El hombre Stan Lee ha muerto, el mito prevalecerá por mucho tiempo. Con Stan Lee hay que distinguir entre la persona, falible y repleta de luces y sombras, y el personaje público que forjó durante años a golpe de (buen) carácter. Como los superhéroes que durante décadas de locura creativa proporcionó a la cultura popular, Stan Lee se hizo él mismo un personaje (el afable editor de gafas ahumadas y pelo hacia atrás) al tiempo que instauraba un legado que ahora domina el mundo.
No puede ser casualidad que se haya marchado de este universo muy poco después que Steve Ditko, fallecido este mismo verano. Jack Kirby lo hizo antes, en 1994, pero ninguno de los dos lo hizo con los fastos y titulares de Stan Lee. En el fondo, lo que subyace es la política que ha regido la autoría de cómic a lo largo de toda su historia: ni los guionistas ni mucho menos los dibujantes acaparan el crédito (ni el dinero) de unas creaciones que levantaron empresas como Timely, alias Marvel. Stan Lee, que entró por parentesco familiar y pronto ascendió a editor, representa la cara empresarial del tinglado tanto como la puramente artística: bajo su batuta la casa de las ideas alcanzó la gloria, se crearon personajes míticos, pero su imagen y su talento funcionaron también como una trituradora de personas oscurecidas por la poderosa imagen que Stan Lee forjó de sí mismo.
No es cosa de Marvel, pregunten sobre Bob Kane y Bill Finger en la autoría de Batman, o los problemas de copyright de Superman de Siegel y Shuster, ambos en la Distinguida Competencia DC. Pocos saben, ni sabrán, que Ditko co-creó con Lee a Spider-Man y Doctor Extraño, o el papel del dibujante Kirby en la firma de Los 4 Fantásticos, Thor y otros puntales del nutrido currículum del autor. Los titulares exigen frases cortas, y Stan Lee las proporcionó todas. Hay que bucear en la biografía de éste y la historia de Marvel para ver la otra cara, un lujo que no muchos se permiten pese a la inmensa popularidad de sus aportaciones. Una de las mejores fuentes la tienen cerca: el volumen La historia jamás contada de Marvel, de Sean Howe [Panini Books], se publicó en España hace no demasiado tiempo.
Que el famoseo de Hollywood se haya apresurado a mostrar en Instagram imágenes suyas con Lee, que ciertamente no faltaba a una premiere o un cameo, solo certifica que su calidad de estrella había engullido su condición de autor de cómics. Pero da igual lo que les cuente: Stan Lee perdurará en nuestra memoria como el amigo y vecino de los lectores y la crítica no tiene por qué oscurecer su legado en este mundo instantáneo, viral. Su impronta lo merece (su tuteo con el lector en los bocadillos jamás será igualado) y la persona, acosada por algunos sucesos tristes en lo personal, también. Porque incluso Stan Lee corre el riesgo de resultar malentendido, utilizado en esta cultura del postureo: con él, la lucha eterna del Bien contra el Mal se desarrollaba en el contexto más ordinario y mundano imaginable, y además aparecía bañada de un optimismo innato (uno que ahora sería considerado näif) que arrojaba todo tipo de complejidades. Con Lee no es que lo bueno se impusiera porque sí, pero incluso las tragedias más mundanas (ésas que te pasan de todas formas aunque seas Spider-Man) admitían abordarse desde un punto de vista positivo. En lo puramente empresarial, la noción de universo ficcional cristalizado más tarde en el millonario Marvel Cinematic Universe que tan bien rige Walt Disney, ha empujado al cine de Hollywood al siguiente nivel de películas franquiciadas. Todo eso comenzó con un hombre, Stan Lee, que como todos tuvo luces y sombras, y que a partir de ahora puede decir "soy leyenda".