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Ha muerto Bill Gold, uno de los cartelistas más importantes de la época dorada de Hollywood. A él debemos imágenes que han pasado a la historia del cine, como la mítica portada de Casablanca, o todos los carteles de Harry el sucio.
Para Richard Pipes, no había nada que salvar ni que rescatar en eso que llamamos, por convención, la Revolución Rusa de 1917. Ni la menor épica, ni la menor ilusión ni el menor arrebato utópico.
De la misma manera que un abracadabra convierte a un cordero irlandés en un cordero inglés, otro transformó a la familia real británica de Sajonia-Coburgo y Gotha en Windsor.
Quien quiera saber cómo es la sociedad multicultural y diversa con la que sueñan los progres y los oenegeros de todos los países, pero no quiera visitar los suburbios de Estocolmo, que lea La hoguera de las vanidades.