Hablaba Cioran de la figura del "intelectual fatigado", tipo que encuentra las vitaminas en el terror y en las doctrinas de las que éste es consecuencia. "¿Que él es su primera víctima –escribe el filósofo rumano en "Sobre una civilización exhausta"-? No se quejará. Sólo le seduce la fuerza que le tritura. (…) De este modo se arrojará de cabeza en cualquier mitología que le garantice la protección y la paz de un yugo".
A esta especie pertenece Céline, "una persona abyecta e intolerable" (Philip Roth), un "perfecto cabrón" (Bertrand Delanoë, exalcalde de París) y/o un "ser desesperado, de un pesimismo total, pero que al mismo tiempo nos daba una fuerza increíble" (Lucette Almansor, su tercera y última esposa). Con permiso de En busca del tiempo perdido, de Proust, la mejor novela francesa del siglo XX es suya: Viaje al fin de la noche. Pero también tres panfletos antisemitas, psicópatas, despiadados y virulentos. Pudo conseguir la gloria; se convirtió en un paria.
Louis Ferdinand Auguste Destouches nació el 27 de mayo de 1894 en Courbevoie. Su madre hacía encajes y su padre trabajaba en una compañía de seguros. El apodo por el que le conocemos es el nombre de su abuela materna, que regentaba una pequeña tienda de bordados. Estudió en Alemania e Inglaterra. Al cumplir los dieciocho, se alistó en una unidad de caballería. Participó en la Primera Guerra Mundial, donde fue herido y condecorado. Tras una temporada en Londres –matrimonio fallido incluido-, partió a África como encargado de explotación forestal. A su regreso, se hizo médico higienista. Trabajó para la Sociedad de Naciones y viajó a EEUU, Cuba, Canadá, Inglaterra, Nigeria o Senegal. En 1926 conoció a Elizabeth Craig, a quien dedicó su obra cumbre, y dos años después visitó la URSS para conocer de primera mano de qué iba la dictadura bolchevique.
En 1932 se consagró con Viaje al fin de la noche, novela escrita con absenta nihilista, con altas dosis de esa brutalidad que impregna lo cotidiano. A través de las vivencias de su protagonista, Ferdinand Bardamu –alter ego del autor-, Céline nos revuelve las tripas narrando las miserias de la guerra, de los suburbios, de las colonias, de las nuevas fábricas. Y lo hace sin moralismos ni conciencia: el mundo es un basurero imposible y, para sobrevivir, el individuo debe acostumbrarse a vivir en/entre/con la mierda.
En 1933 rompió su relación con Craig y, tres años después, lanzó su otra gran novela, Muerte a crédito. A partir de entonces, y pese a seguir publicando, su literatura sucumbe.
"¡Todos judíos! ¡Todos gánsters!"
En A vueltas con la cuestión judía (Anagrama, 2011), Élisabeth Roudinesco afirma, con motivos de sobra, que "a fuerza de acorralar al microbio judío para entregarlo, Céline había ahogado su genio literario en el antisemitismo (…). Después de Auschwitz, Céline no hará más que corromper su propia escritura, ya destruida por los panfletos". En efecto, entre 1936 y 1941, el novelista escribió cuatro libelos cargados de cianuro y pólvora: Mea Culpa (1936), Bagatelles pour un massacre (1937), L’Ecole des cadavres (1938) y Les Beaux Draps (1941). El primero es anticomunista; los tres siguientes, antisemitas. Según escribe Julia Kristeva en Poderes de la perversión (Siglo XXI, 1988):
"Aislarlos –los panfletos- del conjunto de su texto es una protección o una reivindicación de izquierda o de derecha, ideológica en todo caso pero no un gesto analítico o literario. (…) Aquel que firma no sólo sus novelas sino también sus panfletos con el nombre de su abuela, Céline, reencuentra el nombre de su padre, su estado civil, Louis Destouches, para asumir la paternidad totalmente existencial, biográfica, de los panfletos".
Kristeva encuentra dos rasgos comunes que estructuran los panfletos:
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La "rabia contra lo Simbólico", representado por instituciones como la Iglesia, la masonería, la escuela, el comunismo, que "culmina en lo que Céline alucina y sabe que es su fundamento y ancestro: el monoteísmo judío".
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La tentativa de sustituir este simbolismo por una "Ley absoluta". En palabras del novelista francés, "una idea, una doctrina dura, una doctrina de diamante, más terrible aún que las demás para Francia".
