Gramsci, de quien se consideran seguidores los ideólogos de Podemos, desarrolló el concepto de "hegemonía cultural". Para él, un partido político tiene la hegemonía cultural cuando domina la manera de ser y de pensar de la mayoría de la población. Un cambio revolucionario, decía el que fue uno de los fundadores de Partido Comunista Italiano, nace del sentimiento de frustración de un pueblo indignado, pero, para que la revolución triunfe, es necesario subvertir el orden de valores de la sociedad. Los seguidores de Gramsci creen que la tarea del político es mucho más fecunda si, en lugar de utilizar al pueblo para que se lance contra quienes ostentan el poder, lleva a cabo la labor educadora necesaria para crear en los ciudadanos una conciencia revolucionaria.
Eso es lo que Pablo Iglesias trataba de explicar a un auditorio de jóvenes comunistas cuando, a la pregunta de qué consideraba más importante, si la propaganda o la educación, contestó: "Primero la propaganda, luego controlaremos el Ministerio de Educación".
Que la educación es esencial para crear un "hombre nuevo", capaz de crear un nuevo mundo, lo dijo Rousseau hace más de dos siglos, y lo sabían los comunistas que yo conocí en la universidad española hace cincuenta años. Pablo Iglesias, Monedero, Errejón, y todos sus camaradas ideológicos, creen que el pensamiento de Gramsci es su gran aportación a la nueva izquierda, lo que no deben de saber es que ya, desde los últimos años del franquismo, los comunistas eran conscientes de que, para imponer su pensamiento en la sociedad, era imprescindible tener el control de la educación.
En 1976 la izquierda pedagógica, formada fundamentalmente por comunistas pues entonces los socialistas apenas existían, presentó un proyecto educativo al que llamó "Alternativa democrática para la enseñanza", que pretendía ser la hoja de ruta hacia la "democratización escolar". El modelo de educación que la Alternativa proponía se resume muy bien con el eslogan de las camisetas de la marea verde del 15M: "Por una escuela única, pública y laica". En aquel documento ya se decía también que, para respetar "la realidad plurinacional de España", la enseñanza debía impartirse en la lengua propia de cada territorio.
Cuando el POSE comenzó a gobernar en España y decidió emprender una reforma total del sistema educativo, no tuvo más que retomar aquel proyecto. La LOGSE de 1990 fue una adaptación de las Comprehensive Schools británicas, centros de educación secundaria a los que podían asistir todos los alumnos sin selección previa y en los que todos los alumnos cursaban las mismas enseñanzas. El modelo de estas escuelas se ajustaba muy bien a la escuela única que defendían los socialistas, y tenía la ventaja de ofrecer una imagen internacional.
La Ley que regula los conciertos educativos (LODE) se había aprobado cinco años antes. No todos los socialistas estuvieron de acuerdo con el nuevo sistema de financiación de centros privados. Luis Gómez Llorente, que había sido uno de los artífices de la Alternativa Democrática, no quedó satisfecho con el grado de cumplimiento del camino "democratizador" trazado en 1976. Gómez Llorente consideraba que sólo el Estado podía garantizar una educación igual para todos y temía que si se dejaba libertad para abrir colegios y estos recibían financiación del Estado, la gente no sería capaz de comprender la superioridad "moral" del modelo "comprensivo" y de la educación pública.
La LOGSE ha sido renovada varias veces. En el año 2002, lo fue por la LOCE (Ley Orgánica de Calidad de la Educación) del gobierno de Aznar, que nunca llegó a aplicarse; en 2005, por la LOE (Ley Orgánica de Educación) de Rodríguez Zapatero y, en 2013, por la LOMCE (Ley Orgánica de Mejora de la Educación) de Mariano Rajoy. Tres leyes en 25 años que no han resuelto ninguno de los problemas que la LOGSE planteaba.
Se diría que el sistema ha fracasado si por fracaso se entiende que los alumnos españoles de 15 años ocupan los últimos puestos del ranking en las evaluaciones internacionales, que el porcentaje de paro juvenil está cerca del 50% o que la formación profesional no satisface a los empresarios que han de contratar a los jóvenes.
Sin embargo, el proyecto "democratizador" de la izquierda realmente no ha fracasado. Y es que hoy se puede afirmar, y comprobar, que la hegemonía en el mundo educativo es socialista y profundamente anti liberal. El lenguaje educativo, que fue la más perfecta y sutil obra de propaganda de la izquierda pedagógica, como bien supo explicar Orwell en su libro 1984, ha condicionado totalmente el pensamiento.
En el mundo de la educación, nadie en público defiende hoy las ventajas de una enseñanza privada, libre de la intervención del Estado, frente a la escuela pública. He visto profesores que participaban en las marchas de la "marea verde" vestir la camiseta con el eslogan "Por una escuela única, pública, laica", al mismo tiempo que llevaban a sus hijos a colegios privados o concertados. Hay dirigentes de Podemos que no han pisado en su vida las aulas de un colegio público y que, sin embargo, claman por una enseñanza totalmente estatal. Y es que, para los dogmáticos de la escuela pública, la coherencia no importa. Lo que importa es poseer la hegemonía cultural, ser dueños del "sentido común" y que ese sentido común nos diga que la escuela pública es "moralmente" superior a la privada porque asegura la "equidad" educativa. Ningún político se ha atrevido, ni se atreverá en muchos años, a defender la idea del bono escolar que hoy tiene Suecia, a pesar de ser este el país más socialdemócrata de Europa.
Poco importa que "la escuela única" que impuso la LOGSE sea un fracaso manifiesto, lo que importa es que, por "sentido común", la mayoría de la población piense que una enseñanza igual para todos es moralmente superior que un sistema que permita que a quien puede aprender más se le exija más, lo que hipócritamente los dogmáticos de la igualdad llaman escuela "segregadora" y "elitista". Extraña sonaría hoy en las aulas la parábola de los talentos que tantas veces las profesoras en mi colegio utilizaron para hacer estudiar más a las que eran más capaces.
Además, como hemos podido constatar, los que se han hecho con la hegemonía cultural han logrado implantar el dogma de que la derecha está desautorizada para enmendar los desastres de las leyes socialistas. Es indignante ver cómo cualquier intento de reforma de la fracasada LOGSE, cuando ha venido del PP, ha acabado retirado, solo porque los socialistas no dejan que la derecha meta la nariz en un terreno que consideran suyo. Es triste ver cómo el PP se refugia en la "enseñanza digital" y la "lucha contra el acoso escolar" en su programa de educación para las próximas elecciones, cuando se está estrenando una Ley suya que nacionalistas y socialistas boicotean sin inmutarse.
La hegemonía cultural pertenece a la izquierda desde mucho antes de que llegara Podemos. Los viejos comunistas sabían quién era Gramsci y sabían que apoderándose de la educación y de la cultura serían más útiles a "la causa" que con el simple uso del poder. Es más, si hoy Podemos tiene más de cinco millones de votos y aspira a ser la única izquierda de este país es precisamente porque el mundo de la cultura y de la educación en España es profundamente antiliberal. Y no nos engañemos, lo que Podemos odia, porque sabe que es su verdadero enemigo, es la libertad del individuo y el sentido de la responsabilidad que la libertad lleva indisolublemente unido. Y por eso está en contra del libre desarrollo de la personalidad, de la libertad de los padres para decidir sobre la educación de sus hijos y de la libertad para abrir colegios que ofrezcan una alternativa a la educación estatal.