No viene mal recordar - ahora que los defensores de la tiranía se sienten fuertes y legitimados por la desmoralización social - que hace exactamente noventa años un político en ciernes estableció dentro de su joven partido el llamado "Principio de Liderazgo" o "Fuhrerprinzip". Me refiero, claro está, a Hitler y más concretamente a su discurso de 27 de febrero de 1925 ante los miembros del Partido Nacional Socialista.
Hitler fue un concienzudo maestro en la conquista del poder. En contra de lo que se suele afirmar, no llegó al poder democráticamente (nunca obtuvo más del 37% de los votos) sino gracias a una compleja cadena de casualidades, graves errores de la oposición democrática y una inteligente y constante estrategia de liderazgo. La oratoria demagógica e incendiaria de Hitler supo identificar el resorte visceral más primario de aquel pueblo alemán tan receloso con sus instituciones y esta fue sin duda la gran oportunidad para que una persona con escasas cualificaciones llegara a ser Canciller alemán. ¿Cómo lo consiguió?
En el verano de 1921, Hitler era el líder del recién creado Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes (NSDAP). Los fundadores del partido (el antiguo DAP, Partido de los Trabajadores Alemanes) estaban preocupados por la prepotencia dictatorial del "recién llegado" y por su imparable ascenso. Era evidente que su discurso simple, rudo y visceral llegaba bien a las masas hastiadas de sus políticos. En un partido de corte claramente revolucionario, integrado por la más variada pléyade de camorristas, mercenarios "Freikorps", bohemios de todo pelaje, ariosofistas, poetas, duelistas y militares de alto rango aquel incipiente liderazgo de un simple cabo fue muy cuestionado.
Desde la cúpula del NSDAP se intentó fusionar el Partido nazi con otros grupos políticos para, de esta manera, disminuir el protagonismo de Hitler y minar su liderazgo. Sin embargo, lejos de achantarse, Hitler amenazó con dimitir si no le eran concedidos poderes dictatoriales en el partido. Drexler – co-fundador del Partido y padre intelectual de los "25 Puntos de Partido Nazi"- contraatacó con una carta en la prensa denunciando la tentación totalitaria de Hitler. Como respuesta Hitler se querelló contra su antiguo camarada y Drexler no tuvo más remedio que retractarse. Como es bien sabido, todo dictador que se precie sabe manejar perfectamente los instrumentos legales del Estado de Derecho para destruirlo. Poco después Drexler fue cesado en su cargo de presidente y Hitler lo sucedió, convirtiéndose en el líder indiscutible del NSDAP. De esta manera, empezó a forjarse el "Principio del liderazgo" que años más tarde sería el sistema de gobierno de la Alemania nazi.
Es inevitable no encontrar bastantes semejanzas entre aquellas luchas internas de 1921 y la Asamblea General de Podemos del 2014 para elegir al Secretario General y otros miembros de la directiva del partido. También fue muy reñida, entre otras cosas por el afán de Pablo Iglesias de controlar absolutamente un Partido del que se siente "alma mater". Su dominio mediático, su fácil verborrea tan etérea como demagógica y la retirada de algunos de sus principales opositores (el eurodiputado Pablo Echenique) supusieron su aplastante victoria con más del 88% de los votos y la ocupación de los puestos de dirección estratégica por miembros de su fiel guardia pretoriana. Pero dejemos a Pablo y volvamos a Adolf.
Hitler aún tendría que luchar bastante más por el poder absoluto. En la noche del 8 de noviembre de 1923, Hitler (acompañado por sus siempre persuasivas SA) irrumpió en una reunión pública en el Bürgerbräukeller, una cervecería de Múnich, proclamó la revolución y anunció sus intenciones de formar un nuevo gobierno junto al viejo y legendario héroe militar general Ludendorff (quien no estaba enterado del golpe y más tarde lo dejó en la estacada). Al amanecer del 9 de noviembre, el ejército y la policía bávara habían tomando posiciones y rodeaban a los golpistas en el Ministerio de Guerra Bávaro. Hitler decidió marchar junto con Ludendorff para liberarlos, ya que el anciano militar alemán había convencido a Hitler de que los soldados y la policía no dispararían contra él y se unirían a su revolución. No fue así. La policía no se amilanó ante el aura del general Ludendorff y disparó contra los golpistas, dieciséis de los cuales murieron durante la refriega. Hitler ya tenía sus "mártires".
