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El acorazado Yamato, dinosaurios a flote

Se cumplen 70 años de la misión sin regreso que emprendió el acorazado japonés, el más poderoso del mundo con 72.800 toneladas y 9 piezas de 460 mm.

Acorazado Yamato | Archivo

El 6 de abril de 1945 (ahora se cumplen 70 años) el acorazado japonés Yamato, el más poderoso del mundo (72.800 toneladas y 9 piezas de 460 mm.) emprendió una misión sin regreso. Cargado de combustible solo para el viaje de ida hacia el objetivo, se proponía llegar a la isla de Okinawa (en el archipiélago de las Ryu Kyu) y allí cañonear a las fuerzas de desembarco norteamericanas; luego, el acorazado encallaría y serviría de batería costera hasta agotar la munición en apoyo de las tropas japonesas que defendían la isla. Como en ese estado final de la Guerra del Pacífico Japón no tenía que ofrecer ya más que aviones suicidas (kamikazes) la Flota no podía quedarse atrás en heroísmo y decidió que el acorazado Yamato, el mejor representante de aquélla, cumpliera también su objetivo de morir matando.

El Yamato, paradójicamente, solo había entrado una vez en combate. Construido en 1941, había sido el buque insignia de la armada imperial nipona, pero no había llegado a enfrentarse con acorazados o cruceros norteamericanos, británicos, australianos, neozelandeses u holandeses en el Océano Pacífico o en el Océano Índico. En junio de 1942 enarbolaba la insignia del Almirante Yamamoto que mandaba la enorme escuadra (4 portaaviones, 5 acorazados, 10 cruceros, 6 portaaviones ligeros, 27 destructores, 10 buques de aprovisionamiento, 7 dragaminas, 10 transportes de tropas, 8 submarinos) organizada en cuatro flotas para invadir el atolón de Midway (paso previo para lanzarse a otro ataque a Pearl Harbour en las Hawaii); pero al ser hundidos los cuatro portaaviones de la flota que iba en vanguardia (el Akagi, el Kaga, el Hiryu y el Soryu) Yamamoto decidió desistir de la invasión y retiró sus acorazados.

En junio de 1944 en la batalla del Mar de Filipinas la Marina Imperial Japonesa concentró 9 portaaviones (4 de ellos ligeros), 5 acorazados (el Yamato entre ellos), 20 cruceros (6 de ellos ligeros), 27 destructores, 6 buques de aprovisionamiento y 24 submarinos; con el objetivo de impedir el desembarco norteamericano en las Marianas. Pero una vez más la batalla se resolvió en la vanguardia, entre portaaviones (los japoneses perdieron el Taiho -1.650 bajas mortales-, el Shökaku -1.272 bajas- y el Hiyo -247 muertos-) y el acorazado Yamato no tuvo ocasión de intervenir, retirándose con toda la flota. Sólo en la batalla del Golfo de Leyte en septiembre de 1944 el Yamato intervino y hundió al portaaviones de escolta USS Gambier Bay (60 muertos). Pero fue alcanzado por bombarderos de los portaaviones USS Intrepid y USS Cabot (éste formaría parte de la Armada Española como Dédalo desde 1967 hasta 1989) aunque los impactos no fueron fatales y sobrevivió en la retirada. Otros cuatro acorazados japoneses, entre ellos el Musashi (1.023 muertos) gemelo del Yamato, fueron hundidos por la fuerza aeronaval norteamericana (además, la Marina Imperial Japonesa perdió su último portaaviones de flota, el Zuikaku, con 842 muertos, y también los portaaviones ligeros Chitose y el Zuihō, con 903 y 300 bajas mortales, respectivamente).

Lo que parece desprenderse de lo anterior es que el acorazado había perdido la batalla frente al portaaviones ya al comienzo de la 2ª Guerra Mundial. El 11 de noviembre de 1940 biplanos Swordfish torpederos y bombarderos británicos despegaron de la cubierta del HMS Illustrious y sorprendiendo a las defensas lanzaron sus torpedos en la rada de Tarento, una de las principales bases navales de la Italia fascista. Los torpedos alcanzaron y destruyeron al acorazado Conte di Cavour; también dejaron fuera de combate a los acorazados Littorio y Caio Duilio por 6 meses, además de causar 60 muertos entre las tripulaciones de los buques atacados. El ataque con un coste bajísimo para los británicos (2 pilotos muertos y dos Swordfish perdidos) supuso la pérdida de la mitad de la flota pesada de la Regia Marina.

