Pasa el tiempo, casi mes y medio, y cada vez más noto su pérdida. Ya no puedo hablar con mi amigoCésar Alonso de los Ríos. Su recuerdo me consuela. La cultura española le debe mucho. Es abundante la nómina de novelistas, poetas, historiadores, filósofos, directores de cine, ensayistas y periodistas que han recibido su magisterio. Ayudó a muchos para que iniciaran o consolidaran sus carreras desde su posición en las revistas Triunfo y La Calle, y más tarde desde el semanario El Independiente y el diario El Sol, y también, cómo no, desde su puesto de asesor de un ministro de Cultura. Poco tiempo estuvo en esa casa, pero espero que, más pronto que tarde, Javier Solana, ministro en una época de la cosa, cuente todo lo que allí hizo uno de los hombres más cultos de España. Tampoco descarto que algunos de los que él ayudó a escribir, en fin, a crear, digan qué significó César Alonso de los Ríos para la cultura española del tardofranquismo, la Transición y la democracia.
Por fortuna, nos quedan sus libros, cuya principal virtud son la búsqueda incansable de la verdad. Hoy, sí, cuando abunda la mentira por todas partes, necesito recordar uno de ellos, porque tiene más vigencia que en 1997, fecha de su publicación. Me refiero a su investigación sobre Enrique Tierno Galván. Demostró con pruebas irrefutables, después de un exhaustivo trabajo en varios archivos de España, que gran parte del curriculum vitae de Enrique Tierno Galván era una pura mentira. Aparte de la falsificación sobre sus orígenes familiares, lo más duro de aceptar para César era el cuento que se había inventado Tierno sobre su pasado en la guerra civil. César desmontó con inteligencia y pruebas la ficción del joven libertario que trabajó en el Socorro Rojo, que acompañó a Hemingway y a Dos Passos por los frentes de Madrid y que, con 20 años, trató a un desnortado Besteiro, a un derrumbado Azaña y a todos los jefes republicanos…
Si las fantasías familiares podían haber tenido cierto interés literario, según César Alonso de los Ríos, las invenciones de la guerra y la del imaginario campo de concentración en que habría estado preso eran de un oportunismo político muy duro de asimilar. El archivo de Alcalá no deja títere con cabeza del antifranquismo precoz del Profesor, ni los hechos reales permiten la tesis de un Tierno Galván enfrentado a la dictadura nada menos que en una sesión solemne como la inauguración de un curso en el Instituto de Estudios Políticos con la presencia de jerarcas y figuras del régimen como Moscardó y Pilar Primo de Rivera. Y así fue desmontando una por una todas las mentiras que el propio Tierno había construido sobre sí mismo.
Contrasta la posición de mi amigo, que hace poco menos de mes y medio que nos ha dejado, un hombre cabal y honrado, con la exposición que la Biblioteca Nacional dedica estos días a homenajear la figura del dirigente del PSP y, más tarde, del PSOE. Esta exposición recoge los libros de Tierno y también las monografías que le han dedicado a su obra, salvo el libro del propio César A. de los Ríos: La verdad sobre Enrique Tierno Galván (Anaya/Mario Muchnik, 1997). Pero si grave es que hayan prescindido de una obra clave de investigación sobre Tierno y la historia reciente de España, creo que son aún más deleznables las mentiras, o peor, medias verdades que se vierten en la presentación de la exposición. Los valores de la obra de César están al alcance de cualquier persona honesta, salvo de los organizadores de esta exposición. ¡Bochornosa! Resulta aterrador el panorama de los gestores de la cultura española. Hoy como ayer, algunas reacciones al libro de César demuestran que los irresponsables que dirigen la cultura española prefieren los mitos a la verdad. Esta gente representa la peor tradición anticientífica de España. César descansa, pero sus verdades siguen inquietando: a partir de la guerra se hizo un pacto de silencio, gracias al cual nuestra historia parece más un rosario de milagros que un comportamiento colectivo contradictorio y lógico a la vez. Se ha llegado a tales grados de complicidad en el ocultamiento de la realidad que quien se atreve a romperla se convierte en un aguafiestas, cuando no en un inquisidor. Qué se va a hacer. Concluía César: son riesgos del oficio. A eso le llamo yo saber vivir peligrosamente. Nadie mejor que mi amigo, después de Sócrates, me enseñó esa vocación.