Según Céline, "los condenados de la Tierra por un lado, los burgueses por el otro, en el fondo no tienen más que una sola idea, hacerse ricos o seguir siéndolo". Cree que su país se ha convertido en una "República masónica desvergonzada", una "Hidra de ciento veinte mil cabezas" donde "el judío y su perro francmasón (…) prosperan, se muestran jubilosos, exultan, deliran de carroñería".
En Les Beaux Draps, Céline define al judío como "un mimético, una puta". En Bagatelles…, los tilda de "estériles, vanidosos, devastadores, monstruosamente megalomaniacos, puercos", y señala que "todo pequeño judío, al nacer, encuentra en la cuna todas las posibilidades de una hermosa carrera". También cree que "los 15 millones de judíos darán por culo a los 500 millones de arios".
Por otro lado, encuentra en el fascismo y, sobre todo, en Hitler, al "verdadero amigo del pueblo": "¿Quién hizo más por el obrero? ¿La URSS o Hitler? Hitler. No hay más que mirar con los ojos limpios de mierda. ¿Quién hizo más por el pequeño comerciante? No es Thorez, ¡es Hitler!". "Personalmente –cuenta en L’Ecole…-, encuentro a Hitler, a Franco y a Mussolini, admirablemente magnánimos, demasiado, en mi opinión, dignos de 250 premios Nobel, otorgados fuera de la competición, ¡por aclamación!".
Además, el novelista dispara contra el cristianismo:
"¿La religión crística? ¿La judeo-talmudo-comunista? ¡Una banda! ¿Los Apóstoles? ¡Todos judíos! ¡Todos gánsters! ¿La primera banda? ¡La Iglesia! ¿La primera organización de chantajistas? ¿La primera comisaría del pueblo? ¡La Iglesia! ¿Pedro? ¡Un Al Capone del Cántico!".
Y contra los comunistas:
"El comunismo sin poeta, a lo judío, a lo científico, a lo razón razonante, materialista, marxista, a lo administrativo, a lo chabacano, a lo patán, con 600 kilos por frase, no es más que un muy jodido procedimiento de tiranía prosaica, absolutamente sin vuelo, una impostura judía satrápica absolutamente atroz, incomible, inhumana, una repugnante prisión de esclavos, una infernal apuesta, un remedio peor que la enfermedad".
Céline escribió estos panfletos porque quiso, sin estar a sueldo de nadie. Siendo oficial de la Wehrmacht en el París ocupado, Ernst Jünger se entrevistó con el autor francés pocas semanas después de que los nazis desfilaran por la capital francesa. El alemán plasma un recuerdo de este encuentro en Radiaciones : "Me ha manifestado su extrañeza por el hecho de que nosotros, los soldados, no fusilemos, no ahorquemos, no exterminemos a los judíos, su asombro por el hecho de que alguien que tiene a su disposición una bayoneta no haga un uso ilimitado –contra los judíos- de ella".
"Nunca he perseguido a nadie"
Tras la caída del Gobierno de Vichy y oliéndose el fin de la II Guerra Mundial, en junio de 1944, Céline abandonó París junto a Lucette –recordemos: su última esposa-, y se exilió en Dinamarca. Fue arrestado por orden del nuevo gobierno francés, acusado de colaboracionismo durante la ocupación nazi en Francia. Pasó año y medio en prisión. Defendió que él no tuvo la culpa de los horrores ocurridos –"Nunca he perseguido a nadie"- y cambió las loas al Fürher por desprecio: "La vociferación hitleriana, ese neo-romanticismo ululante, ese satanismo wagneriano, siempre me pareció obsceno e insoportable".
Tras ser amnistiado en 1951, regresó a Francia, escribió obras menores –y saturadas de autodefensa incomprensible y puntos suspensivos-, fue médico de pobres, se rodeó de gatos y de perros y murió el 1 de julio de 1961, de un aneurisma cerebral. A su entierro fueron treinta personas y el cura se negó a rociarle con agua bendita. Los periódicos pasaron del asunto: les interesó muchísimo más el suicidio de Hemingway. En 2011, fue excluido por el ministro francés de Cultura, Frédéric Mitterand, de la lista de celebraciones nacionales previstas a petición del abogado y presidente de la Asociación de Hijos de Deportados Judíos, Serge Klarsfeld. Vargas Llosa criticó la decisión del gobierno francés: "Parece suponer que, para ser reconocido como un buen escritor, hay que escribir también obras buenas y, en última instancia, ser un buen ciudadano y una buena persona". Un año después, una editorial canadiense publicó en un volumen los panfletos antisemitas. Con muchas notas a pie de página, a modo de extintores.