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Amando de Miguel

Menosprecio de un feminismo ramplón

El feminismo actual se halla en las antípodas de lo que fuera en tiempos de la sin par Pardo Bazán.

El feminismo actual se halla en las antípodas de lo que fuera en tiempos de la sin par Pardo Bazán.
Emilia Pardo Bazán | Archivo

Hace más de un siglo doña Emilia Pardo Bazán importó de París dos sustantivos que iban a influir notoriamente en el mundillo de la cultura: feminismo e intelectual. Tanto éxito tuvo, que ella misma se convirtió en la feminista más notable de la primera generación de intelectuales propiamente dichos que hubo en España. No obstante, aunque logró dar clases en la Universidad, no pudo entrar en la Real Academia Española (no hace falta decir "de la Lengua"). Por lo visto, los inmortales venían obligados a ser barbados. Las novelas de doña Emilia solo pueden parangonarse con las de Galdós, que casualmente fuera su amante; lo mismo que Lázaro Galdiano, un refinado empresario de la literatura.

La historia a veces evoluciona hacia la caricatura y el sarcasmo. Hoy ya tenemos miembros femeninos en la Real Academia Española, pero ellas se dicen "miembras" (sic). Es todo un exponente de un nuevo tipo humano que ahora se impone: la feminista "a la violeta" (que se decía antes), cultiparla y cultipicaña. Se las da de ilustrada, pero no es capaz de disimular su mediocre formación. Ha conseguido una variedad de puestos directivos, premios, recompensas, subvenciones y otros gajes que otorga el poder gracias a su condición femenina. Lejos de ser una conquista de la igualdad, el hecho, al generalizarse, se convierte en un indicador de las tradicionales prácticas oligárquicas. Si se es mujer, ya no hace falta esforzarse mucho para escalar las posiciones de mando. La cuota femenina le favorece de antemano. Nada más rentable para una feminista que especializarse en temas de igualdad, se entiende, de igualdad entre hombres y mujeres. Es un campo de subvenciones mil, de lucimiento internacional.

Ahora bien, el feminismo actual se halla en las antípodas de lo que fuera en tiempos de la sin par Pardo Bazán. Hoy representa más bien la mediocridad, el prevalerse de la condición femenina (dada por la naturaleza) para sacar ventaja personal de la discriminación por razones de sexo. Bien, ahora dicen "género", como si las personas fueran plantas o animales. Por encima de eso (hoy dicen "más allá de"), este feminismo ramplón y resentido se ha convertido en el más formidable grupo de presión, en el más floreciente negocio. Lo que persigue no es ya la "paridad" (igual número de mujeres que de varones en las instituciones) sino en el hecho de que haya más mujeres en cualquier escalón decisor. Se trata de dar la vuelta a la tortilla; lo digo con perdón de los malpensados. Por ejemplo, si en el Gobierno se logra que haya más mujeres que varones, será fácil conseguir que las pretensiones feministas se definan como prioritarias. La consecuencia inmediata es que, para ello, reciben generosas partidas de los presupuestos del Estado. El esquema se replica en otros escalones de la vida pública.

Por cierto, habrá que conseguir que "mujer pública" se retire del Diccionario con su significación infamante. El verdadero éxito de un grupo de presión se determina cuando consigue alterar el lenguaje. El feminismo rampante ha logrado éxitos inigualables. El objetivo supremo es que se llegue a imponer en el habla el femenino genérico. Ya no basta con que "las personas" se refiera a los dos sexos, o mejor, a los varios sexos. Las feministas no pararán hasta que, al decir "las mujeres", se incluya también a los varones. Ya hay un partido político en el que, cuando se dice "ellas" o "nosotras", se indica que se trata tanto de mujeres como varones. Lo peor es que no tienen ninguna sensación de ridículo cuando se deslizan por esa pendiente del retorcimiento del lenguaje.

Ya sé que, por expresar estas ideas y otras parecidas, estoy condenado al ostracismo académico, pero a uno ya no le es dado hacer muchos más méritos. Con la mitad de los que he acumulado, a fuerza de trabajo, una feminista hodierna podría elevarse a la máxima dignidad intelectual. Bastaría con multiplicarlos por el coeficiente de género, que cada vez se aleja más de la unidad. Vamos que obtendría con facilidad el ansiado trofeo de los "cien prepucios", de los que habla la Biblia.

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