Enfrascado estaba en el Lunario sentimental de Leopoldo Lugones para conmemorar el primer paso de la humanidad en la Luna hace 50 años, cuando reparé en uno de sus escritos. No era un libro, sino un discurso en homenaje al socialista y diputado argentino Alfredo Lorenzo Palacios (I). Naturalmente que Lugones, un monumento literario de la Córdoba de allá al que Borges admiraba concienzudamente, merece una dedicación por su intensa relación con la luna.
Tan estrecho fue su trato con la luna que al comienzo de su Lunario reprodujo los versos del historiador y canónigo de la catedral de Oviedo, Tirso de Avilés y Hevia(1537-1598), que los había estampado en sus Blasones de Asturias:
Antiguamente decían
a los Lugones, Lunones,
por venir estos varones
del gran castillo. Y tenían
de Luna los sus blasones.
Hay densas pisadas de Lugones, y también muchas otras de Borges sobre la otra luna, la del sentimiento y la ficción, la de los versos y los sueños, tan real o más que la de los astrónomos. Sin embargo, su glosa y rememoración pueden esperar a otra ocasión porque tras el debate de investidura padecido en España parece más conveniente resaltar el homenaje que el propio Lugones y otros muchos simpatizantes ofrecieron a un diputado socialista llamado Alfredo Lorenzo Palacios.
Me temo que no hay ninguna persona que alguna vez no haya querido ser otra por improbable que ello fuese, al menos por ahora. Pero cuando leí este discurso de Lugones dedicado a un socialista argentino —el propio Lugones fue un simpatizante de la causa socialista en sus años jóvenes, si bien nunca pudo congeniar con ella debido a su defensa de la individualidad y de la libertad— quise ser él, no ya por su gran literatura, que claro está. Quise ser Lugones para poder entonar un "bravo" a algún socialista confeso en España. Podría haber homenajeado a don Julián Besteiro, pero entonces todavía yo no había nacido. Entonces, ¿a quién más?
Pues lo que son las cosas, Leopoldo Lugones no tuvo reparos en aplaudir a un socialista argentino y "patriota", se recalca, y lo hizo de un modo que debe ser exhumado, sobre todo en estos días cuando se ha podido comprobar la infame caricatura que del socialismo patrio —aún nada socialdemócrata—, se está maquinando en España. Ya nos gustaría a muchos, y me incluyo en la muchedumbre, poder agasajar a un socialista español en nuestros días por su comportamiento ejemplar a pesar de las discrepancias ideológicas. Pero, ¿a quién?
De Alfredo Lorenzo Ramón Palacios (1878-1965), baste decir que era un abogado que puso en su placa de abogado "Dr. Alfredo Lorenzo Palacios atiende gratis a los pobres", que llamaba "fascista" a Juan Domingo Perón y que fue, desde 1904, el primer diputado socialista de Argentina. Forjó leyes como las que contemplaban el descanso dominical, el derecho laboral femenino o el pago del salario en dinero y no en vales, entre otras iniciativas.
Pero el homenaje que le profesaron y el discurso de Lugones tuvo otro motivo. Palacios fue expulsado del Partido Socialista de Argentina y tuvo que renunciar, naturalmente, a su "banca" en la Cámara de Diputados. ¿La causa? Un duelo por razones de honor. Honor, qué hermosa palabra que muestra que detrás de cada persona hay un ser individual consciente y moral con dignidad y libertad.
A nuestro diputado socialista argentino, Alfredo Palacios, no le eran ajenas ni "las cosas sagradas de la patria", a la que contribuía mejorando la situación de la clase trabajadora, ni tampoco el cultivo de su propia individualidad, muy lejano a la idea de "masas" luego tan puesta de moda por un bolchevismo enemigo de la conciencia personal y de la libertad individual.
Los cronistas parlamentarios argentinos que promovieron su homenaje recordaron que el socialista Ferdinand Lasalle murió a causa de las heridas causadas en un duelo al que fue conducido por el amor de una mujer. No se acordaron de que se contaba que el propio Marx se había batido en algunas ocasiones por diferentes razones. El conocido socialista francés, Jean Jaurés, lanzó su guante al ministro Bartoux —fíjense en la razón por Dios bendito y asómbrense—, porque lo desmintió en la Cámara.
