El hombre es el único animal que sonríe y se ríe abiertamente como un gesto habitual en la vida de relación. (La risa de las hienas es otra cosa, así como las muecas de los monos). La sonrisa es el saludo del lenguaje corporal cuando se encuentra uno con alguna persona cercana o que pretende serlo. Es una forma cortés de decirle "soy tu amigo" (o tu pariente, vecino, colega, conmilitón o profesional que va a atenderte). A veces cuesta que en las fotografías de grupo la gente se sonría. Hay que decir alguna tontería (como "patata") para abandonar el rostro de circunstancias. En inglés lo tienen más claro con decir "cheese" (= queso), que exige adoptar la forma de una sonrisa.
Asombra la actitud de enfurruñarse o enfurruscarse que adoptan como pose algunas personas públicas. No es que lleguen a enfadarse del todo, pero parecen amenazar con llegar a ese estado. Al menos contienen la sonrisa que se espera de ellos. No tiene mucha explicación ese adusto gesto, pero es evidente que se cultiva de manera expresa. Véanse, por ejemplo, los rostros de los modelos de alta (o baja) costura o de perfumería en los anuncios publicitarios. No es que se pongan serios delante del fotógrafo o la cámara; es que hacen ver que están enfurruñados, como si protestaran de su privilegiada situación laboral. Quizá sea una instrucción del realizador del anuncio. El desfile de modelos en la pasarela para presentar atuendos más o menos extravagantes es una sucesión de rostros serios y hasta mal encarados. ¿Venderán más así?
Puede que estemos ante un convenido gesto aristocrático, el aire de disgusto que provoca la cercanía ocasional con las clases bajas o los animales de labor. Visto así, puede dar resultado. No hay más que ver cómo la famosa escritora Belén Esteban (se habla de ella para el Premio Nobel de Literatura) domina el arte de enfurruñarse, de arrugar los morritos. Sabe, incluso, excitar el lacrimal cuando conviene al primer plano. Buenos dividendos le proporcionan tales artes. Se trata de un resto infantil. Los niños aprenden en seguida a enfurruñarse por cualquier cosa. Adivinan perfectamente que de ese modo consiguen inmediatamente sus caprichos.
Ahora que nos encontramos sumidos en campañas electorales sin cuento, habrá que aconsejar a los candidatos (nada cándidos) que sonrían un poco más, por favor. Aprendan de las desventuras de Rosa Díaz, tan voluntariosa, pero con su cara permanentemente enfurruñada y el entrecejo fruncido. Se diría que se halla dispuesta a presentar una moción de censura al Papa, si hiciera falta.
No los sigo muy de cerca, pero me parece que algunos entrenadores o seleccionadores de fútbol adoptan un rostro enfurruñado, creyendo que así son más trascendentes las trivialidades que pronuncian. Me parece un gran error, aunque sus razones tendrán. Claro, se someten a un juego en el que la mitad de las infinitas veces se pierde. Con una cara enfurruñada ante las cámaras de la tele se disimula muy bien que tienen poco que decir.
Cuánto se agradece que algunos presentadores de la tele sepan sonreír de vez en cuando. Lo hacen muy bien los tertulianos de la sección de deportes, aunque para mi gusto gritan demasiado. Del grito hablaremos otro día.