El 25 de mayo de 1941 el acorazado alemán Bismarck (55.000 toneladas y 8 piezas de 380 mm.) salió al Atlántico en unión del crucero pesado Prinz Eugen con la misión de interceptar el tráfico marítimo y apresar o destruir cuantos buques pudiera. Los dos buques ser enfrentaron al sur del Estrecho de Dinamarca con el acorazado HMS Prince of Wales (45.000 toneladas, 10 piezas de 360 mm.) y el crucero pesado HMS Hood. Un impacto del Bismarck alcanzó la santabárbara del HMS Hood, que saltó por los aires (1.415 bajas mortales), y otros impactos en el puente de mando obligaron al HMS Prince of Wales a retirarse. Pero cuatro días más tarde el Bismarck fue localizado y aviones torpederos del HMS Ark Royal le alcanzaron en el timón de babor dejándolo inutilizado para que otros buques de la Royal Navy le remataran y le hundieran (2.100 bajas). La operación Rheinübung (así designó el Alto Mando Naval alemán -OKM- la salida al Atlántico) fue un completo fracaso; cierto es que los alemanes destruyeron al HMS Hood pero ellos perdieron al mejor buque de su flota, y tenían solo tres acorazados más, y ningún portaaviones, mientras que los británicos mantenían muchos más acorazados (el HMS King George V, el HMS Rodney, el HMS Ramillies, el HMS Revenge, etc., etc.) pero, sobre todo, siete portaaviones.

Efectivamente, hundido el Bismarck, el Prinz Eugen continuó su misión, pero no pudo interceptar ni destruir ni un solo buque en los 6 días siguientes hasta que se refugió en Brest en la costa de la Francia ocupada. Por su parte, el acorazado HMS Prince of Wales y el crucero pesado HMS Repulse fueron hundidos (327 y 528 bajas, respectivamente) el 10 de diciembre de 1941 por la aviación naval japonesa en el Golfo de Siam, en aguas próximas a Singapur. Ciertamente, construir un acorazado solo para 18 meses de servicio (el Bismarck) o solo para 11 meses (el HMS Prince of Wales) no resultaba rentable en términos de pérdidas humanas ni materiales para ninguna marina de guerra, mucho menos para la Kriegsmarine que tenía como principal función el hundir tonelaje mercante enemigo y asfixiar así al Reino Unido.

El traicionero ataque japonés a Pearl Harbour el 7 de diciembre de 1941 (el ataque tuvo lugar sin previa declaración de guerra) fue llevado a cabo desde los seis portaaviones ya citados: el Akagi, el Kaga, el Sōryū, el Hiryū, el Shōkaku y el Zuikaku. Y tuvo un éxito casi completo: hundió los acorazados uss Arizona y USS Oklahoma (los otros 6 acorazados pudieron ser reflotados y puestos nuevamente en servicio entre 1942 y 1944). Y causó más de 2.300 muertos. Pero el ataque no pudo dirigirse contra los portaaviones de la Flota del Pacífico, porque el USS Enterprise, el USS Lexington y el USS Saratoga se encontraban en alta mar, lo que los japoneses ignoraban cuando lanzaron el ataque.

La siguiente batalla fue la del Mar del Coral (probablemente la primera de la historia naval en la que los buques contendientes no tuvieron contacto visual), que se libró entre el 4 y el 8 de mayo de 1942 entre portaaviones. Los japoneses, que intentaban obtener bases en Nueva Guinea y en las Islas Salomón desplegaron como avanzada de su escuadra los portaaviones de flota Shōkaku y Zuikaku y el portaaviones ligero Shöhö. La Flota norteamericana desplegó los portaaviones USS Lexington y USS Yorktown cuya presencia en ese mar ignoraba la Marina Imperial Japonesa. El USS Lexington fue hundido por la aviación naval nipona (656 bajas mortales) y el USS Yorktown quedó severamente dañado. Por su parte la aeronaval norteamericana consiguió hundir el Shöhö (966 muertos) y dañar el Shōkaku. Lo que parecía un empate (cada contendiente tuvo un portaaviones dañado y otro hundido) resultó en victoria estratégica norteamericana, que obligó a retirarse a la escuadra japonesa y consiguió evitar la invasión.