Lo mismo hizo el socialista belga Èmile Valdervelde y las actas de su duelo con el diputado Brufayd fueron publicadas en el órgano oficial del Partido Socialista "Le Peuple", "sin que a nadie se le ocurriera separar de la agrupación al hombre digno cuyas injurias no eran irresponsables y que no toleraba el agravio de palabra y menos, por cierto, de hecho."
Citaron otros duelos para subrayar que el diputado Palacios pertenecía a un grupo de personas cuyo comportamiento "se basaba en una noble hidalguía y en arraigadas convicciones de dignidad". Lo incomprensible era que una agrupación democrática, que debiera haber aplaudido la moralidad de su líder "le haya separado por una disidencia, en lo que se refiere al honor".
En España, por esa época, el duelo estaba prohibido si bien seguía siendo una costumbre admitida. De hecho, en el PSOE había posiciones encontradas sobre el particular. Unos creían que el duelista, de ser socialista, no debía ser sancionado. Otros, como Pablo Iglesias, querían prohibir y castigar ceñudamente el duelo. Finalmente se impuso Iglesias, que logró que se aprobara la propuesta de expulsión del afiliado que aceptase un duelo, por 22 votos a favor y 5 en contra, en el congreso de 1902. Digamos, por consuelo, que dos agrupaciones andaluzas no estaban de acuerdo, la de Linares y la de Málaga.
En la sesión que celebró la Honorable Cámara de Diputados argentina el día 2 de junio de 1915, tuvo lugar un debate con las semillas adquiridas para ser distribuidas como préstamo a los agricultores de fondo. El diputado del gobierno, doctor Horacio Ohyanarte atacó a algunos diputados socialistas por la incongruencia de poseer propiedades, desde viñedos a fincas. Ni siquiera aludió a Palacios, que no era propietario.
Pero Palacios le respondió en calidad de líder del socialismo argentino y terminó su respuesta anunciando que, en defensa de la dignidad de su partido, podía llegar hasta la "violación de los estatutos" y, en efecto, la trifulca terminó en duelo, duelo que, por cierto, nunca llegó a tener lugar. El diputado Oyhanarte envió sus padrinos a Palacios y este nombró a los suyos. ¿Consecuencia? Su separación del partido, primero a instancias del grupo parlamentario socialista, al que defendió, y luego, por decisión del Comité Ejecutivo.
Pero, ¿cómo fue el alegato abrigador que hizo Leopoldo Lugones en el homenaje organizado por los cronistas parlamentarios argentinos y que fue celebrado en el edificio de la Unione Operai Italiani poco después de los hechos? Sencillamente fue el discurso exultante de quien se felicitaba por haber recobrado a un hombre libre. Así empezó su alocución, haciendo un llamamiento a la libertad que los partidos de hoy, no sólo los socialistas, ni siquiera reconocen como algo valorable o existente o posible en el seno de sus organizaciones.
Para Lugones, en absoluto fue un homenaje político y, menos aún, un apoyo al socialismo. "Lo que honramos es la noble actitud personal, en cuanto ella revela la integridad de una fuerza cada vez más escasa, y con ello, más necesaria cada vez : la fuerza individualista que por su propia virtud es cabeza y centro, doquier se halla, lo mismo como grano de arena que como encumbrado monte; pues las energías eficaces del mundo, son unidades, no sumas, y de esta suerte puede valer más que el monte gigantesco el grano de arena cristalizado en diamante".
Por si no quedaba clara la andanada de Lugones contra el colectivismo y el sectarismo, precisaba en su intervención que lo que odiaban todas las sectas era la diferenciación individual, que fue lo motivó la expulsión de Alfredo Lorenzo Palacios del Partido Socialista. "Es que usted, individualizado por la meditación y por la lucha, por el prestigio de su elocuencia y la gallardía tan personal de su actitud, era ya una cosa más importante que un diputado socialista. Usted desigualaba la representación en una forma intolerable". De ahí, la defenestración forzosa.
