Durante siglos, para muchas personas atentas, el nombre de Juan de la Cuesta no pasaba desapercibido. Estaba, tal vez, situado en un recóndito lugar de su memoria; aquel que se activaba, sin saber muy bien por qué, cada vez que era nombrado el prestigioso Miguel de Cervantes, o su aún más aclamada novela, no hace falta decir cual. La razón era sencilla, y tenía que ver con la imagen de las portadas de esos primeros ‘Quijotes’ publicados a principios del siglo XVII, en los que, en la parte inferior, con un protagonismo notable, aparecía siempre escrito aquel nombre, en facultad de impresor de la obra. Esa era su función y así pasó a la historia, como el hombre encargado de imprimir la mayor obra literaria escrita en español. Sin embargo, todo cambió en 2005, después de una investigación llevada a cabo por el cervantista Jaime Moll, que ha sido corroborada ahora gracias a un descubrimiento de la investigadora Laura Puerto Moro.
Hace trece años Moll hizo públicas unas conclusiones que aseguraban que, si bien era cierto que Juan de la Cuesta se había encargado de la impresión de la primera parte del Quijote, era imposible que estuviese al frente del taller cuando se imprimió la segunda, como de hecho atestiguaban las firmas, o pie de imprenta, de aquellos ejemplares de 1615. La razón, el hecho de que hubiese zarpado desde Sevilla rumbo a América en 1607, para nunca más volver, y de que hubiese delegado sus responsabilidades en un tal Jerónimo de Salazar. La historia, sin embargo, tenía demasiadas lagunas que no han podido ser resueltas hasta ahora.
Rebuscando en el Archivo Histórico Nacional, Laura Puerto Moro, del Departamento de Literaturas Hispánicas y Bibliografía de la UCM, se topó con algo interesante: el pleito interpuesto en 1633 por María de Quiñones, viuda de Juan de la Cuesta, contra el Hospital de los Desamparados de Madrid. En él están recogidos documentos muy reveladores, que han arrojado luz sobre la situación del taller durante aquellos años en los que se imprimió la obra.
En declaraciones para este medio, Puerto Moro ha explicado que "lo que es seguro es que Juan de la Cuesta fue el encargado de la impresión de la primera parte, publicada en 1605", pero ahora se sabe también, "con total seguridad, que quien estaba encargado del taller en la impresión de la segunda fue Jerónimo de Salazar". El taller pertenecía a María Rodríguez de Rivalde, una mujer analfabeta que inicialmente contrató a Juan de la Cuesta, el marido de su sobrina, la mencionada María de Quiñones, para que se encargase del negocio. "Juan de la Cuesta era un hombre inquieto, por decirlo de alguna manera. Había sido mercader de cueros y librero, y es posible que María Rodríguez se apoyase en él debido, precisamente, a su carácter decidido. Le hizo gerente, que no propietario, en 1602, pero a los cinco años él se marchó, delegando todas sus responsabilidades en Jerónimo de Salazar".
En esos mismos documentos pueden leerse, además, declaraciones de los implicados, y al propio Jerónimo asegurar ser, en su declaración de aquel año de 1635, "coreptor de emprenta, que bibe en la calle de Atocha, en la misma cassa de la enprenta", de la que habría estado al frente durante "treinta años continuos". Ante esas evidencias, la explicación que se le ocurre a Puerto Moro es que "posiblemente, durante aquellos años siguieron imprimiendo el nombre de Juan de la Cuesta debido a que seguía siendo el gerente oficial, pese a que en la práctica ese cargo lo ostentase Jerónimo de Salazar". Y las cosas no se habrían normalizado hasta mucho después, al menos hasta la redacción del testamento de la propietaria, con el que nombró a su sobrina, la abandonada María de Quiñones, "heredera y señora de ello sin que ynterbenga en esto liçencia, poder y facultad de Juan de la Questa, su marido, en ausente, y aunque estuviera presente". Lo primero que hizo la sobrina nada más hacerse cargo de la imprenta fue destituir a su marido, cuyo nombre dejó de figurar como pie de imprenta, sustituido por el de "Herederos de Pedro Madrigal", el nombre del fundador del taller, del que era viuda María Rodríguez de Rivalde.
Si bien el descubrimiento no aporta ningún dato acerca de la creación de la obra, sí que ha "ayudado a conocer mejor la situación de su impresión", en palabras de Puerto Moro. "Ahora sabemos con más certeza por qué El Quijote salió en un primer momento con tantas erratas. En aquel taller trabajaban, probablemente, con seis prensas, pero con un solo corrector hasta donde sabemos, mientras que lo necesario con ese número de prensas sería que trabajasen más. Podemos decir que Jerónimo de Salazar no daba abasto".