Cualquier discusión o polémica se entiende mejor si se aclaran los términos que se emplean. Por ejemplo, cuando se habla de "atentados terroristas", el hecho se presenta como si fuera un incidente individual un tanto azaroso. Pues no, la reciente masacre de París, como las de antes en otras ciudades, son realmente episodios de una guerra. Es la que libra la civilización islámica contra la occidental, cristiana y judía. Cierto, se trata de una extraña guerra no declarada en la que los ataques solo se producen de un lado. El otro malamente se defiende, aunque más bien como retórica, buenos propósitos. Recordemos la vergüenza de la "alianza de civilizaciones" del presidente Zapatero, un monumento al buenismo.
Un argumento retórico es que en nuestra cultura occidental domina un ambiente racista contra los piadosos musulmanes. No es así. El verdadero racismo es el islamista, al rechazar los valores genuinamente occidentales (democracia, libertad, etc.). No hay ningún país de predominio musulmán que haya admitido una democracia duradera. Otro truco lingüístico consiste en argüir que "no todos los islamistas son terroristas". Claro está, pero eso es no decir nada. Lo fundamental es que todos los terroristas actuales son islamistas. El presidente Hollande ha declarado solemnemente que los terroristas de París "nada tienen que ver con los musulmanes". Vaya que sí tienen que ver.
Los musulmanes encuentran todo tipo de facilidades para medrar en los países occidentales (incluido Israel). Sin ir más lejos, en Madrid tenemos la mezquita más grande y ostentosa de Europa. En cambio, en los países musulmanes no existe el equivalente de tolerancia para los cristianos y judíos. ¿Dónde está el racismo?
La cuestión no es de raza. El asunto medular es que la religión musulmana no ha sabido evolucionar hacia una sociedad moderna, plural y mínimamente tolerante. No solo eso; al habitar muchos islamistas en los países occidentales, refuerzan su condición étnica y se niegan a integrarse en la sociedad más amplia. Ese es el verdadero racismo, por mucho que la palabra raza sea tan poco precisa.
La clave está en la relación asimétrica entre los islamistas y nosotros (cristianos y judíos), con todas las variantes de unos y otros. Algunos islamistas pretenden que la catedral de Córdoba sea solo mezquita. Pero a ninguno de los nuestros se le ocurre reivindicar la catedral de Santa Sofía en Estambul.
Como puede verse, el conflicto es también terminológico. Lo que para nosotros se presenta como terrorismo, para los islamistas es "guerra santa". Algunas tradiciones islámicas para nosotros constituyen aberraciones. Por ejemplo, el trato social que se da a las mujeres en los países o grupos de predominio musulmán. También es cierto que en algunos países europeos medran ciertos partidos y grupos de carácter nacionalista y xenófobo. No son recomendables. Se apoyan en el temor que se asocia a las acciones de ciertos grupos de extranjeros dedicados a la delincuencia.