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Jorge Vilches

Una visión liberal de la Historia española

La muerte de Raymond Carr nos deja sin uno de los hispanistas más interesantes

La muerte de Raymond Carr nos deja sin uno de los hispanistas más interesantes. Su interpretación de la historia de España abrió entonces un camino distinto al que había marcado Tuñón de Lara, instalado en la Universidad de Toulouse. Frente a esta interpretación marxista y estructuralista que definía la vida política, social y económica de España según los clichés de la lucha de clases, y de lo que llamaba "bloques de poder", Carr dio una visión más moderna y liberal.

Albert Raymond Maillard Carr nació en la pequeña localidad inglesa de Bath en 1919. Su padre era maestro de escuela y muy religioso, por lo que obligaba a su único hijo a leer la Biblia en voz alta. Afortunadamente, el Ejército británico le rechazó debido a un problema coronario cuando quiso alistarse para ir al frente en la Segunda Guerra Mundial. Estudió en la Universidad de Besançon y en Friburgo, y posteriormente consiguió una beca para estudiar Historia en la Christ Church de Oxford. En 1950 fue de viaje de novios a Torremolinos, donde conoció a Gerald Brenan, otro hispanista que había publicado siete años antes lo que ahora es un clásico: El laberinto español. Esta amistad le animó a tomar España como objeto de estudio.

Carr se unió así a ese grupo de hispanistas, como Hugh Thomas, John Elliott o Richard Herr, que crearon escuela y permitieron que la visión de la historia española se enriqueciera. En 1966 dio a la imprenta Spain, 1808-1939, que no se trataba de un manual cargado de datos y nombres, sino de una interpretación del desarrollo político y social español. Las categorías cambiaron. Ya no se trataba de las clases sociales, los intereses económicos o la voluntad de los grandes hombres, sino de la interacción de los actores políticos. Y Carr lo centró en cuatro.

El primer de ellos era la Iglesia, primero, definida por su poderosa estructura nacional y enorme influencia, no solo cultural y educativa, también en el ámbito de las acciones colectivas. La jerarquía española se había destacado por su activismo contra la libertad desde 1808 y por su vínculo con opciones conservadoras o autoritarias. Esto, a su vez, había generado un anticlericalismo que se relacionaba en su momento con el establecimiento de un régimen liberal y democrático, luego con uno republicano y finalmente con uno socialista. El segundo actor señalado por Carr era el Ejército, debido a su papel determinante en la política española también desde 1808: sus injerencias, propias de la época, alimentaron el aventurerismo de los ambiciosos y debilitó al elemento civil que debe tener un régimen representativo sano. A esto añadió dos elementos más. Por un lado, la Corona, cuya actitud y falta de preparación, incluso de interés, perjudicó el establecimiento y la consolidación de la libertad. Y, por otro, los partidos, con un comportamiento poco edificante y unos líderes alejados en muchos casos de la figura del hombre de Estado.

En el trasfondo del análisis de Carr estaba la preocupación por el problema de la libertad en España. "¿Por qué aquí no?", se debió de preguntar en la década de 1960, en un momento en el que existía un claro retraso respecto a gran parte de Europa. Por esto, tras aquel libro, ya un clásico, vinieron otros sobre la Segunda República y la Guerra Civil, la España de Franco y la Transición. Carr estuvo animado por la necesidad que tiene todo historiador de comprender la sociedad en la que vive. Se alejó de sensacionalismos, de banderías y trincheras para formularse preguntas propias de un intelectual, y dedicó su vida profesional a buscar respuestas. No había presupuestos estructurales que utilizaran la historia para argumentar postulados políticos, sino amor al conocimiento. Ese ánimo lo trasladó a sus discípulos directos, como Juan Pablo Fusi, Joaquín Romero Maura, Charles Powell o Helen Graham, pero su influencia permanece, si bien a veces a duras penas, entre las generaciones posteriores.

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