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Amando de Miguel

Fiestas y política

España va arder en fiestas de un momento a otro. Ya no significan la recogida de la cosecha.

España va arder en fiestas de un momento a otro. Ya no significan la recogida de la cosecha. Son una necesidad de gozo colectivo y ritual cada vez más intensa, quizá como conjuro con la miseria de la crisis económica que a casi todos nos alcanza. Las fiestas: mucho ruido y pocas nueces.

José María Navia-Osorio comenta con ironía la moda reciente de que a los asturianos les haya dado por celebrar la Feria de Sevilla. No me imagino a las gijonesas pasear en carretas de caballos, vestidas de faralaes, pero así es. Hay cosas inexplicables. Lo único que se me ocurre es que esa apropiación folklórica es consecuencia del imperioso deseo de fiestas que tienen los españoles. Cierto es que todos miramos con sana envidia las estampas de la Feria de Abril en Sevilla. En mi adusto pueblo serrano de Collado-Villalba acaban de publicar un periódico entero dedicado al anuncio de los innumerables festejos de este verano. Cada vez son más y más exóticos. Nada de lo lúdico no es ajeno a los villalbinos. El acto más simpático es el mercadillo de los primeros sábados de mes, cuando yo puedo vender mis libros viejos y comprar otros en la plaza pública.

Don José María sigue cronicando algunos aspectos divertidos de la política asturiana. Por ejemplo, en un edificio público han instalado un sistema de aire acondicionado, pero no funciona. La solución ha sido abrir las ventanas y colocar unas botellas de agua como cuñas para que no se cierren. La experiencia sanitaria de don José María hace que dude mucho del "hospital sin papeles" (en el sentido de que todo sea telemático) o de los robots para llevar automáticamente la comida a los pacientes. Pero todas esas innovaciones han supuesto millones de euros. Alguien se habrá beneficiado. Añado que no acabo de comprender esa meritoria campaña para llegar al objetivo de "víctimas cero" en las carreteras. Ni siquiera precisan "víctimas mortales". Sugiero que, para conseguirlo, se prohíban los vehículos automóviles.

No sé si estamos saliendo de la crisis, aunque aseguro que yo estoy en el pelotón de los rezagados. Lo que sigue siendo visible es el aire de despilfarro, como si fuéramos ricos. ¿Qué decir de la tomatina? Es una fiesta inventada no hace mucho por los alicantinos, que se ve imitada en nuevos municipios. Consiste en que los vecinos y visitantes se arrojen tomates unos a otros para general holgorio. Sugiero que se amplíe la fiesta con otros productos agrarios, como higos chumbos o melones.

Mayor asombro produce esa diáspora festiva de los cien mil hijos de Cibeles y Neptuno, que se trasladaron a Lisboa para ver un partido de los equipos madrileños. La mayoría iba sin entrada para el espectáculo directo. La exhaustiva información sobre ese episodio desplaza el interés de los medios por otros asuntos de mayor enjundia. Lo de siempre, el viejo pan y toros.

Asunto de más consideración es el despilfarro que significan los mítines en las campañas electorales. Incluso los carteles ubicuos están de sobra. Hoy contamos con sistemas de comunicación masiva mucho más baratos. Lo que pasa es que el mitin cumple la función de ser una fiesta, el equivalente político de la Feria de Sevilla. No se sabe de ningún mitin en el que se haya convencido a nadie para cambiar su voto. Su verdadera función es que los políticos se den pisto. Pobrecitos.

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