Y el público se reía, se reía... Se carcajeaba. Incluso se permitía hablar con los actores y se aplaudía a sí mismo cuando participaba en el chiste del personaje torpón, que al final de la obra consigue decir una de sus frases a derechas. Se veía venir.
Qué gusto ser así… Y qué impotencia no serlo. Al estilo de Noises Off, traducida al español como Qué ruina de función, este Locos por el té, (Thé à la menthe où t’es citron?, Premio Molière en 2010), escrita a principios de los 90, basa su trama en el metateatro, es decir en las dificultades de una compañía para montar una comedia de enredo. Pero a diferencia de Noises Off, obra para directores-coreógrafos y que lleva en cartel en Londres ni sé los años, en la obra francesa el protagonismo está puesto en los personajes, prototípicos, y no en la propia acción. Por eso incluso choca la forzada foto final propuesta por el director, Quino Falero.
Hay ciertos males en el teatro que todo director debe evitar. Por ejemplo, que los actores no se escuchen, salvo a sí mismos. Esta epidemia puede llevar a que los intérpretes hagan el vacío incluso al propio director y a su tarea de unificar tono, ritmo, género… Es decir, todo lo que evita que sea una obra de locos… Una obra que cambia de registro con cada personaje que habla.
Mimbres parece que hay, nadie duda a estas alturas del saber estar en las tablas el arte mamado y amamantado por María Luisa Merlo, no podemos poner en duda la entrega de Juan Antonio Lumbreras, que interpreta al personaje sobre el que pivota toda la obra y con el que más se ríe el público. Lumbreras tira del humor gestual clásico para interpretar a un actor muy torpe que está en la producción por enchufe.
Entonces, ¿de dónde viene la desconexión? Quino Falero, el director, habla con la prensa y dice que es una comedia divertidísima. A pesar de ser de risa fácil y poco rebuscada, quien les habla no pudo encontrar más que dos chistes encajados.
El teatro es un viaje para todos los que participan. Desde el espectador, el ingrediente fundamental, el autor, si tiene la suerte o la desgracia de vivirlo, los actores y el director. En esta producción se nos niega el viaje. Una obra sin procesos ni cambios, como si no pasara el tiempo ni las situaciones afectaran lo más mínimo a los personajes. Hay sólo resultados, no hay camino, hay fotos prototípicas de lo que se fuerza que sea esta obra. Muñequitos programados que son así, porque sí.
Quizá es una obsesión, el aquí y ahora, pero sin duda forma parte de la magia que no se vea el truco. La silla que se va a romper también decidió dejar ver su roto preparado antes de tiempo. Esos detalles.
Y lo peor es que hay trabajos similares que ya se han hecho, como el Balas sobre Broadway de Woody Allen, con directores superados por las circunstancias y artistas venidos a más o a menos. Muchas veces sólo hay que escuchar lo que nos rodea…
Pero el público afortunadamente llenaba el teatro y reía y comentaba sin parar.