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La codicia rompe el saco

La codicia es la pasión irrefrenable de poseer dinero o los bienes que con él se adquieren.

La codicia es la pasión irrefrenable de poseer dinero o los bienes que con él se adquieren. Es algo más que el deseo de acumular riquezas, propio del avaro. La codicia necesita provocar la envidia de los demás. Una vez desatada, la codicia no tiene límite. El codicioso siempre se compara con otro que posee más. Se dice que la codicia "rompe el saco" porque no se satura hasta que entra en la sinrazón de conculcar las leyes. En nuestro tiempo al codicioso lo llaman "corrupto" si se vale de sus conexiones políticas. Es un tipo asaz frecuente.

Nos podríamos preguntar por qué, si la corrupción es un mal general de las personas en contacto con los presupuestos públicos, ahora aparecen tantos corruptos. Los hay de dos clases: 1) los que son de una extracción humilde o al menos de una clase media sin muchos posibles; 2) los ricos de familia. Los primeros prefieren exhibir sus triunfos. Me dicen que un típico conseguidor de Andalucía pasa ahora por ser un latifundista con cientos de miles de olivos. Los ricos de familia prefieren llevarse el botín a paraísos fiscales. Algunos son tan cercanos como Andorra o Gibraltar.

¿Por qué es tan comprensiva la sociedad con los codiciosos de alto copete? Muy sencillo, porque son ejemplos que animan a seguir toreando a la suerte, una pasión muy general. Aunque la gente desprecie a los corruptos (codiciosos que violan la ley), en el fondo muchas personas querrían ser secretamente como ellos.

Estamos ante la consecución de algunos principios y valores, que ahora se imponen. Por ejemplo, el individualismo, la no confesada admiración por el que hace dinero, aunque sea sin escrúpulos morales. La forma más descarada es a través de los contactos políticos. "Tú me das una cosa a mí, yo te doy una cosa a ti".

En Andalucía especialmente, la codicia de algunos políticos y sindicalistas genera una oculta admiración por parte de muchas personas, que harían lo mismo si se presentara la ocasión. Se confía en que el latrocinio de bienes públicos acabe permeando a mucha gente. De ahí la extraña fijeza del voto socialista en Andalucía. Digamos que el botín se acaba repartiendo entre muchas personas en forma de concesiones, licencias, subvenciones y empleos.

También satisface mucho que el corrupto de alto standing acabe humillado ante la Justicia. Se ha pasado, ha roto el saco, ha tenido mala suerte. Se borra la lista de amigos que tenía el investigado, incluso se precipitan los casos de divorcio.

La discusión sobre si los políticos ganan poco o mucho parece bastante ingenua. Lo fundamental no es el sueldo, sino las oportunidades de negocio que se abren con los altos cargos. Eso es lo que verdaderamente da envidia.

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