Tras el desastroso intento de golpe de estado (Pusch) Hitler escapó con un hombro dislocado y se ocultó en la casa de su buen amigo Ernst Hanfstaengl, en donde intentó suicidarse (un impulso que siempre tuvo en los momentos críticos y que finalmente llevó a cabo el 30 de abril de 1945). Dos días después fue arrestado y acusado de alta traición. Su juicio atrajo la atención internacional y proporcionó a Hitler una excelente plataforma para dar a conocer a su partido, a la sazón insignificante y desconocido. Su proceso comenzó el 26 de febrero de 1924 y se le concedió un tiempo ilimitado para hablar, lo que redobló su popularidad debido a su poderoso discurso nacionalista en el que asumió la responsabilidad de la intentona golpista pero negó haber cometido un crimen: "Solamente yo cargo con la responsabilidad. Pero no soy un criminal por eso. Si hoy me presento aquí como un revolucionario, es como un revolucionario en contra de la revolución. No existe alta traición contra los traidores de 1918".
Comprobamos que la historia se repite y que todo atentado contra la legitimidad del estado siempre puede presentarse como un acto de rebeldía frente a los "traidores". La parodia de elecciones independentistas catalanas de noviembre de 2014 es un buen ejemplo de hasta qué punto la ilegalidad puede presentarse como "resistencia" y también de los peligros que entraña dar cobertura mediática al discurso antidemocrático. Ni siquiera John Locke en su más citado que leído Ensayo y Carta sobre la tolerancia acepta dentro del Estado a aquellas instituciones que proclaman y aspiran a su destrucción. Sentencia Locke: "No se les reprime por sus ideas, sino por ser peligrosas".
Nueve meses de prisión
El 1 de abril de 1924 Hitler fue sentenciado a cinco años de prisión en Landsberg, a pesar de que la Constitución de Weimar preveía cadena perpetua para delitos de este tipo. Sólo cumplió nueve meses. De nuevo sorprende el buenismo de las sociedades abiertas… Durante su corto encarcelamiento, Hitler recibió un trato privilegiado por parte de sus guardianes, permitiéndosele recibir correo, abundante comida y hasta visitas de admiradores. Salió sonrosado, risueño y fondón tras aquellos nueve meses en Landsberg. También aquí es inevitable encontrar un nauseabundo paralelismo con el exquisito trato brindado por las instituciones del Estado a los asesinos de ETA De Juana Chaos, Bolinaga y otros de cuyo nombre no quiero acordarme. Pero dejemos a ETA y volvamos a los nazis, aunque las similitudes estremezcan.
Hitler fue liberado el 20 de diciembre de 1924 tras cumplir nueve meses de su condena, un plácido periodo de tiempo que aprovechó para organizar sus ideas – de algún modo hay que llamar a sus elucubraciones- y escribir el Mein Kampf (Mi Lucha), un autentico best seller que le hizo rico, popular y financió parcialmente al partido. El libro era claro y en cuanto a la política interior Hitler afirmaba sin ambigüedad que el sistema de gobierno sería la dictadura. No mintió, como tampoco lo hacen en algunos aspectos desde Podemos.
Tras su liberación Hitler se encontró con su movimiento revolucionario en el punto más bajo: el NSDAP y sus periódicos habían sido prohibidos; Hitler no estaba autorizado a hablar en público y el gobierno regional había recomendado su extradición a Austria, su país natal. Durante su corto encarcelamiento, Gregor Strasser y Ludendorff – el héroe de la Gran Guerra- asumieron el liderazgo del movimiento nazi y se fueron distanciando de Hitler con un discurso claramente inspirado en los movimientos de izquierdas. La tensión ideológica entre la izquierda universalista y el nacionalismo particularista siempre estuvo presente en un partido que no por casualidad se denominaba "nacional socialista". Por si esto fuera poco y para agravar la debacle del Partido nazi, la inestabilidad política y económica que había contribuido al rápido crecimiento del NSDAP estaba siendo superada. La hiperinflación y los fuertes pagos de indemnización que Alemania debía pagar habían sido amortizados y los franceses habían aceptado retirar sus tropas de Renania. Aunque gracias a su fallido golpe Hitler llegó a tener cierta prominencia nacional, el puntal de su partido siguió siendo Múnich y en los meses siguientes el apoyo popular empezó a disminuir.
La demagogia y el discurso incendiario se quedan sin combustible cuando los problemas económicos y políticos empiezan a resolverse y ya no es indispensable un salvapatrias o un hacedor de paraísos. Hitler fue consciente de ese"peligro" y pocos días después de ser indultado se entrevistó con Heinrich Held (Primer Ministro bávaro) y tras prometerle buena conducta, consiguió la legalización del NSDAP y la puesta en circulación del periódico nazi Voelkischer Beobachter. Creyendo en las promesas de Hitler, Held le dijo triunfalmente a su Ministro de Justicia: "La bestia salvaje está controlada. Podemos permitirnos aflojar la cadena". Como vemos, la ingenuidad frente al alevín totalitario no es nueva. Los enemigos de la democracia lo saben y juegan con la infinita capacidad de credulidad que tienen las sociedades abiertas para acabar con ellas, tal y como tan acertadamente nos recuerda Karl Popper (por cierto, un exiliado austriaco de los nazis).
