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Rosa Belmonte

De modo cacandi

El humor de cuarto de baño, que incluye cualquier función corporal, es eterno. Abarca desde Jaime Bayly hasta Jeff Daniels en 'Dos tontos muy tontos'.

El humor de cuarto de baño, que incluye cualquier función corporal, es eterno. Abarca desde Jaime Bayly hasta Jeff Daniels en 'Dos tontos muy tontos'.
Jeff Daniels en Dos tontos muy tontos | Archivo

En su último artículo en Perú 21, Jaime Bayly cuenta una historia escatológica donde él es el protagonista. Su mujer lo ha puesto a dieta y, además de matarlo de hambre, le da linaza. En uno de sus paseos de madrugada (los da cuando acaba el programa de televisión), la linaza hizo su efecto laxante y no le dio tiempo a llegar al baño de su casa. "Me escondí como un animal temeroso, rogué al azar que me protegiera de algún viandante que pudiese pillarme haciendo esas cosas innobles en la vía pública, me abandoné a los dioses de la fortuna, me bajé los pantalones, me puse en cuclillas, como el mono que todavía era, e hice lo que tenía que hacer. Sí, la linaza era tremendamente digestiva, tanto que sentía que estaba pariendo un feto de seis meses entre los arbustos". En ese momento, su mujer lo llamó por teléfono. Es más, su mujer apareció (estaba lloviendo tanto que salió a buscarlo). Su mujer, riendo, le preguntó si tenía papel higiénico. No, claro. Le dio paños húmedos (supongo que lo que aquí llamamos toallitas).

Lo que Bayly relata, en exteriores, es como lo que John Huston recuerda en sus memorias, que es muy parecido a la escena de Harry en Dos tontos muy tontos. "No uses el inodoro, está estropeado", le dice Mary Swanson (Lauren Holly) cuando ya es demasiado tarde. Viendo a Jeff Daniels en The Newsroom siempre me acuerdo de esa escena.

El humor de cuarto de baño, que incluye cualquier función corporal, es eterno. Se pretende que es popular especialmente entre niños y adolescentes, pero no es verdad. Lo encontramos en Los cuentos de Canterbury de Chaucer o en Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais. El descacharrante autor francés se inventa una serie de libros titulados De modo cacandi (y va de lo que suena), Ars honeste pedandi in societate (sobre ventosear en público) o Campi clysteriorum (manual sobre supositorios). Y también para adultos es ese sketch de Amy Schumer en el que está siendo asesinada (es una chica a la que el miedo provoca flatulencias). Por más dramático que resulta el ataque, más flatulencias suelta la pobre. Es el asesinato más desternillante de la reciente televisión.

Pero también reímos cuando leemos que Kant tuvo dos borracheras, una de cerveza y una de café. Con esta no logró sujetar sus tripas, que se movían lo que se detuvieron tras el atracón de cerveza. A partir de entonces se convirtió en un obseso de la digestión. Dominar el intestino es dominar las pasiones. "El hombre es culpable de lo que acaece en su letrina", recuerda Francisco Giménez Gracia en La cocina de los filósofos. En la organización de su dieta decidió que no podía comer solo, que la conversación durante la comida facilitaba el tracto intestinal, alejaba la diarrea y el estreñimiento. Siempre comía a la una. Siempre lo mismo: bacalao fresco cocido, carne asada (que masticaba y escupía), dos rodajas de pan con mantequilla y queso inglés rallado. También reímos al leer que Hitler tuvo un apretón de pequeño y se limpió con los deberes, que era lo único que tenía a mano. Luego los entregó.

Cuando Bayly terminó lo suyo, de la casa en cuya fachada se había desahogado salió el dueño. "¿Se encuentra bien, señor Baylys?". Sí, muy bien, gracias. "Lo vi en las cámaras de seguridad y quería ofrecerle si quiere pasar al baño".

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