La batalla del Somme (julio-noviembre de 1916) puede ser contemplada desde muy diversos puntos de vista. Ante todo, es una de las batallas paradigmáticas de la Primera Guerra Mundial, aunque, para ser más correcto, lo es sólo de cómo fue esa guerra en el frente occidental. Nuevamente en el encontramos trincheras, alambradas, infructuosos asaltos contra posiciones bien defendidas y una enorme cantidad de bajas por ambos bandos: entre ingleses, franceses y alemanes, cayeron en el Somme, muertos o heridos, más de 1.200.000 hombres. Y nuevamente también, esa sangría fue el resultado de la evidente superioridad de las tácticas defensivas sobre las ofensivas.
La batalla se inició con un denso bombardeo de las líneas enemigas por parte de ingleses y franceses. Confiados en que el bombardeo habría ablandado suficientemente las defensas alemanas, los aliados lanzaron sus tropas, bastante bisoñas en el caso de los ingleses, contra unas alambradas y unos búnkeres que apenas habían sufrido las consecuencias del bombardeo. De las 17 divisiones británicas que participaron en el ataque, tan sólo 5 fueron capaces de llegar hasta las posiciones alemanas y sólo para encontrarse con unos feroces defensores a los que el bombardeo apenas había restado capacidad defensiva. Si las bajas fueron poco más o menos igual de numerosas en el bando alemán, fue por el obstinado, y hasta cierto punto estúpido, empeño en recuperar con furiosos contraataques las estrechas franjas de terreno perdidas en concretos lugares. Como fue habitual en el frente occidental, al final de la batalla, los atacantes apenas habían ganado terreno y cientos de miles de muertos yacían en el campo defendiendo o tratando de conquistar unas pocas yardas de frente.
Sin embargo, el Somme puede ser contemplada como una batalla de origen diplomático sin razones estratégicas para ser librada. En efecto, en el frente donde se combatió no había al otro lado de las líneas alemanas un nudo de comunicaciones, un centro industrial o cualquier otro objetivo estratégico que lo justificara. En origen, la ofensiva había sido pensada como maniobra de distracción para atraer tropas de reserva alemanas y emprender otra de mucho más calado en Flandes. Pero la idea tuvo que ser enseguida abandonada cuando el primer asalto, el 1º de julio, fracasó estrepitosamente. También perdió su sentido estratégico, a pesar de ser la ofensiva británica en el Somme la reacción que precisamente había buscado Falkenhayn, jefe del Estado Mayor alemán, a su asalto en Verdún. En vez de insistir aquí mientras los ingleses se desgastaban en el Somme, ordenó el 11 de julio que las tropas alemanas pasaran a la defensiva en Verdún y se esforzaran en reconquistar cualquier puñado de tierra que se hubiera perdido en el Somme. Una estrategia puede ser acertada o errónea, pero lo que garantiza el fracaso es el no ser fiel a la que se haya elegido. Seguir el plan alemán hubiera significado defenderse en el Somme infligiendo a los ingleses cuantas más bajas, mejor, a cambio del poco terreno que pudieran conquistar en un lugar sin valor estratégico y concentrarse en derrotar a los franceses en Verdún. Por razones probablemente de exclusivo prestigio, decidieron hacer lo contrario, defenderse donde pudieron haber vencido y contraatacar donde lo más que podían conseguir era volver al punto de partida.
Puesto que el Somme careció de razones estratégicas, es necesario buscar su origen en la diplomacia. Normalmente, los historiadores enmarcan el Somme entre las ofensivas emprendidas a consecuencia de los acuerdos de Chantilly de diciembre de 1915, donde todos los aliados pactaron atacar en todos los frentes a la vez para obligar a los alemanes a dispersar sus tropas de reserva y no permitirles emplearlas sucesivamente en todos. Desde luego, ese fue el origen de la ofensiva Brusilov y también la emprendida por lo que había podido salvarse del ejército serbio desde Salónica. El que la del Somme se iniciara en fechas inmediatas a aquéllas sin embargo no la convierte necesariamente en la consecuencia de los acuerdos de Chantilly. No obstante, estaban presentes los muchos problemas por los que estaban atravesando los franceses para poder rechazar a los alemanes en Verdún y la imposibilidad para los ingleses de ayudarles dado que tenían que hacerse por sí solos cargo de la seguridad de un frente bastante amplio. De modo que emprender una importante ofensiva en su sector era lo único que podían hacer los británicos por aliviar a los franceses si con ello conseguían que los alemanes distrajeran tropas de Verdún para llevarlas a combatir a su sector.
Con todo, tampoco parece que eso fuera lo decisivo. Lo que nos da la clave de por qué se combatió la batalla del Somme no es tanto cuándo se inició sino dónde. Ya sabemos que el lugar no pudo ser elegido por su interés estratégico. En realidad, lo fue porque era el punto del frente donde confluían las tropas inglesas y las francesas, lo que permitía montar una ofensiva en directa colaboración, aunque el peso de la ofensiva lo llevaran los británicos, que no tenían un Verdún al que hacer frente. Y eso fue lo que decidió al gabinete de guerra en Londres a dar su visto bueno a la ofensiva. Conforme pasaba el tiempo y el frente del que se ocupaban los británicos seguía en calma, crecía la sensación de que los ingleses estaban en Francia más para prevenir una invasión de su propio país que para ayudar a Francia a ganar la guerra, lo que a su vez podía hacer que París cayera en la tentación de llegar a un acuerdo con Berlín. No se olvide que ese era el objetivo que perseguía Falkenhayn en Verdún, desmoralizar a los franceses, para que buscaran la paz y abandonaran a los ingleses. El Somme, en ese sentido, selló con sangre una alianza que antes sólo se fundaba en los papeles. A Gran Bretaña le costó en consecuencia 420.000 hombres asegurarse de que Francia no la dejaría sola frente a Alemania.
Desde el punto de vista táctico, la batalla del Somme también fue importante porque fue testigo de una importantísima novedad. A mediados de septiembre de 1916 hizo su aparición en el campo de batalla una nueva arma destinada a acabar con las trincheras y las alambradas: su majestad el carro de combate. Este invento inglés, que ya había vivido en la imaginación de H. G. Wells, apareció en los campos de batalla del Somme como un vehículo todoterreno, blindado y por lo tanto impermeable a las balas de las temidas ametralladoras, capaz de pasar sin problemas por encima de las alambradas, abrir paso a la infantería por el camino por él abierto entre ellas, plantarse en las trincheras enemigas y dirigir el fuego de su cañón o de su ametralladora donde le pareciera. El monstruo aterrorizó a los alemanes, aunque no pudo ser decisivo, pues relativamente pronto todas las unidades traídas del otro lado del canal bajo el nombre genérico de tanques, atribuido para ocultar lo que realmente eran, se rompieron o quedaron trabadas en alguna obstrucción del terreno. Aquel artefacto cambiaría la forma de hacer la guerra en tierra. Es curioso que, a pesar de ser un invento inglés y de ser inglés quien con mayor profundidad estudió sus muchas posibilidades, Liddell Hart, los que más se fijaron en el nuevo invento y sus capacidades fueron los alemanes, gracias a un militar llamado Guderian. No obstante, tendrían que esperar a la siguiente guerra para poder explotar el descubrimiento en toda su extensión.
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