Con motivo de la entrega de las Medallas honoríficas de la Junta de Andalucía el pasado 28 de febrero, el poeta y catedrático Luis García Montero, de inequívoca trayectoria política comunista, pronunció, en nombre de los demás galardonados, un discurso que contenía unas manifestaciones de Federico García Lorca sobre el patriotismo. Ya habían sido citadas por él mismo en su Un lector llamado García Lorca y difundidas en la red social por sus correligionarios.
En su intervención el Día de Andalucía y en alusión a los sentimientos del joven Lorca de 2017 ante las matanzas de la Primera Guerra Mundial, repitió: "Desde la escuela, en vez de enseñarnos a amarnos y a ayudarnos en nuestras miserias, nos enseñan la deplorable historia de nuestros países salpicados de sangre, de odios y nos dicen: Aprended a matar a vuestros enemigos. Mirad. ¿Veis este retrato? Pues es Felipe II, que quemó 8.000 herejes. ¡Admirad a este otro! Es el Cid Campeador, que luchó contra la cruel morisma y que en Valencia asesinó a muchos hombres... Y éste es Santiago, patrón de España, que luchó contra los moros y los exterminó". (El texto de 1917 - Lorca tenía 19 años -, se encuentra inserto en las Obras Completas, ed. Miguel García-Posada, tomo IV, págs.731-36)
Aunque olvidó advertir que es el único texto que Lorca tiene sobre patriotismo, que Lorca respetaba las tradiciones nacionales, sobre todo en literatura, y que, para él, la liberal Mariana Pineda y sus amigos eran patriotas, quisiera referirme a otras menciones más tardías que el propio García Lorca hizo sobre estos personajes que, de conocerse sólo el texto de 1917, podrían desfigurar la valoración que el poeta granadino tenía sobre dichos personajes.
Sobre El Cid
"Estáis tan majestuosas en vuestra vejez (ciudades de Castilla), que se diría que hay un alma colosal, un Cid de ensueño sosteniendo vuestras piedras y ayudándoos a afrontar los dragones fieros de la destrucción... Unas edades borrosas pasaron por vuestras plazas místicas. Unas figuras inmensas os dieron fe, leyendas, y poesía colosal; vosotras continuáis en pie, aunque minadas por el tiempo... ¿Qué os dirán las generaciones venideras? ¿Qué saludo os hará la aurora sublime del porvenir?"
Impresiones y paisajes, Meditación, Federico García Lorca, 1918
"La figura amorosa de Jimena que describe la formidable leyenda, aún parece esperar al caballero más amante de las guerras que de su corazón y esperará siempre como esperan los Quijotes a sus Dulcineas sin notar la espantosa realidad.
Toda la historia de aquel amor fuerte, está dicha sobre estos suelos; todas las melancolías de la mujer del Cid pasaron por aquí..., todas las palabras de réplica mimosa y apasionada se oyeron por estos contornos, hoy muertos...
Rey de mi alma y destas tierras, conde.
¿Por qué me dejas? ¿Adónde vas? ¿Adónde?
Pero el héroe tenía ante todo que ser héroe, y apartando a la dulzura de su lado, marchaba entre fijosdalgo en busca de la muerte..., y la mujer dolorida y llorosa pasearía entre estos sauces y entre estos nogales renovados, hasta que algún religioso con barba blanca y calva esmaltada viniera en su busca para conducirla a su aposento en donde quizá todas las noches oyera a los gallos cantar... Y lo desearía y lo amaría por grande y por fuerte, pero todo en vano, pues tan sólo algunas horas pudo de sus caricias gozar...
La figura de doña Jimena es la nota más femenina y subyugadora que tiene el romancero... Casi se esfuma al lado de las bravatas y contrastes de Rodrigo su marido, pero tiene el encanto suave del amor.
Jimena siente un amor gigante visto a través de las páginas de los romances. Amor reposado, lleno de un apasionamiento vibrante que tiene que ahogar ante el fantasma del deber... En el interior del convento y junto a la fuente de los mártires surge el claustro románico lleno de escombros y de polvo... Luego la iglesota grande, profanada, y el sepulcro del Cid y su mujer, en donde las estatuas llenas de esmeraldas derretidas de humedad, yacen mutiladas y sin alma... Lo demás todo ruinas con hilos de plata de las babosas, ortigas, rudas, enredaderas, y mil hojas entre las piedras caídas..., y cubierto con una amarga y silenciosa pátina de humedad..."