Ya nos hemos referido antes a la batalla de Midway, en la que los portaaviones eran ya los dueños de la acción naval. Una vez más la inteligencia naval japonesa desconocía dónde estaban los portaaviones estadounidenses y cuántos eran éstos. Además del USS Hornet y del USS Enterprise el Almirante Nimitz, Jefe de la Flota del Pacífico, pudo desplegar el USS Yorktown, que los japoneses creían hundido en el Mar del Coral; la extraordinaria capacidad técnica y logística norteamericana permitió reparar y alistar el USS Yorktown en 3 días en lugar de en los dos meses inicialmente previstos. Luego, el fracaso del reconocimiento aéreo japonés y las exploraciones de los 20 hidroaviones norteamericanos desplegados en abanico desde Midway permitió a los aviones torpederos y bombarderos procedentes de los 3 portaaviones norteamericanos sorprender a los 4 portaaviones nipones (los ya citados Akagi, Kaga, Sōryū e Hiryū) cuando cambiaban la munición de los aviones en la cubierta y les reponían combustible, hundiendo a los cuatro en 5 minutos (3.000 bajas mortales), a cambio de perder, esta vez definitivamente, el USS Yorktown (300 muertos). Al terminar la batalla, que cambió el curso de la guerra en el Pacífico, Nimitz preguntó a sus subordinados ¿hemos sido mejores o hemos tenido suerte?

Los almirantes siempre habían querido saber qué había más allá del horizonte. A principios del siglo XX se utilizaban hidroaviones que eran arriados desde el buque portahidros (el primer HMS Hermes, el HMAS Albatross, el primer Dédalo español, el Wakamiya japonés, el La Foudre francés, etc.) y que, después de cumplir su misión, amerizaban junto al portahidros y eran luego izados a su cubierta. Esos hidroaviones podían cumplir funciones de reconocimiento, transporte de personal y también de bombardeo, extendiendo significativamente la capacidad de alerta y ataque de la flota. Después, en los años de entreguerras, algunos cruceros y acorazados fueron equipados con pequeños hidroaviones que eran catapultados desde la cubierta del buque y luego, cumplida su misión de reconocimiento, amerizaban al costado y eran izados a bordo.

Los hidroaviones de catapulta podían averiguar qué había más allá del horizonte (algunos modelos como los Arado que llevaban el Bismarck y el Prinz Eugen y el Curtis que embarcaba el crucero pesado USS Northampton tenían un radio de acción de 500 millas náuticas), pero no podían proyectar la fuerza naval, bombardeando o torpedeando. Entonces la construcción naval evolucionó transformando cruceros y buques mercantes hasta convertirlos en portaaviones, cuyas aeronaves (Swordfish, Fulmar, Dauntless, Zero, etc.), tenían un radio de acción de entre 500 y 1.000 millas. Como se vio, teniendo en cuenta que los cañones de un acorazado tenían solo un alcance próximo a las 20 millas, la superioridad del portaaviones sobre el acorazado habría de vencer la resistencia del marino más escéptico y tradicional, y apegado al modelo de batalla naval de Jutlandia librada entre buques de línea el 31 de mayo de 1916.

No es que el portaaviones fuera invencible y no pudiera ser destruido por buques enemigos distintos de otro portaaviones. De hecho el HMS Courageous fue torpedeado el 17 de septiembre de 1939 por el submarino alemán U-29 en aguas próximas a Irlanda, teniendo 519 bajas mortales; el HMS Glorious fue hundido por los cañonazos de los acorazados alemanes Scharnhorst y Gneisenau el 8 de junio de 1940 en el mar de Noruega (con 1207 bajas mortales), debido a un clamoroso fracaso en la cadena de información de la flota y de negligencia en la vigilancia y en la utilización de la propia aviación que embarcaba el portaaviones; el HMS Ark Royal fue hundido por el submarino alemán U-81 el 13 de noviembre de 1941 en aguas próximas a Gibraltar cuando era remolcado (sin que hubiera bajas) y el HMS Eagle fue hundido el 11 agosto de 1942 por el submarino U-73 al sur de la isla de Mallorca (con 131 bajas mortales).

Pero, en definitiva, el portaaviones llegaba donde no llegaba el acorazado, y un portaaviones debidamente escoltado por destructores y alerta era una fuerza difícilmente vulnerable. Greene decía que los que preconizaban el mantenimiento de los acorazados para la gran batalla naval (como Jutlandia) se habían equivocado de guerra. Por otra parte, los portaaviones de escolta, ya con medios de localización de sumergibles, contribuyeron poderosamente a suprimir la amenaza submarina alemana en el Atlántico, casi desaparecida a partir de mayo de 1943. Entre febrero y mayo de ese año la aviación embarcada en dichos portaaviones hundió 50 de los 800 sumergibles de la Kriegsmarine hundidos en la 2ª Guerra Mundial.

