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Fernando Navarro García

Contra la confederación reaccionaria

Otegi no va desencaminado al proponer una coalición electoral de partidos secesionistas vascos, gallegos y catalanes.

El coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi. | EFE

Otegi no va desencaminado al proponer una coalición electoral de partidos secesionistas vascos, gallegos y catalanes. El terrorista etarra plantea una buena estrategia para continuar desestabilizando al Estado al que durante décadas ha atacado con las armas y la extorsión. Sabe que los tiempos exigen nuevos enfoques y que los bombazos y secuestros no les permitieron lograr sus objetivos secesionistas. Una entrevista en prime time es mucho más eficaz que un bombazo en un supermercado y un editorial en algún medio del apaciguamiento bien maquillado con los tópicos del humanitarismo cosmético es infinitamente más operativo que un secuestro.

Otegi sabe que los casi 900 asesinados, 15.000 heridos y los miles de afectados por el terrorismo de ETA - a cuyos intereses sirve y sirvió - empiezan ya a ser una idea borrosa y antigua entre una generación de millenials emboscada entre la búsqueda de un empleo que no llega y un culto al ego que nunca parece suficiente. Los muertos son siempre antiguos y huelen a rancio. El ensimismamiento generacional excluye el dolor ajeno, especialmente cuando es invisible pues la llamada 'narrativa' que imponen los medios del apaciguamiento ha decidido que víctimas y verdugos son parte de un desgraciado accidente de la Historia. Un 'desliz' de quienes hoy van saliendo de las cárceles para ser homenajeados ante las puertas de sus víctimas. 900 muertos, un desliz.

Y Otegi no va a desaprovechar la oportunidad que se le brinda desde las inanes instituciones del Estado y los comprensivos medios para intentar cohesionar esa amalgama de siglas e ideas miserables que pretenden destruir la Constitución, la nación española y, sobre todo, nuestra convivencia. Sabe bien Otegi que aisladamente no dejan de ser grupúsculos minoritarios y rabiosos, pero unidos pueden transformar su odio nacionalista y por ende medieval en un ariete poderoso contra nuestro Estado de Derecho y nuestras libertades.

Con las reglas del juego vigentes esa opción es realmente una amenaza real, pues nuestra Constitución no impide los partidos secesionistas. Somos uno de los pocos países democráticos que no prohíben la existencia de tales partidos e ideologías disolventes. Quizás ha llegado el momento de incorporar también a esa demandada reforma constitucional un nuevo articulado impidiendo la existencia de tales partidos.

Las propuesta planteada recientemente por C's de exigir una base mínima electoral del 3 o 5% para obtener escaño podría ser fácilmente sorteada con una coalición de separatistas como plantea Otegi. Su propuesta es realmente una confederación de partidos anticonstitucionalistas, cuyo objetivo es disolver España. Destruirla, vaya, aunque el término suene apocalíptico. Lo que no han logrado en 500 años ni guerras, ni invasiones, ni crisis noventayochistas pretende conseguirlo Otegi con su coalición de bilis reaccionaria en donde caminan revueltas sotanas y tractores, y en donde el olor a porro se confunde con el incienso y el estiércol de los antepasados.

Y creo que su estrategia es buena, pues no quiero caer en el error de pensar que la podredumbre ideológica y ética que Otegi representa no puede ser defendida con inteligencia.

Oponerse a tal estrategia - que sin duda contará con la simpatía y comprensión de Podemos y sus variopintas huestes- exige una visión de Estado responsable que aparque provisionalmente las discrepancias políticas entre PSOE, PP y C's y aglutine todo lo que creo que aún les une: la defensa de España y de sus instituciones. No propongo una macro coalición de esos partidos, pues dada la tensión política actual creo que es imposible, pero sí al menos una entente cordiale para dejar gobernar al más votado (que difícilmente obtendrá mayoría absoluta), apoyando u oponiéndose a sus políticas concretas y sosteniendo al Gobierno en todo aquello que refuerce la Constitución y debilite a los nacionalismos disolventes. Pretender a estas alturas seguir 'dialogando' con ellos es no solo una pérdida de tiempo, sino también una irresponsabilidad suicida cuyos resultados estamos viendo. Si en 40 años el diálogo y las concesiones nos han llevado a esto, es evidente que hay que probar otra fórmula ya que, como dicen en Valladolid, el que nace barrigón, tontería que lo fajen.

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