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Amando de Miguel

El regalo como lenguaje no verbal

Uno de los actos más agradables de la vida de un escritor es la de firmar sus libros.

Qué gran acierto fue aquel eslogan "la elegancia social del regalo" que alentó Pepín Fernández, el de Galerías Preciados (valga la falta de concordancia). Uno de los gestos más admirables en las relaciones entre los adultos (dejemos ahora los niños aparte) es hacer regalos. Hay personas especialmente regalosas; tienen ese don divino. No exagero; lo propio de Dios es la gracia, esto es, el regalo.

Uno de los actos más agradables de la vida de un escritor es la de firmar sus libros. Emociona la petición de algunos lectores para que la dedicatoria se dirija a otra persona. Es decir, compran el libro para regalar. Con la firma del autor se acrecienta el valor de la dádiva. Doble alegría del escritor.

Cumple aquí la finísima observación de Jorge Simmel, el sociólogo de la vida cotidiana: el regalo implica devolución, intercambio, aunque solo sea de manera simbólica. De lo contrario, estaríamos ante la limosna. Añado que, aun así, el mendigo puede devolver el regalo tocando un instrumento musical o simplemente dando las gracias. Antaño decía: "Dios se lo pague". Con lo cual se cerraba el círculo de la reciprocidad. Los regalos a los niños no cumplen esa simetría de la devolución, pero, aun así, los niños aprenden esa palabra que tanto les cuesta: “Gracias”. Los hay que hacen un dibujo para el donante.

Admiro a las personas regalosas, las que sin venir a cuento te invitan a tomar algo o te sorprenden con cualquier presente. Da igual el valor que tenga. "No es la peseta, es la acción", que se decía antes. Tengo en menos estima los regalos a fecha fija, sean los cumpleaños o los días señalados para ello. Tuvo éxito el día de la madre, menos el del padre, y el abuelo se quedó con las ganas. Tampoco me impresiona el pompón, el obsequio bien envuelto, aunque comprendo la ilusión infantil de romper el envoltorio del regalo.

No es cosa de citar nombres, pero recuerdo el gesto elegante de un ministro de Sanidad que, al recibir una visita, le ofrecía un libro de su estantería particular, un libro que él ya había leído.

Un obsequio actual muy frecuente y simpático consiste en enviar fotografías a través de la internet o del móvil. Puede ser un selfi o cualquier otro recuerdo icónico. No acabo de entender por qué ese desbordante tráfico de imágenes carece de precio. Pero sigamos.

La parte negativa de la institución del regalo es la que tiene que ver con el soborno. Un privilegiado poseedor de la tarjeta negral de Bankia argumentaba ante el juez que el tal instrumento le había sido necesario para hacer regalos. Ciertamente, es un medio muy apropiado para ese fin.

El regalo es también un dispositivo para facilitar la venta, al hacer descuentos, rebajas, dos por uno y todo tipo de estímulos. Su atractivo se explica por aquello de que "a caballo regalado no se le mira el diente".

Hay una forma de regalo en especie que me fascina: el que ofrece su tiempo y su trabajo para una causa noble sin pedir nada a cambio. Es la parte más positiva de la reciente evolución de nuestra sociedad.

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