Muy a menudo se tacha de "nacionalistas españoles" a quienes nos declaramos antinacionalistas y no nos avergonzados de ser españoles, ni evitamos nombrar a España empleando eufemismos al uso como "este país", "Estado español", etc.
Tal acusación falaz es la conocida estratagema dialéctica del Tu Quoque (y tu más, en traducción libre) mediante la cual se trata de desarmar el argumento de un oponente situándole en idéntico plano para poner de manifiesto sus contradicciones y su incoherencia. Schopenhauer disecciona muy bien esta y otras estratagemas de la dialéctica erística (o habilidad para discutir) en su pequeño ensayo El arte de tener razón.
Sin embargo, el ardid defensivo del Tu Quoque (a menudo reforzado por argumentos ad hominem, ad populum y ad verecumdiam) puede ser fácilmente desmontada cuando se debate en libertad, con argumentos y cuando los polemistas no son intimidados por una legión de hinchas de uno u otro signo que abuchean o aplauden a la voz de sus amos.
Quienes no somos nacionalistas, nos oponemos cívicamente al nacionalismo político por las siguientes razones:
1. Por su carácter excluyente
2. Por su supremacismo racial, moral o cívico, adaptado a la moda de los tiempos
3. Por su historia ensangrentada desde sus albores en el siglo XIX
4. Por el falseamiento consciente y calculado de la historia para justificar todo lo anterior. Ello lleva necesariamente no solo a la creación de mitos de una Edad Dorada ancestral y antifáctica sino también de enemigos históricos, temibles y poderosos. En el nacionalismo, supremacismo y exclusión son hermanos de sangre, valga el juego de palabras.
Estos cuatro factores - y no otros elementos identitarios a los que considero parte de nuestro acervo común español e ibérico (cultura, lenguas, costumbres...) - son los que me producen un enorme rechazo del discurso nacionalista centrífugo, indistintamente de sus matices étnicos, religiosos o políticos.
En 2016 la anexión política de territorios sobre unas supuestas bases lingüísticas me resulta una idea no solo superada por la geopolítica actual, sino también bien peligrosa a la luz de la Historia reciente. Aunque trato de evitar la Reductio ad Hitlerum pues muchas veces se abusa de ella sin fundamento, no puedo evitar hacerlo cuando analizo el nacionalismo. No en vano, el partido nazi se sustentaba en las más puras teorías nacionalistas de corte étnico y romántico (muy similares, por cierto, a las defendidas por Sabino Arana para "los vascos", aquellos arios del sur de Europa). Y digo que tales ideas anexionistas me resultan antipáticas y anacrónicas porque son las mismas tesis defendidas por el nacionalismo alemán cuando a mediados de los años treinta del siglo pasado justificaba el Anchluss (anexión) de Austria sobre la base de una identidad lingüística… ERC y muchos de los grupúsculos que se desarrollan a su calor mantienen el mismo discurso cuando aluden a los "Países Catalanes", una de tantas falsedades históricas con las que el nacionalismo pancatalanista pretende abonar un futuro Anchluss de la Comunidad Valenciana, las Islas baleares, parte de Aragón y algunos territorios franceses.
Pretender tildar de "nacionalista español" a quien se declara antinacionalista es, de entrada, una contradicción en los términos que tendrá que probar quien la sostenga. Para empezar sería necesario dilucidar qué se entiende por Nacionalismo Español ¿Hablamos del discurso de Canovas, de Menéndez Pelayo, de Maeztu, del Dr. Albiñana (que si creó un Partido Nacionalista Español), de Azaña o del nacionalcatolicismo franquista? Y si aluden a esos antiguos nacionalismos españoles ¿cuántos españoles de hoy los han leído o comparten tal o tales enfoques nacionalistas? Creo que muy pocos. Creo que tales ideas nacionalistas - tras nuestra Constitución de 1978 que nos convirtió a todos los españoles en ciudadanos libres e iguales- son ya parte de nuestra historia y se conservan en donde deben estar: en los libros y en los muesos. Solo las teorías nacionalistas periféricas se mantienen vivas en algunos gobiernos autonómicos y su agresividad y virulencia lleva el sello de siglos felizmente superados. De ahí su anacronismo.
