Dos enunciados sobre el primer fotógrafo que ganó el Premio Nacional de Fotografía, Gabriel Cualladó (Massanassa, 1925-Madrid, 2003), sorprenden tanto como sus fotografías en la exposición «Cualladó esencial» que el Canal de Isabel II presenta hasta el 29 de abril.
El primero es una frase suya: "Toda mi obra cabe en una caja de zapatos".
El segundo, las palabras que se leían en su tarjeta de visita: "Gabriel Cualladó. Fotógrafo amateur".
Luego, basta una vuelta por la exposición para comprender que estos dos enunciados le servían para describir su forma de hacer arte. Una pequeña reflexión posterior vale, además, para entender que describen, también, la esencia de cualquier artista, la diferencia que convierte al creativo en creador y que poco tiene que ver con su procedencia: el talento y la visión.
El hombre como centro de encuadre
Nada en la biografía del joven Cualladó hacía sospechar que terminaría construyendo el resto de ella detrás de una cámara fotográfica. Trabajador diurno en el campo valenciano y estudiante nocturno, llegó a Madrid para crearse un perfil profesional bajo la sombra de su tío Alfonso y su agencia de transportes Cualladó, en la que entró como repartidor y que terminó dirigiendo. Pero, años más tarde, recordaría cómo, siendo niño, ya jugaba a recortar el paisaje que pasaba rápido ante sus ojos sentado en la carreta de su padre. «Fotógrafo amateur».
La visión
Su encuentro con la fotografía fue casual; esa biografía que nada hacía sospechar acabó conduciéndole al momento en el que su visión encontró un sentido. Algo común a todos los artistas: tarde o temprano, su inquietud acaba por descubrir la rendija por la que dar rienda suelta al talento. En Cualladó, ese momento se produjo cuando nació su primer hijo y le fotografió con una cámara Capta, cuyo resultado le decepcionó tanto, que se apresuró a cambiarla.
A partir de ese instante, todo sucedió rápido —en palabras suyas, «lo demás vino casi de forma natural»—. Autodidacta, se formó leyendo revistas como Arte Fotográfico y asistiendo con regularidad a la Real Sociedad Fotográfica, en donde no encontró reflejo a su forma poco académica de entender la fotografía y sus inquietudes renovadoras, pero sí a otros fotógrafos como Francisco Gómez y Rafael Romero, que se convirtieron en compañeros y amigos con los que, pocos años después, entraría a formar parte de la AFAL y formaría el grupo La Palangana, que terminó siendo el germen de la conocida como Escuela de Madrid, una forma de entender la fotografía alejada de la rigidez académica y centrada en el hombre. "En mi obra, hay muy pocas fotografías en las que no haya personas".
Con una Leica como inseparable herramienta, Cualladó desarrolló su trabajo sobre todo por instinto. Sus encuadres no estaban estudiados, era un fotógrafo casi estático, hacía pocas tomas y sus modelos eran personas anónimas o de su entorno más cercano que elegía por proximidad, sin ninguna intención reivindicativa más allá de mostrar lo que veía. Y, sin embargo, esa forma de fotografiar era tan congruente con la visión y la personalidad de Cualladó, de una narrativa tan certera a la vez que cercana, que terminó abanderando la renovación de la fotografía española. Una cantidad moderada de negativos y una mirada. "Toda mi obra cabe en una caja de zapatos".
El talento
El reconocimiento internacional no tardó en llegar, y, en 1959, recibió un premio de la revista norteamericana Popular Photography. Más tarde, serían frecuentes las exposiciones fuera de España —Venecia, Amsterdam, Moscú, París— y las publicaciones en revistas y editoriales internacionales. En 1962, estuvo entre los diez fotógrafos españoles invitados por el Comisariado de Turismo francés para hacer un reportaje sobre París.
