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Bolonia, ese desastre

El Tribunal de Cuentas ha señalado graves fallos en la contabilidad de nuestras universidades: un ejemplo claro de su ineficaz gestión.

Una vez más, se escuchan voces críticas sobre la situación de las universidades españolas: los rectores se oponen a una posibilidad (no imposición) que les ofrece el ministro Wert. Los alumnos de ESO se animan a salir a la calle para manifestarse contra algo que apenas conocen...

Hablando más en serio, el Tribunal de Cuentas, una institución que no se caracteriza por el apresuramiento ni por la exageración, ha señalado graves fallos en la contabilidad de nuestras universidades: un ejemplo claro de su ineficaz gestión, lastrada tantas veces por el sectarismo político.

La semana pasada, Bieito Rubido, director de ABC, ha criticado la absurda proliferación de facultades de Ciencias de la Información. No es algo exclusivo de esta materia. Todos los gobiernos, del PSOE y del PP, han cedido a la demagogia de crear Universidades en todas las provincias españolas; así, los padres de familia se quedan contentos, al no tener que enviar fuera de casa a sus hijos, para que estudien. Nadie ha pensado en la lógica, ni en el gasto ni en la calidad de la enseñanza.

Al fondo, existe un problema que muchos docentes sufren pero que casi nadie se atreve a denunciar. El llamado Plan Bolonia (o Espacio Europeo de Educación Superior) es un paso atrás: es complicado, es ineficaz, ha aumentado enormemente la burocracia.

No se trata sólo del problema de su adaptación, como argumentan los rectores, sino de su raíz misma. Cualquiera lo entiende: en cuatro años se aprende menos que en cinco. Y en tres, menos que en cuatro. ¿Alguien lo podría negar? El argumento ministerial de que, así, gastan menos dinero los padres de los alumnos resulta pintoresco: menos gastarían si la carrera universitaria durara dos años o uno solo (o si no estudiaran).

El Plan Bolonia tiene otra perla, el rechazo de "las clases magistrales". Eso era justamente lo que ha dado siempre categoría a algunas universidades: la posibilidad de escuchar (y de recibir orientaciones o hacer preguntas) a profesores de categoría, por sus conocimientos y por su experiencia. Frente a eso, ahora se prima absolutamente que escriban trabajos prácticos unos alumnos que, en las humanidades, lo que necesitan, ante todo, es estudiar. No debe sorprendernos si algunos profesores acaban exigiendo que se presenten esos trabajos escritos a mano, para evitar que los impriman directamente de wikipedia...

De esta forma, se ha igualado por abajo, reduciendo el nivel de exigencia. Muchos progres se llenan la boca con palabras como "igualdad", "motivación" o "creatividad", en vez de hablar, simplemente, de trabajo y esfuerzo.

Como en tantas cosas, estamos copiando lo malo del sistema norteamericano. Existe allí, tradicionalmente, una diferencia grande entre los estudios de undergraduate y los de graduate. Los primeros, pueden estar al nivel de nuestro BUP, COU o Preu: a eso parece ir dirigido el llamado "Grado", la palabra que ahora designa a la Licenciatura. Queda relegada la especialización para el "Posgrado", los Máster y el Doctorado.

No se ha copiado de América, en cambio, la exigencia de notas muy altas para optar a becas ni la excelencia de las bibliotecas.

Este año 2015 concluye el período de transición, para los alumnos que habían comenzado a estudiar con el plan anterior. Ya no hay solución, por el momento. El presunto acercamiento a Europa ha servido sólo para bajar el nivel: de exigencia, de conocimientos, de preparación profesional. No es cierto que, por esta vía, nuestras Universidades vayan a alcanzar un mejor puesto en el ranking internacional.

El Plan Bolonia resulta ser un verdadero desastre; europeo, eso sí, pero un desastre. Así nos va...

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