El estilo de la escritura es algo más que sustituir unas palabras por otras, eliminar repeticiones, reducir el número de verbos auxiliares, suprimir expresiones innecesarias. Todo eso es necesario. Si lo sabré yo, que mis cuates Antonio Íñiguez y Norman Roy han corregido primorosamente mis últimos escritos de acuerdo con el catálogo dicho. Añaden la eliminación de demostrativos superfluos y relativos malsonantes, entre otras zarandajas. Cierto es que así voy cortando mejor mi pluma. Pero no hemos hecho más que empezar.
Hay que entender bien la estructura del idioma español. Predominan las palabras graves, una constancia generadora de monotonía. La consecuencia es que deben eliminarse rimas y repeticiones mil. El hipérbaton, o desorden de los elementos de la oración, resulta más permisible que en inglés pero menos que en latín. Es más propio de la poesía que de la prosa.
La almendra de la cuestión consiste en cuidar el deslizamiento de palabras vitandas. Llamo así a algunas perfectamente válidas según los lexicones, pero cansinas al haberse gastado por los excesos del politiqués. Enuncio una muestra desordenada de voces y expresiones execrables: máxime, por ende, en el seno, mantra, brillar por su ausencia, género (sexo), devenir, configurar, de hecho, profundizar, cuanto menos, puro y duro, ámbito, cómo no, sí o sí, conllevar (suponer), hábitat, constatar, complicado (difícil), conformar (formar), ciudadano (fuera de la participación política). Hay un ciento más. No las recuerdo bien, precisamente porque las tengo borradas de mi vocabulario.
Líbreme Nebrija de pretender que mi escritura sea la correcta. Reitero mis deseos de seguir aprendiendo. Tampoco estaría de más que recortara la cascada de gerundios, tan poco expresivos en castellano, fuera de las excelsitudes poéticas. El hábito del sociólogo, prono a todo tipo relativismos, me fuerza a recurrir a demasiadas expresiones cautelosas. Así, la verdad es que, esto es, es decir, por un lado, en cualquier caso, en este caso, lo que. Debo ir suprimiéndolas todo lo posible. La regla áurea: decir el mayor número posible de ideas con la menor cantidad de palabras. Mucho cuidado con los adverbios en -mente. Son voces demasiado largas y propensas a la odiosa rima.
La bondad del estilo se resume en el principio de la contención, opuesta a la desmesura. Nos ata demasiado la tradición barroca española. Las frases deben ser cortas, también los párrafos. Bienvenidos los verbos auxiliares (ser, estar, haber, tener), pero no deben prodigarse.
Bien está preocuparse de decir las cosas como Dios manda, más que nada porque "en el principio fue el Verbo". Pero no olvidemos el contenido. Cada párrafo debe añadir una idea; de lo contrario, se borra.