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Jonathan S. Tobin

Debatir el islamismo: adónde hemos llegado

Buscar las raíces del terrorismo nos exige confrontar la religión por la que luchan estos asesinos.

Buscar las raíces del terrorismo nos exige confrontar la religión por la que luchan estos asesinos.

En un vídeo viral que a estas alturas ha visto todo el mundo, la estrella cinematográfica Ben Affleck discute acaloradamente con Bill Maher sobre el islam radical en el programa de este último en la cadena HBO. El tema eran aquellos que llaman la atención sobre el apoyo, nada despreciable, que reciben islamistas radicales como los del Estado Islámico por parte demusulmanes corrientes de todo el mundo. Pero lo que resulta interesante de esta controversia no son tanto los detalles de la conversación como la forma en la que ha sido acogida por el público. El alboroto generado parece demostrar que, más de trece años después del 11-S, los norteamericanos ahora parecen querer empezar a hablar de qué es lo que motiva a los terroristas.

El quid de la discusión era si, como Affleck sostenía apasionadamente, resulta racista decir que el islamismo, la ideología del Estado Islámico, es apoyada por un amplio número de musulmanes. El actor cree que eso no son sino prejuicios y que, en vez de rechazar al mundo islámico por los actos de los terroristas, deberíamos limitarnos a condenar a los individuos implicados. Como muchos otros miembros de la izquierda que han promovido el mito de que Norteamérica respondió al 11-S con una represalia contra los musulmanes, Affleck parece querer sugerir que la mayor amenaza contra la nación procede de la demonización de la religión de 1.500 millones de personas.

Como respuesta a ello, Maher, ayudado de forma competente por el autor Sam Harris, señaló que, si bien hay muchos musulmanes que se oponen al terrorismo, lo cierto es que las creencias islamistas del Estado Islámico son compartidas por, al menos, el 20% de los musulmanes del mundo, y que muchos más comparten esa misma concepción, si bien no están ansiosos por ponerse un chaleco explosivo.

¿Quién ganó? No fue tanto que Maher, que se opone enérgicamente a todas las religiones, tuviera mejores argumentos como que Affleck no tuviera ninguno. Acostumbrado a la caja progresista de resonancia de Hollywood –que comparte muchas de las posturas de Maher en la mayor parte de cuestiones–, se encontró con que la situación lo superaba al verse obligado a defender una postura indefendible. La suya fue una demostración de esa actitud en la que los hechos que no se ajustan a los prejuicios izquierdistas son ignorados, no rebatidos. Cuando se enfrentó a una postura que mostraba la realidad de la cultura política musulmana contemporánea, se limitó a gritar "¡racismo!", el argumento decisorio definitivo para la izquierda, y declaró que los hechos eran inaceptables, cuando no irrelevantes.

Pero el punto de interés aquí no es tanto que Affleck, aplaudido por los progresistas por su postura, dijera tonterías o que Maher tuviera un raro momento de claridad absoluta, sino que esta clase de discusión tocó una tecla en todo el país.

Tras el 11-S, a los estadounidenses les repitieron ad nauseam que el islam era una religión de paz, argumento que han empleado tanto Barack Obama como George W. Bush. De hecho, Obama insistió en ello al declarar que el Estado Islámico no era islámico, una afirmación teológica extraña y bastante discutible para proceder de un cristiano declarado.

Pero, después de los últimos asesinatos del Estado Islámico y de años de atrocidades por parte de otros grupos islamistas como Al Qaeda, Hamás, Hezbolá y Boko Haram, muchos norteamericanos se han vuelto conscientes del hecho de que buscar las raíces del terrorismo nos exige confrontar la religión por la que luchan estos asesinos. Es cierto que no todos los musulmanes son terroristas y que todo el mundo debe ser juzgado por sus actos, no por su pertenencia a un grupo. Pero no podemos limitarnos a desear que desaparezca la voluntad de un vasto número de musulmanes de suscribir una versión del islam arraigada en el odio a Occidente, a Norteamérica y a Israel, o a borrarla de la película por ser un hecho políticamente incorrecto. Un gran número de ellos, sobre todo en el Tercer Mundo, no sólo suscribe los mitos sobre el 11-S, sino que apoya la guerra de los terroristas contra Occidente. Otros recelan de la guerra, pero comparten las creencias religiosas que la sustentan.

Enfrentarse a estos hechos no es prejuicio ni islamofobia. Tampoco sirve para fomentar el odio. Más bien forma parte de un intento de apoyar y reforzar a los musulmanes que creen que el enfoque islamista es una aberración, pero que a menudo son silenciados o intimidados por radicales y por sus supuestamente más moderados compañeros de viaje. Un mundo islámico en el que las creencias radicales son parte de la corriente dominante debe ser reformado desde dentro. Es necesario justo porque ni Occidente ni la gente sensata de cualquier lugar desean estar en guerra con todos los musulmanes.

Si bien el jaleo que forma parte de estos festivales del grito en la televisión por cable no constituye un espectáculo edificante, dice algo de hasta dónde hemos llegado en nuestra consideración de este tema el que un destacado progresista –incluso un provocador profesional como Maher– esté dispuesto a exponer públicamente verdades obvias aunque ello implique que un actor popular lo llame racista. Sólo cabe esperar que todo esto sea el inicio de un debate más racional sobre el islam y quienes lo usan para justificar el terrorismo. De no ser así, seguiremos atascados en el mismo estado de negación sobre las causas del problema en el que siguen atrapados Obama, Affleck y buena parte de la nación.

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