Es notorio que los españoles necesitamos expresar y exagerar nuestros afectos y desafectos en el habla. De ahí el tono grandilocuente, lleno de exageraciones, que no nos lo parecen. Tan reiterativo llega a ser ese recurso que ya no impresiona mucho. De ahí la necesidad de neologismos.
La descripción de algo que nos agrada no se contenta con decir que es "bueno". Necesitamos el superlativo, pasar a "buenísimo". Pero aun así, nos sabe a poco. El paso siguiente consiste en manejar sinónimos que provengan de palabras que originariamente tienen un sentido despreciativo, desdeñoso. La operación se llama antífrasis, algo que puede despistar a un extranjero que se encuentre aprendiendo nuestro idioma.
Veamos la lista de sinónimos de "buenísimo": fenomenal, bárbaro, soberbio, cojonudo o acojonante, estupendo, fabuloso, espectacular, tremendo, de miedo, alucinante, como Dios, de puta madre, alucinante, que te cagas. Cabe incluso el "de putísima madre" como el óptimo sublime. Obsérvese que el significado primigenio de esas voces nos lleva a significados contrarios a los que luego toman. La operación tiene éxito porque consigue llamar la atención.
Por si fuera poco, ahora se nos ha introducido con éxito un prefijo ensalzatorio que convierte a todo en superlativo: súper. Se puede acompañar de cualquier palabra para transformarla en algo encomiástico. Por ejemplo, "superguay" o supercojonudo. Se convierten en las típicas expresiones del habla adolescente, la que necesita admirarse de todo o también despreciarlo. El habla se convierte así en una continua evaluación de lo observado, de la conducta del prójimo. Ahí es donde entra el repertorio de los insultos.
Me remito al Inventario general de insultos, de Pancracio Celdrán o al Diccionario del insulto, de Juan de Dios Luque y colaboradores. Los hay tradicionales, pero muchos otros, la mayoría, nuevos. Diríase que los españoles de cada generación necesitan mejorar la disponibilidad de nuevos dicterios para que sean efectivos. Las contumelias de la época de los abuelos ya no sirven."Botarate" o "lechugino" no dicen nada. Son más expresivas estas novedades: cabeza hueca, pelamangos o zombi.
Los recursos para insultar siguen siendo los mismos de siempre. Se puede apelar a las comparaciones con animales: animal de bellota, asno, besugo, boquerón, borrego, borrico, burro, cabestro, cabra, cabrito, cabrón, camaleón, cerdo, cernícalo, chinche, cochino, cotorra, foca, gallina, garrapata, guarro, ganso, ladilla, macaco, marrano, merluzo, mosca cojonera, moscón, pájaro, pardillo, pavo, rata, renacuajo, sanguijuela, simio, víbora, zángano. Asombra que haya tantos modelos de animales desagradables para compararlos con las personas a las que se insulta.
La sexualidad o los excrementos, al constituir palabras prohibidas, son otra fuente de insultos muy expresivos: bujarrón, buscona, calientapollas, capullo, hijoputa, huevón, mamahuevos, manporrero, marica, pichabrava, puta, tortillera, zorra, comemierda, mierda, pedorro.
Cada vez se apela menos a los defectos físicos como insulto, pero quedan algunas ilustraciones: aborto, tuercebotas, baboso, cegato, descerebrado, subnormal, enano.
En inglés se cuenta con un repertorio más limitado de insultos, pero los hay que sorprenden incluso a los deslenguados españoles, como mother fucker, que desafía el tabú del incesto. Los españoles no nos atrevemos a tanto.
Observo en los correos electrónicos cierta resistencia a utilizar expresiones de afecto en el saludo y la despedida, que antes se prodigaban más en las cartas escritas a mano. Por ejemplo, la entrada actual aborrece el tradicional "querido" o "querida", quizá por la connotación con una relación sexual ilegítima. En su lugar se alza el inexpresivo "hola" o, peor, el "buenos días" o equivalentes. Supongo que se trata de una importación de las costumbres anglicanas. Las mujeres suelen ser más naturales para dar "besos" o "besitos" por escrito. Ocurre lo mismo en la relación personal.
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