La relectura de su novela Deudas y dolores es el mejor homenaje que se me ocurre el día de su muerte. Es la primera gran novela de un gran autor. Esta obra anuncia todo Roth. Nadie como Philip Roth, en la literatura norteamericana de nuestra época, ha conseguido vincular los problemas de la identidad individual con las cuestiones morales y políticas para adentrarnos en los secretos de la soledad. Sí, la soledad de todos y cada uno de los personajes de esta novela está iluminada más por Franz Kafka que por Bellow, su maestro, quien reconoció con sinceridad magisterial que Roth nació ya novelista: mientras que otros escritores "arribamos al mundo aullando, ciegos y desnudos, Roth aparece de entrada con uñas, pelo, dientes, hablando coherentemente y escribiendo como un virtuoso". ¡Quién se atrevería a enmendar el juicio de un Premio Nobel de Literatura sobre alguien que no lo alcanzó, seguramente, porque era el más inteligente y dotado de los novelistas de la segunda mitad del siglo veinte!
Roth rompe moldes con los autores de tradiciones judías, refleja detalles autobiográficos que van más allá de los adornos para darle realidad al relato ficticio, muestra con verosimilitud parejas en conflictos. Los retratos de personajes de Roth siempre impresionan, por ejemplo, las mujeres fatales y fatalizantes, que el cine de los sesenta se los apropiará como suyos. Mil maneras ha habido de presentar esta obra: un relato académico de los judíos intelectuales y jóvenes atormentados con problemas morales y de identidad, una obra verista sobre la América contemporánea, un descripción exacta de la soledad moderna… Pero lo cierto es que esta obra contiene en potencia buena parte de la aportaciones literarias de quien pasa por ser una de las espinas dorsales, junto a Faulkner y Bellow, de la narrativa norteamericana del siglo XX.
Philip Rahv, el encargado de la Partisan Review, catalogó a Roth como un "rostro rojo", es decir, una síntesis subversiva entre los escritores pieles rojas (bulliciosos y anárquicos)y los rostros pálidos (estirados y mojigatos). Fue, en efecto, siempre un escritor incómodo para el poder. Toda su literatura está en los antípodas de lo políticamente correcto. Más aún, quien lea una novela cualquiera de Roth saldrá de ella convencido de que la literatura es un arma esencial para ayudar a la comunidad a construir racionalidad pública. La literatura no es evasión sino genuina reflexión sobre el caudal irracional de la vida. Abro al azar una de sus últimas novelas, Sale el espectro, y leo:
Después del 11-S, cerré la caja de las contradicciones. De lo contrario, me dije, te convertirás en el loco ejemplar que escribe cartas al director, el cascarrabias de pueblo, manifestando el síndrome en toda su furiosa ridiculez: despotricando y desvariando mientras lees el periódico, y por la noche, al hablar por teléfono con los amigos, clamando indignado sobre la perniciosa rentabilidad por la que el patriotismo auténtico de una nación herida estaba a punto de ser explotado por un rey imbécil.
Me ratifico, pues, en mi juicio: Roth siempre tiene algo que decir para mejorar el mundo. Imita al protagonista de casi todas sus novelas: el judío Natham Zuckerman.
El gran trasunto literario del propio autor muestra todas nuestras miserias de modo inteligente y escéptico. Al final, toda la literatura de Roth ha conseguido retratar las decepciones de una época, o mejor dicho, "la decepción" –término que engloba a otros como soledad, enfermedad, suicidio, muerte y otros cercanos a la decadencia moral y física– es un todo literario que habla a todos globalmente considerados y a cada uno en particular. Literatura de decepción tangente con el desgarramiento y la ironía satírica. Es el estro de toda la creación narrativa de Roth. Sus novelas son duras como la vida. Nada que ver con pasar el ratito. La realidad dolorosa está ahí para ser contada. Narración dolorosa. Catártica. No hay catarsis sin sufrimiento. Gran literatura: "Amplificación literaria del dolor". Ese dolor está narrado con dureza y expresión realista, porque el judío Roth no era utópico ni idealista. Solo escribía conjeturas. Arte. Roth jamás fue militante. Fue un artista:
El militante presenta la fe, una gran creencia que cambiará el mundo, y el artista presenta un producto que no tiene cabida en el mundo algo que ni siquiera estaba ahí al comienzo.
Su narrativa, por decirlo en las palabras que él dirige a Hemingway, elude la paráfrasis y la descripción. Recurre al pensamiento. La meditación sobre el poder de la literatura es, como en los grandes clásicos de la novela, una de las líneas centrales de su obra. Su ficción es inviable sin pensamiento. Eso es la gran literatura. Ha muerto el último gran novelista de nuestra época. DP.