplo, Valle-Inclán que exorcizó la ansiedad de la influencia de Galdós insultándole, o Buñuel que prefirió, por una vez humilde, reconocer su magisterio en un diálogo con Max Aub, otro galdosiano.
—Es la única influencia que yo reconocería, la de Galdós, así, en general, sobre mí.
Del mismo modo que Picasso no hizo sino enfrentarse a Velázquez, con la excusa de las vanguardias para satisfacer a académicos casposos y multimillonarios norteamericanos, Valle-Inclán, Max Aub y toda la tribu del 27 fueron galdosianos hasta la médula. Lo que no quiere decir, claro, sometimiento porque el Maestro les había enseñado a ser libres y autónomos. De nuevo, Buñuel:
—¡Qué han de ser buenos tus personajes!
—No. Nazarín es bueno. Buenísimo.
—En Galdós. Pero tú le haces portador de maldades para con los hombres.De acuerdo, ése soy yo.
O cuando preparaba su adaptación de Tristana:
—No. Yo haría Tristana. Me gusta. Cambiaría el final. No se iba a molestar Galdós, y, si te parece, pondría—para salvar la verdad—«inspirado en Galdós», ¿no?
—¿Tú crees—vuelve a preguntar—, ya que cambio el final, que puedo poner «inspirado en Galdós»?
—Sí, hombre, sí.
—Por respeto a don Benito.
Sin embargo, también Buñuel sentía cierta ansiedad ante la influencia de Galdós, lo que hizo que silenciase que Viridiana es una adaptación de Halma o que casi ni reconociera al novelista en los créditos de Nazarín. Pero lo que en Buñuel era cierta invisibilización, en Cercas y otros novelistas españoles es freudiano asesinato del padre literario.
Decíamos al principio que en comparación con el tres estrellas Michelín Flaubert, Galdós es un mero plato combinado de huevos y patatas fritos, si acaso adornado con un par de rodajas de morcilla asada y chistorra al infierno. Pero como explicaba el chef supremo Ferrán Adrià:
Un huevo frito no es simple, es algo mágico y las patatas igual. Como lo conocemos y forma parte de nuestra cultura parece simple, pero no lo es.
Que en pleno siglo XXI tengamos que estar reivindicando el valor de los huevos fritos y de Galdós implica que no andan muy descaminados Aub, Buñuel y Barea en que lo peor de la leyenda negra reside en que muchos españoles la han interiorizado, de tal modo que va a haber que inaugurar Institutos Cervantes hasta en Madrid para tratar de españolizar a los españoles. El problema no solo surge por arriba, con los intelectuales que son capaces de ayunar antes que rebajarse a comer en una taberna, sino también por abajo, con aquellos que son capaces de distinguir entre los diversos menús de un Burger King pero no saben la diferencia entre el salmorejo y la porra antequerana, que piensan que "manitas de ministro" es una referencia caníbal o que si se enterasen de los ingredientesde una tortilla al Sacromonte se desmayarían. Son aquellos que tras ver Parásitos cifran sus referencias en Tarantino y no en Berlanga.
Galdós mediante.