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Jesús Laínz

Lo de Gila no era un chiste

Parece que todo en esta vida tiene que ser divertido: la política, la literatura, la información, el arte, hasta la religión.

A principios de los sesenta Gila grabó en disco un monólogo, titulado A duro la pregunta, en el que escenificó un concurso cultural. El participante, un joven que a sus veintisiete primaveras cursaba sexto de reválida, a la pregunta sobre quién había sido el primero en cruzar los Alpes, en concreto a lomos de elefante, respondió en un primer intento que Bahamontes.

–Ani..., Ani... –soplóle a continuación el bondadoso presentador.
–¡Anisete!

Tampoco acertó el pollo con la distancia más corta entre dos puntos.

–La línea rrrr..., la línea rrrr... –ayudó el presentador.
–¡La línea telefónica!

Finalmente llegó la pregunta deportiva:

–En 1924 se jugó un partido amistoso entre el Osasuna y el Deportivo Alavés. En el minuto 28 de la segunda parte el interior izquierda se lesionó el dedo gordo del pie derecho. ¿Cómo se llamaba la tía del linier?
–Alfonsa Tarabitabechea –respondió raudo el concursante.

–¡Correcto! Pero, hijo mío, ¿cómo sabes tú tanto? –preguntó el asombrado locutor.
–Es que estudio mucho.

Lo que hace medio siglo era un chiste hoy es la realidad. Ahí están esos concursos televisivos, someramente culturales (algunos más que otros, gracias a Dios), la mayoría de cuyos concursantes son incapaces de responder a las más sencillas preguntas sobre eso que antes se llamaba cultura general pero conocen detalles sorprendentes sobre las últimas tonterías, famosetes, fornicios y cotilleos. En eso han quedado la alfabetización universal y la escolarización obligatoria. Como repiten los ciegos voluntarios, he aquí "la generación más preparada de la historia de España", ésa forjada por la Logse y de la que saldrán –ya han empezado a salir– los jueces, los empresarios, los profesores, los técnicos, los cirujanos, los gobernantes del futuro. Dios nos ampare.

También quedan reflejados en dichos programas los modales característicos de nuestra plebeya época: en uno de ellos, en concreto en ése –que no es el peor de todos– en el que han de encontrarse palabras a partir de una inicial y una definición, cada acierto es recibido por el público presente en la sala no con los aplausos que serían comprensibles, sino con bramidos propios de bisontes en celo.

Además, esos programas culturales suelen tener como elemento principal, más que el saber, el reír. No en vano vivimos en la era de la risa. Parece que todo en esta vida tiene que ser divertido: la política, la literatura, la información, el arte, hasta la religión. Recuérdense los obispos danzantes de Río de Janeiro. Vivimos tan rodeados de carcajadas que uno de los oficios más valorados es el de payaso televisivo. Tanto es así, que los miembros de tan aristocrático gremio disfrutan del privilegio de ser tenidos por creadores de opinión y referentes morales.

Que no pare la risa.

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