Al empezar la 2ª Guerra Mundial la Marina Imperial Japonesa contaba con 6 portaaviones de flota, la Royal Navy con 7 y la US Navy con 7. La Kriegsmarine había ya botado el Graf Zeppelin pero dificultades técnicas, la falta de aviación naval y la orden de Hitler de no dedicar más esfuerzos a las unidades de superficie y concentrarse en la construcción de submarinos paralizó en enero de 1943 los trabajos de conclusión y puesta en servicio.

Por su parte, la insensatez de Mussolini privó a la Regia Marina de portaaviones. Afirmó en una de sus típicas baladronadas que ya la península itálica era un inmenso portaaviones en medio del Mediterráneo. Fue un error fatal. Carecer de portaaviones que extendieran el radio de acción de la flota (estaban transformándose dos buques en portaaviones como Aquila y Sparviero pero su construcción fue abandonada) impidió a los marinos italianos, que tampoco tenían radar, averiguar la posición de los navíos británicos, lo que les llevó entre otros muchos desastres a la tremenda derrota de la batalla del Cabo Matapán, el 27 de marzo de 1941 en la que la aeronaval del HMS Formidable inutilizó el acorazado Vittorio Veneto por 6 meses y el resto de las unidades de la Royal Navy hundieron en aproximación nocturna y con tiro rasante 3 cruceros pesados, con muerte de 2.500 marinos y apresamiento de 1.500 náufragos, por solo 3 bajas mortales británicas. Tampoco la Regia Marina disponía de aviación basada en tierra, pues Mussolini estableció que era suficiente con los aparatos de la Regia Aeronautica, incapaz de cooperar en misiones aeronavales para las que los pilotos de los Savoia-Marchetti no estaban preparados.

La desastrosa actuación de la Italia fascista en la 2ª Guerra Mundial se reflejó, entre otros aspectos, en la renuncia a invadir la pequeña isla de Malta, pequeña colonia británica que distaba solo 50 millas náuticas del sur de Sicilia y que en los primeros momentos de la guerra estaba defendida por solo 3 antiguos biplanos aeronavales Gloster Gladiator. Los británicos aprovecharon para enviar, precisamente desde portaaviones que zarpaban de Gibraltar (Operation Pedestal), hasta 700 aviones que permitieron no solo la defensa de la isla, sometida a constantes bombardeos italianos y alemanes, sino también la constante intercepción de los convoyes navales italianos entre Italia y el Norte de África, lo que privó al Afrika Korps de los vehículos, el combustible y la munición que necesitaba para continuar la guerra. Gracias a que los portaaviones reforzaron a Malta ésta se mantuvo firme (una dolorosa piedra en el zapato italiano), los Aliados hundieron 3.200 mercantes italianos, el Reino Unido mantuvo incólume el eje Gibraltar-Malta-Alejandría con el consiguiente dominio del Mediterráneo, y el 13 de mayo de 1943 el Grupo de Ejércitos Afrika capituló en Túnez dejando en manos aliadas 250.000 prisioneros.

Volvamos al Yamato y su viaje suicida. La inteligencia naval norteamericana descifraba desde 1942 los códigos japoneses y tuvieron conocimiento anticipado de la salida del acorazado nipón. A 150 millas náuticas al suroeste de Nagasaki el Yamato fue atacado por la aeronaval de la 58th Task Force norteamericana, integrada por, entre otros, el ya veterano USS Hornet. Bombardeada su cubierta y puente de mando y torpedeado por babor y por estribor, el Yamato se hundió y 3.055 marinos perecieron con el buque. Absurdo heroísmo que solo llevó a una muerte inútil a la que el trasnochado honor militar japonés rendía culto; curioso honor militar que sin embargo les llevaba a ignorar las leyes de la guerra, a los ataques sin previa declaración de guerra, a despreciar a sus enemigos y a masacrar a los prisioneros, incluso náufragos, del contrario.

Cuando el Almirante Yamamoto evaluaba el ataque sorpresa a Pearl Harbour comentó, refiriéndose a los Estados Unidos de América: "Temo que hayamos despertado a un gigante y le hayamos llenado de deseos de venganza". Sus palabras fueron proféticas.

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