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José García Domínguez

Llamadme islamófobo

¿Respeto hacia los musulmanes? Todo. ¿Respeto hacia el islam? Ninguno.

Al igual que en los buenos tiempos de la Unión Soviética, cuando la desafección hacia el orden político allí imperante era considerada no una discrepancia ideológica sino síntoma inequívoco de alguna enfermedad mental llamada a ser tratada en internados psiquiátricos, en la Europa que se dice liberal y democrática la menor enmienda pública a las doctrinas contenidas en cierto relato premedieval llamado Corán expone a su autor al riesgo cierto de verse acusado de islamófobo. Bien es verdad que todavía no se prescriben terapias farmacológicas a fin de curar a los pacientes afectados por semejante patología, pero todo llegará. Mientras tanto, el silencio, que no otro era el objetivo perseguido por los creadores de ese estigma semántico disuasorio, va extendiéndose por Occidente.

Y la mejor prueba de ello es que ya solo Charlie, un resto arqueológico del 68 tan marginal como anacrónico, se atrevía a hacer mofa del iracundo dios de los beduinos y de su no menos irritable profeta. Así, al modo de lo que sucede con esas mujeres violadas a las que se culpa de haber provocado a sus agresores por el escaso largo de sus sayas o la indisimulada exuberancia de sus senos, los críticos del islam que todavía no han sido ametrallados son invitados a entonar un mea culpa anticipado por las balas que algún día atravesarán sus entrañas. Y ello en nombre del respeto a las ideas y creencias de los mahometanos. Ocurre, sin embargo, que ninguna idea –ni ningún dios– posee derecho alguno a reclamar respeto a cuantos no participen de su contenido.

Solo las personas, los seres humanos de carne y hueso, resultan susceptibles de gozar de tal consideración. Única y exclusivamente las personas. Los musulmanes son personas, razón suficiente por la que merecen respeto. Como la Biblia de los cristianos, el Corán, en cambio, es una narración. Y las narraciones no tienen derechos. De ahí, por ejemplo, que a ningún liberal se le haya pasado jamás por la cabeza exigir a sus adversarios respeto por los escritos de John Locke o Adam Smith. Bien al contrario, si algo hizo avanzar a Occidente fue su definitiva falta de respeto por las ideas. Los europeos de hoy somos hijos de Voltaire, los herederos de aquellos hombres y mujeres que en el siglo XVIII se atrevieron a discutir cualquier idea que contrariase lo dictado por su propia capacidad de razonar. Y debemos sentirnos orgullosos de ello. Hoy más que nunca. ¿Respeto hacia los musulmanes? Todo. ¿Respeto hacia el islam? Ninguno.                  

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