Ya dijo el maestro Antonio de Nebrija en 1492 que "la lengua fue siempre compañera del imperio". El catedrático de Salamanca se refería al latín, pero el apotegma se iba a cumplir en seguida para el castellano o español. Luego sucedió algo parecido con el francés (que fue más bien un imperio cultural) y definitivamente con el inglés.
No se trata de que en español usemos muchas palabras inglesas, por lo general adaptadas a nuestra fonética o a nuestra escritura. El principal canal de influencia es el caudal de películas y programas de televisión que nos inunda de modo continuo. Ahí entra la dificultad y grandeza de la tarea de los que doblan esos productos audiovisuales.
Una característica primordial de la lengua inglesa es su gran capacidad de síntesis, casi como en el latín. Por eso se impone con facilidad a todo el mundo. Al doblar las películas y otros productos similares hay que tener en cuenta que el español requiere más palabras que el inglés para transmitir las mismas ideas. Pero también se produce el efecto contrario, que no suele tenerse en cuenta.
Nótese que en la cultura angloparlante se impone un cierto rasgo de timidez o de cortedad en el hablar. Se pueden recordar numerosos ejemplos. En las conversaciones en inglés se suele anteponer el "déjeme que le diga" al enunciado que va a continuación. Antes de decir algo queda bien la cautela de "le diré una cosa". Es corriente repetir la muletilla de "¿de qué estamos hablando?", perfectamente inútil; es un relleno más. Como lo es la conjugación del verbo to mean (= querer decir). Da la impresión de que los interlocutores no se entienden bien porque de modo continuo se ven obligados a asegurar lo que "quieren decir". Para tranquilizar al interlocutor se repite mucho lo de "entendido". Ni siquiera se emite con tranquilidad un "sí" o un "no". En su lugar, la timidez exige el circunloquio cauteloso de "me temo que sí" o "que no". Un angloparlante educado debe dar la imagen de que no está seguro de lo que afirma. Por eso introduce ciertas cláusulas cautelosas como "me da la impresión" (it seems to me), o "de hecho" o "como una cuestión de hecho".
Lo más difícil de traducir del inglés (sobre todo del británico) al castellano es el ligero tartamudeo o vacilación en el habla que expresan ciertas personas cultas. Sin llegar a tal cosa, basta con emitir ciertos sonidos dubitativos para pasar por una persona cultivada.
Quedamos que el inglés (como el latín) necesita menos palabras que el español para significar lo mismo. Pero los ejemplos dichos nos llevan a concluir el efecto contrario de alargar artificialmente el discurso. Hay distintas fórmulas en la misma dirección. Por ejemplo, en español pedimos u ofrecemos "un café". Pero en inglés hay que precisar que se trata de "una taza de café".
Como puede verse, son muchos los obstáculos que se presentan en la tarea del doblaje de las películas y similares. Lo malo no es eso, sino que, de tanto oír las muletillas del inglés con el propósito de alargar la frase, se nos queda ese mismo hábito premioso al conversar en español. Dado que en nuestra lengua somos ya altisonantes y ceremoniosos, la importación cultural del inglés a través de las películas nos obliga a ulteriores circunloquios. Tengo visto, además, que estos vicios del lenguaje coloquial los acusan de modo particular los españoles que no saben inglés.