No se tome gramática parda en el sentido de máximas vulgares. Por ejemplo, "ver, oír y callar". Seguramente, el adjetivo pardo se asociaba al atuendo de la gente corriente o menesterosa. O quizá aludía al hábito de los dómines que enseñaban las primeras letras. Ha quedado como un epíteto para la gramática popular, y así lo tomo. Aunque exista una RAE (bienvenida sea), las reglas del manejo de las palabras se dictan por el pueblo "al hablar con su vezino" (sic). Aquí hemos comentado algunas. La dificultad reside en distinguir lo popular de lo vulgar, lo preciso de lo relamido.
Luis Alamillo observa la tendencia a preferir la forma "querría que me dijera" en lugar de "quisiera que me dijera". Yo mismo me armo un lío entre las dos opciones. Debe de ser por la influencia de mi bachillerato en San Sebastián. La frase tópica de los donostiarras es “si mañana llovería…”. A mí no me suena mal, qué quieren que les diga. Por lo mismo que a mis amigos de Palencia les parece de perlas que se diga “este libro le he puesto sobre la mesa”. Me encanta el leísmo, aunque yo no lo practique mucho.
José Javier Parra suscribe las reformas políticas que aquí debatimos, pero subraya que falta una premisa básica: reinstaurar el control de los interventores de Hacienda. Parece que los suprimió bonitamente Felipe González, y así estamos, flotando en un océano de corrupción. Estoy de acuerdo, aunque me pregunto si no existen ya muchos controles sobre el papel. La clave está en la falta de honradez pública. Luego está la famosa pregunta de "¿quién controlará a los controladores?". Puestos a revitalizar instituciones del pasado, me gustaría ver otra vez los juicios de residencia que se hacían a los altos funcionarios del imperio español. La cosa es tan simple como comparar el dinero que tenían cuando entraron en el cargo y el que poseen cuando salen de él. No vale decir que lo recibieron de una herencia. Si la resta es abultada, a la cárcel. Y santas Pascuas.
Me he referido algunas veces a la comparación entre el inglés y el español. José Antonio Martínez-Pons señala la gran diferencia entre los dos idiomas. Los buenos diccionarios ingleses tienen que poner la pronunciación figurada de las voces para que el lector sepa cómo se pronuncian. En español, gracias a los acentos y a la fonética clara, no es necesario tal artilugio. Estoy de acuerdo. En español el verbo deletrear apenas se emplea. En inglés hay que hacerlo constantemente. Cuando conversan dos angloparlantes –y no digamos si son varios–, da la impresión de que están un poco tenientes. No hacen más que preguntarse "¿Qué has dicho", "¿Perdón? No te he entendido", “¿Qué? No te he oído”. Encima, suelen hablar para el cuello de su camisa. Los españoles vociferantes nos entendemos mejor. Ya sé, resulta una afirmación nacionalista, pero no va contra nadie.