Impresiones y paisajes. San Pedro de Cardeña, Federico García Lorca, 1918
Sobre Felipe II
"Esto, me dicen, fue el refugio de una tapada señorial que enamoró a Felipe Segundo... Las torres del palacete se pierden entre los ramajes. Sigue la carretera su cinta silenciosa llena de claridad cegadora... Entre las torres que desfilan por ella hiere nuestra emoción un torreón guerrero de piedra gris, solo, a la salida de un pueblecito, con traza de romance de amores, un poco desvencijado por el peso dulce de un manto soberbio de yedras. Son los álamos altísimos y escuetos, dando a la carretera un acento funeral".
Impresiones y paisajes. Monasterio de Silos, Federico García Lorca, 1918
Una mujerzuca vestida de negro, con los ojos muy grandes, azulados, bobos, dice con voz chillona, como queriendo explicar: "Sí, sí, el divino Vallés, el divino Vallés, el médico de Felipe Segundo" ... Damos gracias a la mujer, y atravesando la plaza llegamos al mesón...
Impresiones y paisajes. Monasterio de Silos, Federico García Lorca, 1918
"Valentísima vencedora del duende (se refiere a santa Teresa de Jesús), y caso contrario al de Felipe de Austria, que, ansiando buscar musa y ángel en la teología, se vio aprisionado por el duende de los ardores fríos en esa obra de El Escorial, donde la geometría limita con el sueño y donde el duende se pone careta de musa para eterno castigo del gran rey.".
Teoría y juegos del duende, Conferencias, Federico García Lorca, 1933
Reseñemos incluso que Lorca, en un poema tituladoCanción novísima de los gatos (incluido en Otros poemas sueltos), se figuró a los gatos de este modo:
Son Felipes segundos dogmáticos y altivos,
odian por fiel al perro, por servil al ratón,
admiten las caricias con gesto distinguido
y nos miran con aire sereno y superior.
Me parecen maestros de alta melancolía,
podrían curar tristezas de civilización.
Sobre el apóstol Santiago
Esta noche ha pasado Santiago
su camino de luz en el cielo.
Lo comentan los niños jugando
con el agua de un cauce sereno.
¿Dónde va el peregrino celeste
por el claro infinito sendero?
Va a la aurora que brilla en el fondo
en caballo blanco como el hielo.
¡Niños chicos, cantad en el prado
horadando con risas al viento!
Dice un hombre que ha visto a Santiago
en tropel con doscientos guerreros;
iban todos cubiertos de luces,
con guirnaldas de verdes luceros,
y el caballo que monta Santiago
era un astro de brillos intensos.… /…
-Madre abuela. ¿Dónde está Santiago?
-Por allí marcha con su cortejo,
la cabeza llena de plumajes
y de perlas muy finas el cuerpo,
con la luna rendida a sus plantas,
con el sol escondido en el pecho.… /…
Era dulce el Apóstol divino,
más aún que la luna de enero.
A su paso dejó por la senda
un olor de azucena y de incienso.
-Y comadre, ¿no le dijo nada?
-le preguntan dos voces a un tiempo.
-Al pasar me miró sonriente
y una estrella dejóme aquí dentro.… /…
¡Niños chicos, pensad en Santiago
por los turbios caminos del sueño!
¡Noche clara, finales de julio!
¡Ha pasado Santiago en el cielo!
La tristeza que tiene mi alma,
por el blanco camino la dejo,
para ver si la encuentran los niños
y en el agua la vayan hundiendo,
para ver si en la noche estrellada
a muy lejos la llevan los vientos.
Santiago, (Balada ingenua), Fuente Vaqueros, 25 de Julio de 1918
Naturalmente, García Montero no hizo referencia alguna a los asesinados por otras Españas, la suya entre ellas, a los que pocos han pedido perdón alguna vez. De nuevo, desaprovechó la ocasión para conciliar. Ya son demasiadas oportunidades perdidas cuando va a cumplir 60 años. Al parecer, y retocando sus propios versos, "cuando cierra la puerta de su casa / no suelen los escalones llenársele de dudas" ni "es como cuando sale de alguna discusión / y el ascensor no se le cubre de verdades no dichas". Es una lástima.