A la avanzada edad de 94, ha fallecido Richard Pipes, maestro sovietólogo y padre de un buen amigo, Daniel. Vayan ante todo mi expresión de dolor y mis condolencias para la viuda y la familia.
Tuve la oportunidad de conocer personalmente al profesor Pipes en marzo de 1984. Yo andaba preparando mi libro sobre el programa de defensas estratégicas antimisiles lanzado el año anterior por el presidente Reagan, y un amigo mutuo me sugirió ir a verle y me organizó la visita a su residencia académica en Harvard, donde enseñó toda su vida, excepto los dos años que pasó en el National Security Council de la Casa Blanca.
Fui hasta Cambridge, Massachusetts, motivado no tanto por conocer al intenso, extenso y profundo historiador de Rusia, de la revolución bolchevique y del estalinismo, como por su discurso político. Pipes no solo había formado parte del famoso Comité sobre el Peligro Presente, sino que era, según todas las lenguas, el arquitecto de la visión de Ronald Reagan sobre la entonces URSS. A él se le achacaba la definición presidencial de la Rusia soviética como "Imperio del Mal".
Es harto probable que me falle la memoria, pero guardo una imagen inicial de él desequilibrada respecto a su estatura intelectual, pues le recuerdo algo encorvado y tirando a bajito. Pero, dada la estatura de sus hijos, seguramente me esté equivocando. El salón donde me invitó a un café y conversamos un buen rato estaba oscuro, si eso sirve de excusa. De lo que no tengo dudas es de la pasión y convicción que Richard Pipes, a pesar de su hablar suave, transmitía. Él venía de publicar uno de sus libros sobre política exterior, La supervivencia no es suficiente, en el que arremetía contra los errores de la política de contención y defendía acciones encaminadas a cambiar la naturaleza del régimen soviético. La tesis principal, de la que sale el título del libro, puede resumirse en que la URSS, por su naturaleza y esencia, tiene que ser y mostrarse agresiva y expansionista, por lo que la contención es, a la larga, imposible, y lo que se debía hacer era un roll back. Yo, en realidad, iba a hablar de lo mío, de cómo Moscú podía reaccionar ante la conocida popularmente como Guerra de las Galaxias, pero lo primero que hice al salir de la entrevista fue acercarme a una librería de la zona y comprarme su libro.
No volví a verle hasta dos años después de aquella tarde, pero sabía de él y sus análisis a través de gente a la que yo veía de vez en cuando y que estaba en contacto frecuente con él. De dos personas en especial: Richard Perle, el famoso Principe de las Tinieblas, y su acólito en el Pentágono, Frank Gaffney, dos de los artífices de la política reaganiana de intentar transformar la URSS y no contentarse con una coexistencia que sólo la había favorecido.
Mi segundo encuentro fue a comienzos del 86, en el ámbito de una visita organizada por el Departamento de Estado para un grupo de expertos internacional, en la que, durante cinco largas semanas, recorrimos todo punto de los Estados Unidos relacionado con el programa SDI, pues ese fue el nombre final, Iniciativa de Defensa Estratégica, para la idea de protegerse de los misiles balísticos intercontinentales. Los ocho participantes nos acomodamos en la misma salita de la universidad donde le había visto a solas antes y pudimos escuchar su escepticismo sobre los cambios en la URSS y la emergente figura de Gorbachev. Para él, el sistema soviético era irreformable, como se podría comprobar más tarde. Pero se podía acabar con él. Esa era su alternativa.
Me reencontré con el profesor Pipes en 1987, en el marco de un curso conjunto organizado por el MIT y Harvard. Su charla, a pesar del pesimismo histórico sobre los errores del mundo occidental hacia la URSS, abría la puerta inesperadamente a lo que acabó pasando, el colapso de la Unión Soviética, algo que todavía nos parecía a los de la audiencia muy lejano. Pero nosotros éramos los equivocados, no él.
Richard Pipes fue el gran historiador crítico de la URSS, y por eso muchos en la Academia le criticaron duramente. Desmontó todos y cada uno de los mitos sobre la URSS que pululaban entre los profesores progresistas del momento. La pena, para mí, es que su carrera en la política, como asesor, no pudiera ser más larga. La universidad sólo le concedió una excedencia de dos años y, por otra parte, las luchas intestinas de la Administración no eran plato de su agrado. La suerte es que dejó magníficos alumnos entre las filas de Reagan. Y que Ronald Reagan comulgaba con sus ideas básicas.
Curiosamente, pariente lejano de otro buen amigo, Dean Godson, acababa de recibir a través de él uno de los últimos trabajos de Richard Pipes sobre la propiedad privada y el Estado patrimonialista. Aunque referido a la URSS, podría aplicarse a la España actual. Pero la noticia de su fallecimiento me ha llegado antes de que pudiera finalizarlo. Hace pocos días comí en Madrid con su hijo Daniel, especialista en el mundo musulmán. Vayan aquí de nuevo mis sinceras condolencias. Pierde un padre, y nosotros perdemos un maestro. Descanse en paz.