Lugones se gozaba contra el espíritu sectario. Pero, ¿en qué consistía tal lacra? Primero, en adjudicarse la posesión de la verdad y "luego reservarse también el derecho de ajusticiar sin apelación a los disidentes; ora por medio de la ley, cuando está arriba, ora por agencia anticipada de la calumnia y del insulto". Y, además, las sectas no tienen patria porque es "una forma del odiado individualismo" y Palacios resultaba ser un argentino patriota. Otro pecado.
El gran modernista e innovador literario, todo un hecho histórico para Borges, retrató con fino bisturí conceptual despreciando a quienes "tienen naturaleza de partido extranjero" que fomenta "el despecho recóndito que responsabiliza ciega e inicuamente a nuestra tierra, de miserias y dolores padecidos en otras; lo que busca es desprestigiar nuestra nacionalidad, que no le interesa, nuestra individualidad gentilicia, que le estorba porque difiere, para reemplazarlas con el padrón sectario cuya aspiración inmediata y final fórmula el más crudo materialismo".
No sólo se refiere al sectarismo desde el punto de vista ideológico. En otro momento habla del comportamiento del Partido Socialista en un sistema parlamentario y dispara lo que sigue: "Francia, por ejemplo, donde los socialistas unidos a la reacción clerical trabajaban ayer mismo contra la república por ganar una veintena de bancas. Y no es extraño. Todas las sectas se parecen, por no decir que son iguales, en el fin y en los medios, difiriendo tan sólo cuando se trata del dominio a que aspiran". Aquí por ganar un gobierno se blanquea a ETA y a todo el separatismo. Nada nuevo.
Para Lugones la expulsión de Palacios por haber aceptado un duelo no era más que la consecuencia de haber desafiado al dogma de la secta. Por ello, homenajeaba al hombre libre que volvía a ser Palacios. "El socialismo es un invento alemán y participa del carácter peculiar a las instituciones políticas del imperio: el materialismo, que todo lo reduce a la satisfacción de necesidades y goces físicos; la fe exclusiva en la fuerza bruta de las masas, y la consiguiente supresión de individualidad; la aspiración al dominio universal por el aplastamiento sin misericordia; la disciplina, prusiana por definición" e inspirado, ya es conocida la obsesión de Lugones, por la Compañía de Jesús.
Defensor de la persona, del individuo como centro de inteligencia, moralidad y ciudadanía, Lugones arremetía en su discurso una y otra vez contra las sectas: "Ah! el crimen de las sectas es que ciegan y ensordecen para esto: es que entronizan la siniestra paradoja de la paz hecha con guerra, de la libertad conquistada con servidumbre, de la bienaventuranza conseguida a costa de la miseria y del dolor".
Por eso anima al ex diputado socialista y le requiere para otros menesteres. "Hace usted falta en otra parte, es decir: en aquella soledad de león que cubre su área con sólo batirla al posesivo andar… y cuyo aislamiento no es sino una vasta ausencia de miedo. Con cuánta impaciencia lo hemos esperado, mas también, usted lo sabe mejor que nadie, con cuánto respeto por sus convicciones y su actitud, con cuánta simpatía sin doblez por sus éxitos de legislador y de tribuno. Hace usted falta y otros muchos como usted, porque llegan duros tiempos".
Es justamente por esto, por santa envidia, por lo que quise ser aquel preciso Lugones, aún capaz de ilusiones, que no el último y desgraciado. Me hubiera gustado que, tras nuestro debate de investidura, desvestidura o embestidura, algún socialista español, a fuer de liberal y de entidad moral, desenvainase la palabra antisectaria y desafiara al sanedrín del dogma enarbolando las banderas de España y de la libertad, contra separatismos, terrorismos y comunismos. Pero no, ni puedo ser Lugones ni habrá homenaje, lamentablemente.
(I): Una biografía sucinta del personaje puede leerse en el siguiente enlace.