Según el Plan Schlieffen, Francia debería haber sido derrotada a las seis semanas de iniciadas las hostilidades. El 14 de septiembre de 1914, tras mes y medio de combates sin que París hubiera capitulado, el jefe del Estado Mayor, Helmut von Moltke, fue cesado. Para su sustitución, Guillermo II eligió al ministro de la Guerra, Erich von Falkenhayn. Su misión era encontrar el modo de ganar una contienda que el Estado Mayor creía antes de iniciarse se perdería si el Plan Schlieffen fracasaba.
No obstante, a mediados de septiembre, y a pesar de haber ya transcurrido las seis semanas que se habían dado, la derrota rusa en Tannenberg parecía ofrecer a los alemanes un respiro suficiente para intentar ejecutar lo esencial del plan, esto es, vencer a Francia antes de que los rusos hubieran atacado a Alemania. Falkenhayn ordenó al 6º ejército, situado en Lorena, acudir a reforzar el flanco derecho para envolver a los franceses. No pudieron. Mientras los alemanes se esforzaban infructuosamente en lograrlo, los galos intentaban lo mismo por el lado derecho alemán. Es lo que se ha llamado la Carrera al Mar, en la que cada uno de los dos ejércitos iban subiendo peldaños, el uno enfrente del otro, en una imaginaria escalera que iba de sur a norte hasta el mar.
Estabilizado el frente, Falkenhayn emprendió un último esfuerzo. Quiso aprovecharse de que acababa de recibir refuerzos de Berlín, ocho divisiones de estudiantes voluntarios alistados al comenzar las hostilidades, y de que la caída de Amberes había liberado a las unidades que la habían asediado. El punto elegido para el asalto fue Ypres, una bella ciudad medieval. Allí, los aliados estaban en una situación relativamente expuesta porque el frente formaba un saliente, lo que permitía a los alemanes atacar desde tres de los cuatro puntos cardinales. Después de varios días de combates, quedar arrasada la ciudad y sufrir todos cuantiosas pérdidas, especialmente el ejército belga y las bisoñas divisiones de refuerzo alemanas, Falkenhayn renunció a tomar Ypres y el frente quedó más o menos como estaba.
De forma que el Estado Mayor alemán, a principios de noviembre, tuvo que enfrentarse a la idea de combatir en dos frentes. Convencido de que no podía ganarla, la única solución era encontrar el modo de pacificar uno de ellos. Dado que ya no era posible hacerlo derrotando rápidamente al enemigo de uno de los lados, habría que pactar una paz separada en cualquiera de los dos y concentrar luego toda la fuerza del ejército en el otro.
En el OberOst, el Alto Mando en el frente oriental, no pensaban así. Hindenburg y Ludendroff, muy populares gracias a sus victorias iniciales contra los rusos, creían que, estabilizado el frente occidental, podía ser defendido con relativas pocas fuerzas. Eso permitía trasladar al este las tropas que sobraran y derrotar allí a los rusos. Logrado este objetivo, el grueso del ejército podría luego volcarse en el oeste. Este plan, una especie de Schlieffen invertido, era además factible porque en Europa Oriental las ofensivas podían emprenderse con probabilidades de éxito. En el oeste, la densa red de carreteras y ferrocarriles favorecía al defensor atrincherado porque permitía trasladar con rapidez cuantiosos refuerzos a cualquier lugar donde el enemigo intentara un asalto. En el este, la escasez de comunicaciones no permitía reaccionar con tanta rapidez y un asalto bien planeado tenía muchas más probabilidades de éxito.
A Falkenhayn, sin embargo, el plan no le gustaba porque no veía cómo podría ser derrotado decisivamente un ejército que, antes de arriesgarse en una gran batalla, podía retirarse kilómetros y kilómetros dentro de su territorio sin terminar nunca de ser derrotado. En el este, pensaba Falkenahyn, el éxito nunca podría ser total. Por eso prefería negociar la paz separada con los rusos y luego ocuparse de derrotar a Francia y a Gran Bretaña.