La técnica del amateur
La fotografía de Cualladó es cercana pero muy personal. Su magnífica serie sobre el Rastro surgió por la necesidad de llenar de alguna forma su tiempo cuando acompañaba allí a su mujer a comprar telas. Y en ella están todas las personas que entonces lo poblaban, desde el elegante anciano vendedor de cualquier objeto hasta el joven moderno descamisado que descansa al lado de una anárquica pintada. Igual que ocurrió con el reportaje sobre París, que, a pesar de no contener a ningún sin techo, su visión de la ciudad —que dividió en tres partes, Rue La Paix, Les Halles y Place du Tertre— resultó a las autoridades demasiado incisiva y fue, junto a la de sus colegas, en cierta forma arrinconada.
Cualladó era un artista que se movía por instinto. Hombre corpulento, sus manos parecían tapar la mirilla y el objetivo de su Leica cuando enfocaba a través de ella. En una fotografía tomada por Roland Laboye, aparece, incluso, sosteniendo una bolsa en uno de sus brazos mientras está disparando. Como cualquier gran artista, su técnica era personal, intuitiva; conocía todo lo que tenía que ver con el hecho fotográfico, se rodeaba de colegas, se implicaba en labores de edición y difusión, se convirtió en un importante coleccionista de fotografía, y, aun así, la ejecución siempre fue cosa suya, nacida directamente de su visión y su talento. "Hace su obra como quien tira una botella al mar", dice Nelly Schnaith en el corto dedicado a Cualladó, El camino, dirigido por Hervé Tirmarche, y que forma parte de la exposición del Canal.
Seguramente, esa postura honesta de no considerarse profesional —su trabajo era, para él, la labor dentro de la agencia de transportes—, de quedarse un paso fuera del sistema, le otorgó la ventaja de no contaminarse ni convertirse en un producto, de ser auténtico a lo largo de toda su obra. La mirada de Cualladó no perdió nunca su frescura, el talento del amateur, capaz de ver poesía donde los demás no. Ese talento que, en palabras de Antonio Muñoz-Molina le hizo ser "un fotógrafo tan lleno de delicadeza en un país tan áspero como la España de entonces, aquellos años cincuenta".
De esta forma, pudo fotografiar a niños —sus modelos preferidos, sus hijos, los amigos de sus hijos, hijos de amigos o desconocidos que salían a su paso— y conseguir así sus fotografías favoritas La Gitanilla (Sama de Langreo, Asturias, 1978) y Niña en el camino (Sobrepiedra, Asturias, 1957), pero también realizar entre 1993 y 1994 para el Museo Thyssen el que sería su último trabajo, la serie Puntos de vista, que le llevó a esconderse durante dos años entre el público del museo para realizar una narración completa sobre el hecho de la contemplación humana del arte.
Y también, ese puesto en la barrera, le permitió convertirse en coleccionista de fotografía, intercambiar con toda naturalidad su cotizado trabajo por el de algún desconocido principiante que hubiera llamado su atención, apoyar la obra de jóvenes talentos —José Frisuelos lo recordó en su blog, tras su fallecimiento, como el padre de un amigo y como el gran fotógrafo con el cual tuvo "… el honor de ser consocio suyo en la R.S.F y, mucho más honor todavía, cuando quiso comprarme una de mis fotos"—, no tener miedo de probar nuevas técnicas como el color o la fotografía instantánea, declinar participar en el ambicioso proyecto Un día en la vida de España «porque no me dejaban decidir», e incluso, poder decir, en una entrevista en 1997, siendo ya un fotógrafo consagrado, algo tan fresco y esperanzado como que "todavía tenemos mucho que ver, todavía tenemos ganas de que nos cuenten historias".
La caja de zapatos
Con su trabajo de artista autodidacta, íntimo y libre, Gabriel Cualladó, el fotógrafo que siempre se consideró un amateur, luchó contra la concepción de la fotografía como un derivado poco valioso de la pintura, y demostró que existía, independiente y hermoso, el arte fotográfico. Un arte tan grande como para caber dentro de una caja de zapatos.
En su currículo de amateur figuran el Premio Nacional de Fotografía, el Premio Europa de Fotografía, la Medalla de Oro en la exposición del Museo Fodor de Ámsterdam y la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes, entre otros.
Su obra —además de en la exposición temporal del Canal de Isabel II hasta el 29 de abril— puede verse en el Museo Reina Sofía de Madrid y en el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM).