Nora Ephron (1941-2012) empezó a centrarse en los guiones durante la segunda mitad de los años 70 y dejó de publicar en la prensa, actividad a la que se había dedicado hasta entonces. Colaboró con Alice Arlen en Silkwood y se casó con Carl Berstein. Escribió Se acabó el pastel, donde contó su desastroso matrimonio, y se hizo rica con la novela. Luego firmó el guión de la versión cinematográfica, aunque la película nunca fue tan buena como ella. Más tarde, entre otras, escribió Cuando Harry encontró a Sally (y sí, la escena del orgasmo fingido de Meg Ryan), Algo para recordar o Tienes un email. Nora Ephron fue una de las escritoras más brillantes del siglo XX. Por eso es una de las protagonistas de Agudas. Mujeres que hicieron de la opinión un arte (Turner), el libro de Michelle Dean. Ser reina de la comedia romántica, como se la ha calificado (algo tan espantoso como ser gran dama del teatro) suena a poco escritora. Pero no es más que un prejuicio. Dos prejuicios. Uno, que la comedia romántica no sea importante. Y otro, que Nora Ephron fuera sólo eso.
Sus compañeras de Agudas (a las que Michelle Dean va relacionando) son mujeres como Dorothy Parker, Rebecca West, Hannah Arendt, Mary McCarthy, Susan Sontag, Pauline Kael, Joan Didion, Renata Adler o Janet Malcolm. Casi todas consideradas intelectuales, periodistas y literatas de enjundia, por mucho que por el hecho de ser mujeres se siga escribiendo de ellas con quejas. Mujeres de las que sabemos mucho porque hay otros libros que cuentan sus vidas. O porque sus libros, aunque algunos con retraso, se hayan publicado en España. Que yo sepa, en España de Ephron se publicó Ensalada loca, Se acabó el pastel, Salsa exótica: nosotros, los ex, los novios de los ex, los es de los novios de lo ex, y los niños y El cuello no engaña: y otras reflexiones sobre ser mujer. Creo que no se publicó ni No recuerdo nada ni The Most of Nora Ephron. Por ejemplo, no recordaba nada de gente a la que había conocido. Gente como Groucho Marx, Cary Grant o Dorothy Parker (aunque esta había sido amiga de sus padres e iba a su casa). Pero sí recordaba las reglas de su progenitora: "Nunca te compres un abrigo rojo, la carne roja evita que te salgan canas, las fajas arruinan los músculos [y la mejor] los medios y el fin son lo mismo".
Nora Ephron escribió en The New York Post y en Cosmopolitan. Ambos medios comandados por mujeres que a veces se ponen de ejemplo como editoras en un mundo de hombres. Algo así como feministas. En realidad eran algo así como brujas. De Dorothy Schiff, la jefaza del Post, a la que debía mucho, escribió una semblanza que empezó con un "me siento mal por lo que estoy a punto de hacer". La única mujer editora de Nueva York no era feminista ni nada que se le pareciera. Una vez intentó que Ephron investigara si Otto Preminger, que era su vecino, había instalado una sauna en su apartamento. Dijo que oía grifos abiertos a todas horas. Ephron tuvo que escribirle un informe explicando que las saunas no necesitaban grifos abiertos. Recuerda Michelle Dean que si nos han llegado las costumbres absurdas de Schiff es porque Ephron las contó. También que el Post era un "mal periódico" (menuda novedad) y que Schiff era la María Antonieta al timón "con la máxima de que coman bazofia". Nora Ephron también escribió por dinero en Cosmopolitan. Ahí la mandamás era Helen Gurley Brown. Y como también tenía lo suyo, mandó a Ephron a escribir sobre la revista Women’s Wear Daily, que había criticado a Gurley muchas veces. Escribió de sus lectoras: "Había algo de bochornoso en interrumpir un día de no hacer nada para ir a almorzar". Pero al trabajar para Cosmopolitan Ephron también reunía material sobre la revista y su editora. Cuando fichó por Esquire publicó un perfil de Gurley Brown. A Nora Ephron había que caerle bien y no hacerle putadas. Si no, salías en los papeles. Maledicencias aparte, Ephron fue la mejor cronista de los 70 y del movimiento feminista. Estando dentro y fuera.
La comedia era para ella un arma de supervivencia. Entre sus inspiraciones, la Hildy Johnson de Luna nueva, esa maravillosa Rosalind Russell. "Lo que me separa a mí de lo que escribo es, sospecho, un sentido del absurdo que hace que me cueste trabajo tomarme demasiadas cosas muy en serio". Como debe ser.