Con un gesto de la mano, como un dios impasible, decidía sobre la vida y sobre la muerte. Cada mañana, silbando arias entre dientes en la rampa de selección, enviaba a vagones enteros a las cámaras de gas sin disimular esa sonrisa implícita de quien disfruta haciendo su trabajo. Allí él tenía el poder absoluto. Auschwitz era a la vez su campo de juegos y su laboratorio particular, en donde esperaba realizar los hallazgos médicos más revolucionarios de su tiempo. Una oportunidad única, solo al alcance de las mentes más brillantes del país. A esas alturas ya tenía interiorizada su verdad más absoluta: La compasión es una debilidad. Haría todo lo necesario para asegurar el dominio de la raza. Para ello, pasaba horas experimentando con sus cobayas humanas, que para él no eran más que ratas. Realizó las mayores atrocidades amparado en el deber nacional. No era un simple médico, era "El Ángel de la Muerte", y la mera mención de su nombre despertaba pavor en todo el campo de exterminio.
¿Cómo pudo uno de los mayores criminales de guerra de todos los tiempos, en cuyas espaldas pesaban las muertes de 400.000 personas, regatear a la justicia durante treinta años y morir sin haber pagado por sus actos? El periodista francés Olivier Guez ha querido responder a esa pregunta en su nuevo libro, La desaparición de Josef Mengele (Tusquets), un relato que se adentra en la vida oculta, aún hoy rodeada de misterio, del médico nazi en Sudamérica, y en la complicada red de circunstancias que hicieron posible que cientos de criminales viviesen impunes durante la segunda mitad del siglo XX.
Toda historia tiene un comienzo. ¿Cuál fue el comienzo de la suya con Mengele?
Realmente, empecé a trabajar sobre los criminales de guerra nazis exiliados en Argentina cuando preparaba el guión de la película ‘El caso Fritz Bauer’. Esa película cuenta el trabajo del fiscal alemán que "entregó" a Eichmann al Mossad. Mientras investigaba me crucé con el tema de Mengele varias veces, y en ese momento recuerdo que pensé que se conoce muy poco su historia, así que me pareció que sería muy interesante escribir una novela, o un relato, en torno a esas cuestiones.
Surgieron, además, una serie de circunstancias que me incitaron a trabajar sobre el caso: La primera fue el encuentro con la profesora Saskia Sassen, que es la hija de Willem Sassen, el que fuera, curiosamente, mejor amigo de Eichmann y de Mengele en Argentina. Empecé a hablar con ella de su infancia, de Eichmann, de Mengele, pero luego desapareció y no me ayudó, como decía que iba a hacer… Aunque esa es otra historia. Después, en la Casa de América Latina de París me encontré, por casualidad, a un fotógrafo paraguayo que acababa de terminar un trabajo sobre la historia del "fantasma de Mengele". Entonces me dije: en el imaginario occidental Mengele sigue siendo un misterio. ¿Por qué ese hombre nunca fue detenido? ¿Quién lo ayudó? ¿Cómo pudo pasar treinta años en Latinoamérica sin tener dificultades? Quiero decir, cuando se ha sido Josef Mengele en Auschwitz, cuando se ha llevado a 400.000 personas a las cámaras de gas, y se han hecho experimentos terribles, ¿Qué te reserva la vida? ¿En un momento dado eres castigado, o no?... Creo sinceramente que las historias de los criminales nos dicen tanto como las historias de los supervivientes acerca de nuestro continente y del periodo de posguerra, y en ese sentido, para mí Mengele es el criminal más emblemático.