Por lo tanto para que el calificativo "nacionalista" tenga sentido cuando se aplica a los españoles que nos declaramos antinacionalistas, creo que sería preciso que tales españoles suscribiéramos las anteriores características (excluyentes, supremacistas, etc). Sin embargo, sucede que los rasgos distintivos de quienes nos consideramos antinacionalistas son justamente los contrarios:
1. No somos excluyentes: No percibimos a España en lucha contra Europa, Francia, Portugal, Cataluña o el País Vasco. Los antinacionalistas no pensamos así, por más que el nacionalismo dedique gran parte de sus esfuerzos a forjar una afrentas históricas, y buscamos una convivencia constructiva entre todas las culturas y lenguas ibéricas, sin prohibir su uso, pero tampoco forzándolo. Pensamos que es suficiente con facilitar, sin necesidad de prohibir. Ser antinacionalista no supone ser centralista ¿Se entenderá esto alguna vez?
2. No somos supremacistas: No percibimos a España como cúmulo de virtudes, sin mácula alguna, ni creemos que sea un dechado de prodigios acríticamente aceptados. Los españoles antinacionalistas no ocultamos las miserias de nuestra historia, ni nos consideramos por encima de otros. No nos atribuimos logros foráneos, ni ocultamos las propias vergüenzas pues sabemos que la Historia es una excelente escuela que nos enseña a evitar repetir los errores del pasado. Somos españoles, pero ante todo libres e iguales. Nada esta, ni consentiremos que esté, por encima de las leyes que nos hemos dado.
3. Nuestra historia reciente no cuenta con guerras ni conflictos cuyo origen haya sido la creación o conservación de la Nación Española. La última guerra sufrida en España no es una guerra nacionalista. Nuestra unidad política en el siglo XV - por la fuerza de alianzas y no de las armas- nos aleja demasiado de ese nacionalismo sangriento que ha torturado Europa durante los últimos dos siglos.
4. No falseamos la Historia para fundamentar la existencia de España como unidad política y nación. La rica y variada historiografía sobre España puede discrepar en muchos aspectos (pensemos en la Guerra civil) pero ningún historiador serio e independiente niega nuestro carácter histórico como nación, ni secunda el revisionismo histórico nacionalista que, por ejemplo, pretende convertir en "Guerra de Secesión" (catalana) lo que en realidad fue una "Guerra de Sucesión" por la corona de España en la que Austrias y Borbones combatieron por el cetro español. Como acertadamente escribe Gonzalo Sichar en su ensayo El antinacionalismo acomplejado:
[El nacionalismo] funciona a través de un revisionismo histórico, encaminado a diferenciar el «Yo» del «Otro». Esto lo refuerza mediante la invención de una identidad y puede llegar a hacerlo incluso inventando el lenguaje. El nacionalismo avanza porque es la creación artificial, antihistórica, falsa y socialmente intencionada de algo que se forjaba social e históricamente: la Cultura.
En consecuencia, no somos nacionalistas españoles quienes sencillamente defendemos la unidad histórica de España, el Estado más antiguo de Europa. Y afirmo que no lo somos porque defendemos nuestra nación española tratando de conocer nuestra historia y cuestionándola, siendo conscientes de sus grandezas y sus miserias, amando a nuestro país sin sentirnos superiores a otros pueblos (pero tampoco inferiores), ni aspirando a una expansión geopolítica que abarque y conforme nuevos Estados. Y quien así pensamos o actuamos no somos nacionalistas, sino simplemente buenos ciudadanos y un buenos españoles; sin mayores atributos. Y esto es así en todos los países que pueblan la tierra, España incluida.