Estamos todos inmersos en lo que se llama "medios interactivos", por mucho que parezca tan tradicional este menester de los artículos de opinión. Cierto es que en el periodismo de siempre había espacio para las cartas al director. Ahora la cosa es más directa. Al correo del escritor le llegan inmediatamente las reacciones de algunos lectores más asiduos. A veces lo hacen desde el teléfono móvil. Es difícil imaginar más inmediatez.
Ignoro la magnitud de la audiencia de estos artículos míos en Libertad Digital, y llevo más de cuatro mil. Seguramente me he debido de repetir en algunas ocasiones. La originalidad no es el máximo valor en este oficio. Lo que sí certifico es que cada vez son más abundantes los comentarios y las réplicas de los lectores. Tanto es así que con algunos de ellos he llegado después a entablar una buena amistad.
El comentario más halagador para mí es el que viene a decir: "Eso que usted escribe hoy es lo que yo pienso". Por ahí se demuestra que no persigo ser original, sino, antes bien, recoger estados de opinión mostrencos, esos que están en el ambiente. Se trata de un sesgo inevitable del sociólogo que levanta los tejados de los vecinos con impertinente curiosidad.
Me resultan muy útiles las observaciones de los agudos lectores cuando me hacer notar detalles o datos que yo no había visto. Es algo muy corriente. No aduzco solo la limitación del espacio, que me marco yo mismo. Al igual que, para no desanimar a los posibles lectores, me impongo la restricción de que las frases no contengan más de 30 palabras. Alguna vez me excedo, pues no se trata de contabilidades, sino de un cierto espíritu de austeridad léxica. Se suele invocar el honroso precedente de las frases cortas de Azorín, pero el maestro levantino se quedaba tan pimpante después de añadir media docena de adjetivos a un sustantivo. Yo me conformo con el límite de tres, y eso en los casos de floritura.
A mis alumnos solía aconsejar que, antes de leer un libro o un artículo, procuraran conocer algún dato más sobre el autor. El ideal, desde luego, es tratarlo personalmente. De ahí la conveniencia de tener libros dedicados por los respectivos autores. Si no se puede llegar a ese privilegio, al menos la facilidad del correo electrónico permite una relación más personal entre el lector y el autor.
No debo dejar a un lado el lector-mosquito, raro espécimen que también aparece de vez en cuando. Su sádico placer está en hacerme sufrir un poco, motejando mi escrito de parcial o frívolo. La parcialidad es necesaria cuando se intenta superara la metafísica. La aparente frivolidad tampoco debe de extrañar mucho, pues se trata de instruir deleitando. Paso por alto el extremo de los que me consideran facha o indocumentado. Son las calificaciones que más me duelen, por injustas. Para componer un miserable artículo se ha hecho necesario pasar el noviciado de muchos años de lecturas y especulaciones. No es tarea fácil.
Aun así, satisfecho me hallo con esta dedicación de emitir mis pareceres respecto de los asuntos cotidianos de mi país. Ya digo que no se espere que estén al día. Me inclino por un plazo más generoso.
Otra cosa. No se me busquen las vueltas aduciendo que hace equis años yo no pensaba lo mismo que ahora. No vale la pena perder el tiempo con obviedades. Claro es que he cambiado de opinión algunas veces, aunque barrunto que no siempre en la dirección del viento dominante. Es decir, no altero mi posición porque convenga a mis intereses, sino simplemente porque acumulo más lecturas y observaciones. No otra cosa es el vivir, al menos en esta gozosa profesión.