Por lo que se ve en el libro, Mengele no fue el único nazi que gozó de impunidad fuera de Europa…
Sí. Hay varias explicaciones. La primera la Guerra Fría, que barre toda la gran alianza "contranatura" entre comunistas y capitalistas de la Segunda Guerra Mundial. Desde ese momento la "desnazificación" se paraliza. Cambian las prioridades de las dos grandes potencias, cuyo objetivo se centra de pronto en construir lo más rápidamente posible dos Alemanias tan fuertes como sea posible, y que sean estables además. Eso explica que la inmensa mayoría del personal diplomático, judicial, administrativo, universitario, médico, que había ocupado esos puestos durante el Tercer Reich, y que había estado implicado en los crímenes de Hitler, siga en su lugar una vez acabado el conflicto. No se puede entender la historia de Mengele en Latinoamérica sin esta dimensión geopolítica.
En segundo lugar, en Alemania impera una política de amnesia absoluta durante los siguientes quince años a la Segunda Guerra Mundial. De lo único que se habla allí en los cincuenta es de los prisioneros alemanes en Rusia, y de la destrucción de las ciudades alemanas… De los sufrimientos de la población alemana, de los refugiados de Prusia, de Silesia… Pero del resto no se dice nada.
En tercer lugar, los supervivientes de los campos tampoco hablan. Porque a menudo viven con una enorme culpabilidad. La inmensa mayoría de su familia ha sido masacrada, y ellos han sobrevivido. Así que no hablan de ello. También, muchos de estos supervivientes a menudo son mirados con suspicacia. ¿Por qué sobrevivió él y no mi madre, o mi mujer? ¿Qué hizo? ¿Traicionó? ¿Se acostó? ¿Pagó?. En definitiva, nadie habla.
Y en cuarto lugar, Israel. En ese momento Israel es un estado infantil, casi recién nacido, que tiene grandes preocupaciones de seguridad en Oriente Medio. No tienen los recursos para ir a buscar a nazis. Además, durante sus diez primeros años de vida está muy incómodo con respecto al Holocausto, que no se llama todavía así. Se ve como un estado joven, dinámico, que quiere mirar hacia adelante. No quiere ser asociado a lo que ocurrió en Europa: La debilidad, la enfermedad, esa inmensa tragedia… Allí tampoco se quiere hablar.
Esas serían las razones europeas, por catalogarlas de alguna manera. En cuanto a América Latina. A Perón le da absolutamente igual lo que haya ocurrido en Europa en la Segunda Guerra Mundial. Él lo que quiere es construir la nación, la economía, el ejército, lo más rápidamente posible. Y como hacen falta una o dos generaciones para formar a buenos militares y a buenos médicos, decide importarlos. No es una cuestión de hipocresía o de cinismo. Él ha estado a 15.000 km del frente europeo; la comunidad alemana de Argentina es una comunidad "hipernacionalista", que no ha vivido la guerra, y que siente una gran empatía por sus compatriotas… Así que todos los criminales nazis son bien recibidos, y viven tranquilamente allí. La situación está tan normalizada que Mengele, en un momento dado, puede incluso ir a la embajada alemana en el 57 y decir: "He mentido. No me llamo Helmut Gregor. Quiero recuperar mi pasaporte", y vivir varios años utilizando su propio nombre.
También es verdad que el nombre de Mengele entonces no era lo que sería tiempo después: "El Ángel de la muerte"...
Efectivamente. Mengele en la época no es conocido. Durante la guerra fue solo un capitán, y además era un médico… Hubo cientos de médicos en los campos de concentración. En el libro puede verse claramente cuando escenifico el primer encuentro entre Eichmann y Mengele. Para el primero, que era uno de los altos cargos, uno de los dirigentes, el segundo no era más que un parásito. Mengele no tuvo ningún papel político. Hizo cosas terribles pero no existía. Por eso pudo perfectamente vivir sin sobresaltos durante tantos años.
Sin embargo después, cuando ya vive en Brasil, se siente traicionado. Se ve convertido en la personificación de los males del nazismo mientras observa cómo otros dirigentes con más responsabilidad salen impunes. Se llega a ver casi como una cabeza de turco…
Pero no lo fue. No fue un chivo expiatorio porque hizo cosas horribles. Eso sí, esa "traición" de la que hablas es muy interesante. Una de las cosas que me ha resultado más "divertida" durante la confección del libro ha sido contar los males de Mengele: Su rabia, su amargura. Porque me permitía relatar lo que ocurría paralelamente en Alemania. Toda esa ausencia de desnazificación. Toda esa "hiperhipocresía" monstruosa alemana hasta los años setenta. Donde todo el mundo estaba en su puesto. Los profesores que trabajaron con Mengele, que le enviaron a Auschwitz, siguieron su carrera… Son los mismos hombres que le piden muestras, ojos, órganos, esqueletos… Y conservan su cátedra universitaria. Heidegger, el gran filósofo, que siguió a los nazis, recupera su puesto universitario también. La Literatura alemana de los años 50 y 60 ya exploró todo esto… Habla de esa "hiperhipocresía" terrible. También la película ‘El caso Fritz Bauer’ lo escenifica: Los nazis, a partir de los años cuarenta, cambian el uniforme por ropa de civiles. Alemania empieza su trabajo de memoria a partir del momento en el que esa generación se jubila, cuando las hiperestructuras alemanas ya no pueden estar en peligro. Un dato muy revelador es que la primera conmemoración de los hechos es en 1978, es decir, cuarenta años después… Pero eso pasó en toda Europa. Francia empezó a trabajar sobre Vichy a partir de los años setenta; la Italia fascista igual. Los países quisieron salvaguardar sus estructuras.
¿Hasta qué punto fue realmente buscado Mengele?
Mengele tuvo suerte, porque nadie quiso realmente atraparlo. Los israelíes estuvieron muy cerca, pero era muy complicado. Bueno, más que complicado, hacían falta muchos medios para seguir, efectivamente, a toda su familia en Günzburg; a su mujer en verano en el Tirol del Sur; vigilar los medios nazis y neonazis de Brasil y Argentina… Llega un momento dado en el que Israel tiene otras prioridades. Desde el principio de los años sesenta se encuentra sumergida en un conflicto con el Egipto de Nasser, cuyos misiles, de hecho, habían sido construidos por científicos nazis refugiados. Se entiende entonces que la prioridad absoluta de Israel en ese momento no sean los causantes del Holocausto.
Los alemanes, por su lado, sí que podrían haber hecho muchísimo más. No hicieron nada para detener a Eichmann, por ejemplo, cuando desde el principio de los cincuenta su pseudónimo era conocido. Todo el mundo sabía quién era Ricardo Klement, pero nadie tenía ganas de echarle el guante. Y como a él, a cualquiera. En tres telefonazos habrían podido descubrir a todos los criminales nazis exiliados. No les habría resultado difícil. Sin embargo, no había voluntad política. La explicación de todo eso es que la política de Adenauer se centró en reintegrar a Alemania al concierto de naciones, y en ese panorama los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad no debían aparecer en la primera plana de los periódicos. Si se hubiera cogido a Mengele, ¿Te imaginas la publicidad para Alemania? Todo lo que ese hombre hizo en nombre de Alemania, para Alemania. Habría sido una catástrofe absoluta.
El panorama que pinta es llamativo. ¿Cuántos nazis pudieron salirse con la suya?
¿En Argentina?
No, en el mundo.
No lo sé exáctamente. Muchos. La mayor parte ni siquiera tuvieron necesidad de escabullirse. Pero hubo cientos, miles. Tampoco soy historiador. Solo he trabajado sobre el caso Mengele.
En el libro deja claro que para poder contar toda la historia ha necesitado rellenar los huecos valiéndose de la ficción. La segunda parte del libro parece más ficcional, desde luego... Utiliza el narrador omnisciente. Se mete en la cabeza de Mengele. ¿Cómo ha sido el trabajo de meterse en la cabeza del criminal?
No estoy exactamente en su cabeza. Estoy justo detrás de él. Lo miro. Lo diseco. Es un auténtico placer perverso, en algún momento dado. Evito meterme en su cabeza pero estoy justo ahí, como un dron.
Hablando del otro tema. Lo de que la segunda parte del libro, ‘La rata’, parece más ficcional… Sí pero no. Sí, en la medida en que hubo un momento en el que Mengele abandonó la gran historia. Ya no había Guerra Fría. Mientras que en Argentina es un peón en un gigantesco damero, en Brasil desaparece del mapa. Entiendo que pueda parece más ficcional, pero quiero dejar claro que no lo es tanto. La razón es que Mengele llevó un diario a partir del momento en que se fue a Paraguay. Y escribió en él todos los días, lloriqueando sobre su suerte: a quién veía, a quién no veía… En los libros que cito en la bibliografía hay muchos extractos del diario. No cito el diario directamente, evidentemente, lo que hago es reescribir, a mi manera, lo que cuenta. Existe una idea muy precisa de lo que hizo Mengele durante aquellos años, a quién vio y cómo se sintió.
¿Qué opinión le merece Wiesenthal, el "cazador de nazis"?
La verdad es que me produce mucha candidez. Es un hombre muy valiente, que tuvo la locura, en cierta parte, de instalarse en Viena. Trabajaba solo, allí, con un único asistente. Evidentemente ese hombre no podía estar mejor informado que el mejor servicio secreto del planeta. No existían los móviles, y Wiesenthal recibía postales, a veces llamadas, que le decían "creo que he visto a Mengele en Paraguay; creo que le he visto en Grecia"... No se le puede reprochar el haber contado cualquier cosa que, como se descubrió después, resultó ser completamente falsa.
En cierta manera su trabajo tuvo sus frutos. Si estamos tú y yo ahora en Madrid, hablando de lo que estamos hablando, es porque Wiesenthal nunca olvidó a Mengele. Cada vez que hablaba en los medios, cosa que hacía a menudo, hablaba de Mengele. Él es el responsable de que el hombre que cometió crímenes terribles siendo un simple capitán, un pequeño médico, todavía sea conocido en el mundo entero. No puedes citarme el nombre de otro médico nazi, a que no; No me puedes citar a cinco generales alemanes que hayan dirigido las operaciones militares; pero Mengele te dice algo, evoca algo… Y eso es gracias a Wiesenthal.
Hay gente que sostiene que la labor de la memoria no ha terminado de realizarse, que se recuerda Auschwitz pero que en el fondo no se ha meditado en profundidad sobre el problema, que no se han cambiado las cosas…
La mayoría de la población mundial ha oído hablar de Auschwitz, espero. Ahora bien, eso tiene matices. Para la mayoría de la gente ese episodio terrible ha entrado en la Historia, con mayúsculas, donde ya no existe un contacto directo. No hay supervivientes de los campos nazis en todos los lugares de Europa, y cada vez son menos numerosos. Yo he crecido con abuelos que atravesaron todo el siglo veinte, que tuvieron que ocultarse durante la Segunda Guerra Mundial. En ese sentido mi relación con esa historia era íntima. Y las personas de mi generación, incluso los que son un poco más jóvenes, tenían también una relación íntima con esa historia. Hoy, sin embargo, un niño de quince, veinte años, no tiene esa relación íntima. Por otro lado la cosa cambia en función de los países. España no participó directamente en la guerra, y por eso, tal vez, aquí exista aún menos contacto.
Creo que es necesario que reinventemos otra forma de memoria, porque la relación íntima que se tenía con aquellos dramas ha cambiado desde los años setenta. Tenemos que encontrar otra relación, y va a ser muy complicado. La gente ahora pasa del tema, o piensa que es el pasado y que no le concierne; otros no quieren oír hablar de ello…
Para explicarme bien… En Francia existe una expresión, el "deber de memoria", y yo creo que esta noción es negativa, porque parece que se quiere imponer una memoria oficial. Lo que es realmente importante es el trabajo de memoria. Es decir, que otras generaciones hagan suya una historia que no les toca directamente, porque es antigua. Que realmente la sientan profundamente, como yo podía sentirla porque charlaba con mis abuelos y porque es mi historia.