El problema de Falkenhayn era que entre sus competencias no estaba la negociación diplomática. Tales facultades correspondían al canciller, Theobald Bethmann Hollweg, y éste no quería negociar. Sus motivos no eran estratégicos, sino políticos. Creía que el Gobierno, incluido el káiser, no podía, a las pocas semanas de iniciados los combates y tras cuantiosas pérdidas humanas, proponer a su pueblo una vuelta al statu quo, aunque fuera en uno solo de los frentes. Encima era improbable que Rusia aceptara pactar sin recibir importantes concesiones, puesto que a principios de septiembre se había comprometido con sus aliados a no firmar una paz separada.
El debate se fue agriando conforme se aproximó la fecha, mediados de enero de 1915, en la que Berlín tendría dispuestos cuatro nuevos cuerpos de ejército para enviar al frente. Mientras Hindenburg, Ludendorff y Bethmann querían que fueran desplegados en el este, Falkenhayn prefería montar con ellos una ofensiva en el oeste y negociar con Rusia. Hindenburg llegó a enviar una carta a Guillermo II amenazando con dimitir si Falkenhayn no era destituido. El emperador resolvió el asunto de forma salomónica. Exigió a Falkenhayn dimitir como ministro de la Guerra y que se contentara con ser sólo jefe del Estado Mayor. A cambio de conservar su puesto como tal, le exigió asimismo que aceptara la estrategia del OberOst de concentrar el esfuerzo de guerra en el este y mantenerse a la defensiva en el oeste.
En todo caso, para enero de 1915, cuando los refuerzos estuvieron listos, las circunstancias mandaron. El ejército austro-húngaro estaba a punto de ser completamente aniquilado por la ofensiva rusa. Tras retirarse a los Cárpatos, las fuerzas zaristas amenazaban con superar la resistencia que los austriacos habían montado en los estrechos pasos. De ser sobrepasados, no habría nada capaz de detenerles en su camino hacia Budapest, Viena y quién sabe si Constantinopla. Fueran cuales fueran las diferencias entre el Estado Mayor y el OberOst, lo urgente ahora era socorrer a Austria-Hungría.
Falkenhayn creó con las tropas de refuerzo un nuevo ejército, el 9º. Pero para evitar que la inexperiencia de sus soldados lo convirtiera en carne de cañón, como en Ypres, incorporó al mismo algunos regimientos de veteranos extraídos de las fuerzas que sostenían el frente occidental. Lo armó con cuantiosa y poderosa artillería, también detraída en su mayor parte del oeste, y puso a su frente al muy capaz general Mackensen.
El OberOst hubiera preferido una operación de tenaza por detrás del ejército ruso con el brazo alemán cayendo desde el extremo oriental de Prusia y el austriaco, convenientemente reforzado por los alemanes, subiendo desde Galicia para encontrarse en el centro y dejar al ejército ruso rodeado, encerrado en Polonia y listo para ser aniquilado. Pero Falkenhayn consideró que esta operación era demasiado arriesgada. No sólo, sino que probablemente calculó que, si lograba infligir a los rusos una humillación tan grave como la que pretendía el OberOst, el zar combatiría hasta el final y no se avendría a sentarse a negociar, que era lo que Falkenhayn perseguía por encima de todo.
El caso es que la ofensiva alemana partió de Gorlice, en el centro del frente austriaco, y fue un éxito. Tras intensos bombardeos artilleros, los rusos se mostraron incapaces de resistir a los alemanes. Los austriacos no sólo fueron salvados, sino que recuperaron buena parte del territorio perdido a manos de los rusos. Éstos por su parte, tuvieron tan cuantiosas pérdidas que parecía imposible que pudieran recuperarse. Así que, con la llegada de la primavera de 1915, junto a la oportunidad de conquistar Polonia y Lituania, surgieron nuevos desafíos por la amenaza de Italia y Rumanía de entrar en guerra y la necesidad de socorrer a Turquía, a ser posible con la ayuda de Bulgaria. Parecía que Alemania se había vuelto definitivamente hacia el este y que Falkenhayn nunca podría armar su ansiada ofensiva en el oeste hasta que Rusia fuera definitivamente derrotada.
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