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Jesús Laínz

Oprimir (y asesinar) por una buena causa

A muchos les ha sorprendido que los marxistas españoles hayan rechazado condenar en el Parlamento Europeo las prácticas de la dictadura marxista de Venezuela.

A muchos les ha sorprendido que los marxistas españoles hayan rechazado condenar en el Parlamento Europeo las prácticas de la dictadura marxista de Venezuela.

Sorprendentemente a muchos les ha sorprendido que los marxistas de Podemos, Izquierda Unida, Iniciativa per Catalunya, Esquerra Republicana y Compromís hayan rechazado condenar en el Parlamento Europeo las prácticas antidemocráticas de la dictadura marxista de Venezuela, entre ellas el encarcelamiento de los opositores políticos.

Sorprende que sorprenda, pues no es más que la última manifestación de la lógica izquierdista desde que hace siglo y medio Karl Marx diese a luz su Manifiesto comunista, ese imperecedero monumento a la estupidez que, pese a ella, o quizá precisamente por ella, ha inspirado las concepciones políticas de demasiadas decenas de millones de personas.

Según esta perversa lógica, cualquier cosa que haga una dictadura izquierdista siempre será por una buena causa, incluidos los peores crímenes, cometidos, naturalmente, con la mejor de las intenciones y por el bien de la sociedad –no por casualidad la denominación de la pena de muerte en la URSS fue "medida suprema de protección social"– y hasta de los propios asesinados. Recuérdense, por ejemplo, las decenas de millones de muertos en toda la Eurasia comunista para los que la muy burguesa intelectualidad izquierdista occidental se esforzó en encontrar justificación cuando no le quedó más remedio que acabar aceptando, a regañadientes, su existencia.

Además, un izquierdista consecuente siempre negará que una dictadura izquierdista sea una dictadura. Un ejemplo entre mil: el cineasta Fernando Trueba, egregio representante de la aristocracia intelectual izquierdista, declaró hace un par de años que "ninguna dictadura puede ser de izquierdas, ya que una dictadura es por naturaleza de derechas".

Consecuencia de la benéfica naturaleza democrática y antidictatorial de las dictaduras izquierdistas es que cualquiera que se oponga a ellas siempre será un enemigo de la democracia y la libertad, merecedor de que caiga sobre él todo el peso de la justicia socialista. Alexander Solzhenitsyn dio buen ejemplo de ello durante su visita a España en 1976, pues no se le ocurrió mejor idea que criticar a los "círculos progresistas que se complacen en llamar al régimen existente dictadura". Señaló que los españoles eran libres de vivir donde les diera la gana, de viajar donde quisieran tanto por España como por el extranjero, de comprar en los quioscos prensa internacional ¡e incluso de hacer fotocopias!, crímenes inimaginables en los países comunistas. Y respecto a los derechos políticos, recordó que mientras que en la España franquista, "aunque con algunas limitaciones, están autorizadas y tienen lugar algunas huelgas, en mi país jamás ha sido autorizada una sola huelga en sesenta años; hasta la propia palabra huelga está prohibida".

La reacción de la intelectualidad izquierdista fue fulminante. Han pasado a la historia las palabras del muy influyente Juan Benet:

Yo creo firmemente que mientras existan gentes como Alexander Solzhenitsyn perdurarán y deben perdurar los campos de concentración. Tal vez deberían estar un poco mejor custodiados a fin de que personas como Alexander Solzhenitsyn, en tanto no adquieran un poco de educación, no puedan salir a la calle. Pero una vez cometido el error de dejarlas salir, nada me parece más higiénico que las autoridades soviéticas (cuyos gustos y criterios respecto a los escritores rusos subversivos comparto con frecuencia) busquen el modo de sacudirse semejante peste.

La manifestación local más evidente de esta manera de enfocar las cosas de la política es la fábula infantil tan exitosamente construida por la izquierda para explicar la Guerra Civil, aquel conflicto desatado por los curas y los marqueses para acabar con la democracia. Uno de los ejemplos más destacados de la fábula fueron las hermosas palabras pronunciadas por Gregorio Peces Barba durante la cena homenaje a Carrillo que organizaron Iñaki Gabilondo y María Antonia Iglesias con motivo de su nonagésimo cumpleaños, tras la que, como fin de fiesta, el presidente Zapatero regaló al homenajeado la demolición nocturna de la estatua del golpista Franco, ésa que se alzaba en los Nuevos Ministerios junto a las estatuas de los también golpistas Prieto y Largo Caballero. Ante invitados como el presidente y la vicepresidente del Gobierno, Saramago, Sabina, Sacristán, Víctor Manuel, Ibarretxe y Pujol, Peces Barba definió a los presentes como "los buenos" y a los ausentes, es decir, a ésos que se llaman a sí mismos centrorreformistas y que se supone que son los herederos del régimen franquista, como "los malos".

Y, por supuesto, mientras los que con sus palabras se oponen a las dictaduras de izquierdas son culpables merecedores de prisión, los que se oponen a las de derechas, incluso asesinando, son inocentes merecedores de amnistías y homenajes. Los culpables serán sus víctimas: algo habrán hecho. En eso España es primera potencia mundial. Solzhenitsyn también tomó nota de ello:

Hemos sido testigos el otoño pasado de cómo la opinión occidental se indignaba mucho más por cinco terroristas españoles que por el aniquilamiento de sesenta millones de víctimas soviéticas. Vemos hoy cómo la opinión progresista saluda los actos terroristas y se alegra de ellos.

Nada nuevo bajo el sol.

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