¿Qué opina de esa nueva oleada de nacionalismos que está viviendo Europa?
Eso completa lo que acabamos de decir. Ahí está el nacionalismo. Sigue vivo. Desde hace unos diez años, en Europa, parece que está naciendo una nueva violencia. Transmitida por las redes sociales… Una violencia verbal, física incluso… Es lo que escribo al final del libro. Después de dos o tres generaciones, la gente olvida.
Los periódicos siempre enseñan la misma foto de Mengele en Auschwitz, por ejemplo. Es como si les enseñas a los más jóvenes la foto de un caballero medieval. Les da igual, lo ven lejano. No se sienten identificados. Está pasando en muchos países… Y no solo tiene que ver con la extrema derecha. Existe una violencia de extrema izquierda. Y la violencia del islamismo, claro. Por eso no hay que centrarse en uno o en otro. Si realmente queremos defender nuestras democracias liberales tenemos que tener en mente esos tres peligros.
Ese desapego histórico parece inevitable, sin embargo. ¿Quiere eso decir que estamos condenados a repetir los mismos errores?
Es una evidencia que la desmemoria y el desapego imperan en Europa. Puede verse por doquier. Y recuerda a lo que pasó en el siglo XIX. Pero eso no quiere decir que la historia tenga que repetirse. Lo que pasa es que se trata del mismo sistema. En Europa en el siglo XIX, en cuanto terminaron las Guerras Napoleónicas el continente se estabilizó, en cierta medida. Existieron muchas revoluciones pero no hubieron grandes guerras. Luego, a partir del momento en el que llegamos a esos sesenta, sesenta y cinco años después, a finales del siglo XIX, empieza la preparación de la Primera Guerra Mundial, porque ya no existía la misma relación con el pasado.
Si leemos las novelas de Balzac, a mediados del XIX, siempre tienen alusiones a las Guerras Napoleónicas. Había un abuelo que había luchado en ellas, o algo por el estilo. Y cuando ocurrieron las Guerras Napoleónicas ya descubrimos hasta dónde puede llegar la guerra y cómo desestabiliza a todo un continente. Nadie obvia lo que ocurrió después, en el siglo XX. Ahora estamos un poco en la misma configuración. Eso sí, debemos tener mucho cuidado de todas formas, porque podemos llegar a tratarnos de nazis. Hemos olvidado lo que es un nazi.
Si este libro, modestamente, ha participado en toda Europa, para poner en guardia y alertar sobre cómo las nuevas generaciones deben tomar conciencia, pues bienvenido. Sé que ha sido muy leído en los liceos en Francia. Si en España se diese el caso en los institutos sería fantástico. Porque aunque España tenga otra Historia, es una Historia europea aún así.
Mengele nunca respondió por sus crímenes. ¿Recibió su castigo, al menos?
Soportó una prisión a cielo abierto. Mengele se sentía prisionero de él mismo. En toda la segunda parte del libro, ‘La rata’, se autodevora. Y es más difícil escapar de una prisión a cielo abierto que de una prisión con paredes, porque se vive con la angustia permanente. A Mengele le da la impresión en un momento determinado de que detrás de cualquier palmera va a aparecer un agente del Mossad. Porque era un hombre que no estaba hecho para eso. Entiéndeme, nadie está hecho para eso, pero él no era un militar de carrera, ni un agente secreto. No era un tío duro. Era un burgués que quería ser profesor de universidad en Alemania y que se encontró en el último rincón del planeta, rodeado de idiotas, completamente perdido y aislado. Soportó una tortura increíble durante veinte años.