"Prins fue un joven arquitecto argentino, muy brillante, que ganó el concurso para construir la facultad de derecho de Buenos Aires. Su proyecto había sido un edificio de estilo francés, pero, por una serie de misterios, en las altas esferas decidieron que se construyera al estilo gótico", así comenzó César Aira (Argentina, 1949) a desvelar el enigma del título de su último libro, Prins (Penguin Random House), que presentó el miércoles en el Espacio Fundación Telefónica, cerca de la Gran Vía madrileña. "Se tuvo que venir entonces a Europa durante un año para embeberse del estilo de los castillos e iglesias góticas y, a su regreso, las cosas no salieron como debían. La construcción fue muy complicada, Prins fue volviéndose loco y acabó todo mal. Murió en extrañas circunstancias, aún no se sabe si por un accidente o cometiendo suicidio, y el edificio se quedó como una enorme mole gótica inacabada".
Poco de esta historia, sin embargo, queda en la nueva novela de Aira. En ella sobrevive el edificio, convertido en facultad de ingeniería, pero nada de la vida del arquitecto que lo construyó. "El título guarda una relación lejana con lo que sucede dentro del libro. Tal vez descifrable para el lector atento, pero no más", explicó. Porque el argumento se centra, en realidad, en la vida de un escritor de novelas góticas que, aburrido y cansado de un éxito fraguado a base de haberse vendido a los intereses del mercado, decide dejar de escribir y consagrar el resto de su tiempo al consumo de opio, "el mejor antidepresivo que existe".
Juega entonces en ese plano en el que, aburrido por el ocio y vacío de proyectos, decide tirarse de lleno a la piscina de la evasión más absoluta. "Yo siempre he reivindicado la evasión", explicó Aira, "no sé por qué tiene tan mala fama". La novela, sin embargo, no se presenta a la manera tradicional. En ella van entremezclándose desde el primer momento acontecimientos y visiones; delirios y miedos, y se va desdoblando paulatinamente la realidad del protagonista. La lectura se convierte entonces en una extraña aventura por la mente de un adicto, dejando la sensación final de no estar seguro de si lo que ha sucedido es real o ficticio. Puro estilo Aira.
"Prins es una novela de interiores", aclaró el autor. En ella casi todo sucede dentro de una casa, excepto alguna incursión en el autobús 126. Los diferentes personajes (Alicia, la amante que difícilmente podría ser su antiguo amor universitario; el Ujier que le vende la droga y se ve obligado a trasladarse a vivir con él; los policías que le hacen una visita repentina…) parecen vivir en una noche continua, que va transformando la vida del escritor en su novela gótica particular.
El trabajo de escribir
Durante el acto, en el que conversó con el periodista Javier Rodríguez Marcos, también tuvo tiempo para hablar de sus concepciones de la Literatura, de sus maestros y del acto de escribir, algo que le "ha permitido vivir". "Y no me refiero a mantenerme económicamente", matizó, "me refiero a que me ha permitido soportar la vida". Preguntado acerca de su manera de enfrentarse a la página en blanco, fue claro: "El principio de un texto es el principio. A mí me surge una idea y trato de plasmarla, de darle forma. Luego puedo acertar o no. Pero eso no me preocupa mucho porque sé que si no he acertado en una acabaré acertando en otra". El final, sin embargo, "puede ser cualquier cosa. Sobre todo para alguien tan irresponsable como yo, que no tiene reparo en acabar de cualquier manera. Una cosa que noto en mis libros es que mientras los escribo me entran unas ganas horribles de acabarlos, para ponerme a escribir otras cosas, así que muchos finales están apurados. A veces simplemente pongo la fecha y listo".
Llegados a ese punto, se hizo obligada la pregunta acerca de la escritura automática de Breton. "Cada vez la practico más", dijo. "Pero puede ser un camino peligroso. Te puede llevar a cualquier lado". De las vanguardias, en general, quiso explicar que "las más drásticas; las más extremas, están condenadas al callejón sin salida. Porque están muy ligadas al uso del lenguaje, que es un sistema lógico, ordenado. Las artes plásticas, al no necesitar esa estructura, lo tienen más fácil".
Para los escritores jóvenes, que buscan hacerse un hueco en el mundo literario, quiso dejar un mensaje: "Aunque no me gusta nada dar o recibir consejos, yo les diría que no intentasen hacer buena literatura. Buena literatura hay mucha. Tienen que intentar hacer algo nuevo. Crear nuevos paradigmas. Que lo bueno se juzgue entonces a partir de la obra que escriban ellos". Y la conversación derivó entonces a los primeros años del Aira aprendiz; sus primeras lecturas y sus grandes maestros. "De pequeño leía muchos cómics. Sobre todo me gustaban los de Superman de los 50. La llamada época de plata. Sus guionistas eran muy ingeniosos a la hora de buscar formas de poner en aprietos a un superhéroe tan invencible como Superman". "Después pasé directamente a Borges, sin escalas. Y me fascinó la manera que tenía de dotar a su literatura de un fondo. Es como Kafka. Las obras de ambos son universos en expansión. Aún hoy siguen siendo estudiadas y generan más textos que hablan sobre ellas. Son mitos hermenéuticos", exclamó. Para acabar, como ejemplo de su gran devoción por su compatriota, añadió: "Uno escribe lo que quiere escribir y luego se pregunta cómo lo habría escrito Borges. Y no".