Cambio de estrategia, no de ideología
Hitler no había cambiado su ideología sino su estrategia. No habiendo podido derrocar a la República de Weimar con un golpe de Estado, decidió iniciar una "estrategia de la legalidad" simulando aceptar a las normas de la Constitución de Weimar para llegar legalmente al poder y luego destruirlo: "En lugar de trabajar para conseguir el poder a través de un golpe armado, debemos taparnos las narices y entrar al Parlamento como oposición a los diputados católicos y marxistas. Si superarlos en votos lleva más tiempo que superarlos en disparos, por lo menos el resultado será garantizado por su propia constitución... Tarde o temprano alcanzaremos la mayoría, y después de eso conquistaremos Alemania". Algunos miembros del partido, sobre todo los líderes más radicales de las "camisas pardas" (SA), se opusieron a esta estrategia de disimulo (Röhm llegó a apodar a Hitler "Adolphe Legalité", Adolfo el Legal). ¿No fueron también así los orígenes del Chavismo bolivariano?
El 27 de febrero de 1925, Hitler realizó su primer discurso desde su arresto en 1923, aunque la mayoría de sus hombres de confianza no estuvieron presentes: Rosenberg, Röhm, Strasser y Ludendorff no asistieron, Eckart había muerto y Goering seguía exiliado. Sin embargo, Hitler dejó claro que no pensaba compartir el liderazgo con nadie más: "Solamente yo lidero el movimiento, y nadie puede imponerme condiciones mientras yo personalmente asuma la responsabilidad". Aquel discurso en la cervecería en la que se había fraguado el Pusch fue la consolidación del "Fuhrerprinzip". Desde entonces el Partido ya no admitió debate ideológico interno, ya que la visión de Hitler era la posición del Partido. Viene al caso recordar las palabras de Pablo Iglesias, candidato a liderar Podemos en noviembre de 2014, cuando amenazó a su electorado con una eventual dimisión en caso de perder las elecciones frente a los críticos: "Aquel que pierde una propuesta no puede gestionar una idea que no comparte", aseguró durante un mitin de Syriza en Grecia.
El temperamento exaltado de Hitler suscitó que en ese primer discurso público calificara al Estado, a los judíos y a los marxistas de ser "el enemigo" (una frase comodín muy empleada por quien aspira al poder absoluto y también por Podemos). Hanfstaengl, su Jefe de Prensa extranjera, recuerda aquel discurso con estas palabras: "Tres días más tarde (de la legalización del NSDAP el 24 de febrero), Hitler volvió a hablar por primera vez después del pustch en el BürgerbräuKeller. Aunque a mí me pareció razonablemente ponderado sus palabras contuvieron suficientes alusiones a las viejas amenazas para que el Held se alarmase y le prohibiese volver hablar en público.
Esa prohibición duró casi dos años en Baviera y hasta septiembre de 1928 en el resto de Alemania. Durante el discurso de la Bürgerbräu estuve sentado al lado de Hess, que había salido recientemente de la cárcel. Estábamos muy cerca de la tribuna y en mi deseo de levantar el ánimo de aquel joven taciturno le aposté a que podía anticiparle las palabras con que Hitler daría comienzo a su discurso.
Tras aquel discurso el Estado bávaro volvió a prohibirle hablar en público durante dos años. Desde entonces pasó la mayor parte de su tiempo en Obersalzberg, escribiendo la segunda parte de Mein Kampf y trabajando como propagandista y organizador. Fue en estos años cuando organizó el NSDAP a nivel nacional y empezó a crear agrupaciones de todo tipo dentro del Partido ¿No resulta ligeramente familiar con los Círculos Podemos? Pronto se crearon las Juventudes Hitlerianas y la Liga de Muchachas Alemanas, se establecieron organizaciones en Austria, Checoslovaquia, el Sarre y la Ciudad Libre de Danzig. Se organizaron las SS como una subdivisión de las SA; sus miembros debían realizar un juramento de lealtad especial hacia Hitler y pronto se distinguieron por ser más fieles y eficaces que los embrutecidos "camisas pardas".
Desde aquel discurso de 27 de febrero de 1925 Hitler tomó el poder de la jerarquía nazi y para que no hubiera dudas se hizo llamar "Supremo Líder del Partido y de las SA, Presidente de la Organización Nacionalsocialista Alemana de los Trabajadores". Por si esas atribuciones fueran pocas creó el Directorado del Reich, compuesto por los principales jerarcas nazis, todos ellos miembros de su confianza. Uno de los objetivos al crear esta estructura tan vasta y fidelizada era la creación de un "Estado dentro de un Estado" para que cuando los nazis alcanzaran al poder Hitler pudiera destruir las viejas estructuras democráticas y reemplazarlas inmediatamente por el aparato de su Partido.