En los primeros años de la postguerra española tuvo gran éxito en los quioscos de novelas del Oeste americano un personaje conocido como El Coyote. Sus aventuras eran ávidamente devoradas por miles de lectores. Fue su autor un barcelonés llamado José Mallorquí, quien mantuvo aquella notoriedad hasta que sus novelas sobre aquel héroe dejaron de publicarse en 1953. En la madrileña Casa del Lector, sita en el paseo de la Chopera, se ha inaugurado una exposición que durará hasta bien avanzado el mes de junio donde se exhiben ejemplares de aquellas ediciones de "El Coyote", con ilustraciones y recuerdos. La vida de José Mallorquí tuvo episodios de aventura y un capítulo último, trágico, cuando se suicidó finalizando el año 1972, a la edad de cincuenta y nueve.
Fue José Mallorquí Figuerola un ser ya marcado por la desgracia, a poco de nacer en 1913, cuando sus padres se separaron, quedando el pequeño al cuidado de una abuela. Muerta ésta, interno en un colegio de los Salesianos, al abandonar ese centro quedó en la más completa orfandad. De su fallecida madre, Eulalia Mallorquí Figuerola, (apellidos que él adoptó, hurtando el paterno) recibió una cuantiosa herencia, que le permitiría vivir sin problemas durante buen tiempo. Había dejado de estudiar a los catorce años y con veinte trabajó de traductor para la editorial Molina, aprovechando sus conocimientos del francés, y del inglés que fue aprendiendo gracias a un amigo. La guerra civil la pasó en Buenos Aires y a su regreso a Barcelona le propuso en 1943 al propietario de la mencionada editorial la publicación de una novela, El Coyote, basándose en "El Zorro", un mítico personaje del Oeste americano creado por Johnston McCulley.
Aquel relato novelesco tuvo éxito y cuando José Mallorquí, quien por cierto lo había firmado con el seudónimo de Carter Mulford, trató de convencer al editor de convertirlo en una serie, éste se negó. Así es que el novelista recurrió a otra empresa, la editorial Clipper, quien acabó haciendo un gran negocio durante un decenio, publicando regularmente las idas y venidas de "El Coyote", mote bajo el que se escondía el personaje de ficción César de Echagüe, hijo de un rico hacendado de California, quien defendía los derechos de los hispanos allí instalados hacía muchos años frente a las pretensiones colonizadoras de las tropas norteamericanas. Se identificaba físicamente al héroe con una máscara cubriéndole parte del rostro, vestido todo de negro, apuesto conquistador de cuidado bigote, aunque sus enemigos lo tildaban erróneamente de afeminado.
Doscientos títulos se publicaron sobre "El Coyote". Y como la venta de ejemplares era notable, se editó también la revista con igual título, a modo de tebeo, que es como se llamaba entonces a lo que luego se ha conocido como "comic". Las ilustraciones eran de Francisco Batet. Sucesivamente, el mismo aventurero daría para un serial radiofónico, que tuvo asimismo un incontestable éxito de audiencia. Dos años después de que la novela dejara de publicarse, en 1955 se filmó la primera de las cinco películas que, en el transcurso de los años, tuvieron como protagonista al intrépido Coyote, con su espectacular sombrero mexicano y su pistola a punto con la de deshacer quijotescamente entuertos. La quinta cinta abordando similares aventuras se rodó ya en tiempos más cercanos, en 1998, dirigida por Mario Camus, con José Coronado de galán.
Puede suponerse que "El Coyote" proporcionó a José Mallorquí espléndidos dividendos, aunque no se limitara a escribir solamente sobre su popular personaje, ya que en la década de los 60, en la cadena Ser mantuvo varias temporadas un serial titulado Dos hombres buenos, que constituyó un nuevo reconocimiento hacia su ingenio literario. En la década siguiente su quehacer como guionista se vio quebrantado por unas dolencias de espalda que le impedían sentarse frente a la máquina de escribir, por lo que se vio obligado a contratar a una secretaria. A ese penoso trance de su salud hubo de añadir su preocupación por la de su esposa, Leonor del Corral, el único amor de su vida, quien aquejada de leucemia murió en 1971, dejando al escritor en una situación lamentable, entre sus que se fue acentuado por espacio de un año. Hasta que una madrugada optó por quitarse la vida.
Dejó una nota para sus hijos: "No puedo más. Me mato". Si la historia de José Mallorquí concluyó de modo tan patético, volvió a repetirse tiempo después en uno de sus hijos. Eduardo Mallorquí había heredado la gran imaginación literaria de su progenitor, y así entre otros éxitos fue guionista de una magnífica serie televisiva del año 1985, Tristeza de amor. Pero, cosa frecuente en el mundo del espectáculo, pasó apuros económicos más adelante. Y no pudo –no quiso- afrontarlos. El 16 de marzo de 2001 ingirió un tubo de barbitúricos, dejando este mundo casi a la misma edad que su padre, con cincuenta y ocho años.
¿Qué extraño destino unió a estos dos seres, padre e hijo, para que decidieran quitarse la vida? Lo que también hizo, por cierto el autor de la banda sonora de Tristeza de amor, el cantante Hilario Camacho. Esa serie parecía gafada, pese al éxito del que gozó, pues a mitad del rodaje se murió de repente uno de sus protagonistas, el galán del cine de postguerra Alfredo Mayo. Cuando uno recuerda a estos personajes no deja de sentir cierto escalofrío. Es la ocasión también para que nuestra memoria evoque los momentos agradables que nos dejaron con sus trabajos.